Viviana Campos, la oficial de tránsito que aprendió Lesco para ayudar a más personas

La vigilante en carretera acumula casi cinco años resguardando la seguridad de las vías públicas y asegura que Dios ‘le dio una estrella’ con el propósito de ayudar y servir a los demás. La espinita de ser oficial se gestó desde que tenía 16 años y veía a un policía de tránsito en la terminal de buses caribeños donde trabajaba.

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Viviana Campos Rivera siempre quiso ser Policía de Tránsito, era un secreto que tuvo guardado por casi dos décadas. Nunca le dijo nada a su familia, hasta el 2015, cuando se arriesgó y decidió enviar los papeles para iniciar el proceso y que la reclutaran como cadete de ese cuerpo policial.

Hoy, siete años después, esta esposa y mamá de adolescentes, reconoce que pasar del sueño a la realidad no fue fácil. Hubo muchas pruebas físicas, psicológicas y clases para 25 materias como seguridad vial, ley de tránsito, educación ciudadana y defensa personal; el premio llegó en julio de 2017, cuando pudo estrenar su impecable camisa blanca, las botas y una placa con su apellido, ella es la oficial Campos.

Viviana asegura que Dios le ‘dio una estrella’ con el propósito de ayudar y servir a los demás, y por eso no lo pensó dos veces para aprovechar la oportunidad de aprender lengua de señas costarricense (Lesco), por lo que ahora forma parte de los escasos policías que se comunican con personas sordas.

Aunque intenta pasar desapercibida, en noviembre pasado muchas personas la conocieron cuando circuló un video en redes sociales que mostraba cómo ayudaba a un conductor en un choque y le intentaba explicar por medio de señas.

“En avenida segunda desplazaron a una unidad a atender una colisión y el compañero que llega al lugar no puede comunicarse con las personas porque ambos no pueden hablar, entonces el jefe me llama y me solicita que me desplace al lugar y al final llegaron a un acuerdo extrajudicial. Estaban muy contentos y muy agradecidos”, dijo la oficial.

La certificación como intérprete de lenguaje de señas le tomó poco más de un año y medio en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) mediante un convenio de la Policía de Tránsito con la institución. Fue seleccionada para la capacitación por demostrar ante su jefe el interés en la lengua de señas y la igualdad con la que percibe a todos los seres humanos, pues no son personas discapacitadas, sino que se expresan diferente.

Campos reconoce que le apasiona su trabajo y aún más poder ayudar a personas sordas en carretera, sin embargo, la experiencia que vivió en noviembre es prácticamente la única relacionada a choferes o colisiones. Eso sí, en el pasado disfrutó de al menos tres ocasiones en que asistió a peatones en vías públicas y que incluso le agradecieron su ayuda con un abrazo.

“Esa vez (la del abrazo) hasta me sacaron las lágrimas y fue una experiencia muy satisfactoria. La llevo en mi corazón y yo creo que ese es el pago más grande del sacrificio, porque me mandaron a hacer el curso en mi tiempo libre. Yo tuve que invertir sacrificar a mi familia para poder llevar ese curso que realmente no todos lo harían sino hay interés en ayudar y aprender, porque puse mi casa en segundo plano por más de un año”, recalcó.

Quería ser como sus antecesores

La espinita de querer ser oficial de tránsito comenzó a gestarse en Viviana desde los 16 años, cuando trabajaba en la terminal de buses Caribeños y veía al policía de tránsito que se mantenía siempre en ese lugar, el comportamiento, la elegancia y el uniforme fueron aspectos que llamaban su atención.

También influyó en esa idea su papá y su abuelo, quienes fueron oficiales de la Fuerza Pública durante toda su vida y sirvieron como ejemplo para la vecina de Moravia de formar parte de alguna policía del país.

“Era algo que yo tenía por dentro pero siempre estuve calladita y es eso que uno crece y dice ‘algún día me gustaría ser como mis antecesores’ y por llevarle la contraria a mi abuelo y a mi papá, le dije a mi esposo que ‘me encantaría ser policía de tránsito’”, relató.

Según recuerda, en ese momento su marido, con quien tiene 21 años de matrimonio, le preguntó que por qué nunca le había dicho, a lo que ella le respondió que nunca había visto publicaciones ni sabía los requisitos. Casualmente, una semana después, su cónyuge vio un aviso en el periódico de reclutamiento de oficiales que se vencía en una semana.

A como pudo y con temor de no ser tomada en cuenta, alistó los documentos y los envió por correo en diciembre de 2015. Se mantuvo atenta hasta mediados de 2016 cuando inició las pruebas físicas y en marzo de 2017, finalmente fue convocada junto a otras 81 personas a la Escuela Nacional de Capacitación de Policía de Tránsito.

“Yo trabajaba en ese momento en una empresa en Vásquez de Coronado como asistente contable y el mes que iban a ascenderme a jefa de departamento renuncié y me vine para Tránsito”, mencionó.

Para la oficial aún hay mucho machismo en Costa Rica y en los casi cinco años que acumula como vigilante en carretera, más de una vez le han dicho que por ser mujer no puede hacer una multa a un conductor o sancionarlos.

“Creen que por ser mujer no puedo pero no, tengo las mismas capacidades y lo hago como mis compañeros hombres”, destacó.

‘Lo más difícil es la parte emocional’

La moraviana explicó que lo más difícil de su trabajo es hacerle frente a la parte emocional y mantener la investidura en momentos donde los sentimientos se mezclan, en especial, cuando las situaciones involucran niños o fallecidos.

La oficial de 40 años, recordó el accidente donde la policía de Fuerza Pública Yerlin Valverde Castillo, murió el 11 de enero pasado. Esa experiencia la resume como una de las más complejas en su carrera pues llegó a atender la fatalidad y poco tiempo después se percató de que una de las víctimas era una conocida suya, con quien en el pasado tomó café e intercambió conversaciones.

Al mismo tiempo, rememoró una ocasión en que una niña estaba grave luego de un choque en Goicoechea, San José y mientras iba de camino solo atinaba en pedirle a Dios que le ayudara para poder salvar y rescatar a la pequeña, afortunadamente, a su llegada ya la Cruz Roja la había trasladado.

El día a día

Viviana tiene horario alterno, una semana por las mañanas y otra por las tardes. Cuando está en el horario diurno un día suyo inicia a las 4 a. m. para estar formada a las 6 a. m. con su uniforme, chaleco antibalas, arma, fundas, bastón retráctil, esposas y pito.

A esa misma hora su jefe le dice a dónde desplazarse y cuáles serán sus funciones del día, las jornadas son de 12 horas aunque a veces la demanda de trabajo hace que se extiendan hasta 16. Los domingos y días libres que tiene los aprovecha para compartir con su esposo Ricardo y sus dos hijos, Daniel de 17 y Abigail de 12.

Durante el tiempo que aprendió Lesco, tuvo una seña que la identificaba con el profesor y sus compañeros, la utilizaba para presentarse y decir su nombre informalmente o de una manera más corta.

“Primero hacía una V de mi nombre Viviana y luego me agarraba los anteojos que uso para refrescar la vista, porque para las clases los llevaba por si tenía que leer o ver algo, más que era en las noches. Entonces cuando los saludaba hacía eso y ya me identificaban”, explicó.

Hoy, siete años después de embarcarse en su sueño de ser policía, Viviana sabe que esa estrellita que le mandó Dios venía con lenguaje Lesco.

“Ellos (personas sordas) lo necesitan al igual que cualquier otra persona y a veces uno tiene que correr mucho por la familia y sí es lo principal, pero también debemos correr por todos los seres humanos, porque al final de cuentas todos tenemos un propósito nada más es de encontrarlo y es llevarse eso en el corazón, tal vez nadie lo reconozca en la calle y tal vez a nadie le interese, pero lo esencial es lo que uno lleva en el corazón”, enfatizó.