Una hecatombe de 'rugby' solo para grandotes

En esta cancha, nadie se intimidó con la imponencia corporal y eso es solo porque todos los rugbistas en el terreno son de tallas grandes

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Un desentendido del rugby se estrena cubriendo un torneo de este deporte y lo primero que escucha decir es: “Aquel de allá está muy pequeñillo”.

La queja proviene de un jugador de voz gruesa, sudoroso y de panza prominente. Se sostiene con las piernas abiertas mientras se arquea para estirar la espalda.

Donde se supone que está el “pequeñillo” no se ve a nadie al que le quede bien ese adjetivo. Evidentemente, el parámetro del tamaño es debatible.

El terreno de juego más bien está ocupado por grandulones y uno que otro hombre uniformado que, de todas formas, es más pesado que el que escribe estas líneas.

¿Dónde están los flacos? ¿Dónde se escondieron los pequeños?

El domingo pasado se quedaron en la casa o sentados en las bancas, pues el torneo “Hecatombe: 7’s de Primeras Líneas” si tenía una regla era la de excluir a los peso pluma o aquellos jugadores con fama de ágiles y veloces.

Siete equipos combatieron durante toda la mañana en las canchas del Centro Salesiano Santo Domingo Savio , en Cartago, por el espíritu competitivo, por diversión y para recaudar fondos para las divisiones juvenil e infantil de Waikalas Liceo de Costa Rica , el conjunto organizador.

Por la misma cancha pasaron todos los “gordos”, enviados por Rugby Cartago, San José Stag, Waikalas Liceo de Costa Rica, UCRugby, Cadejos RC, Coronado RC y Wák RC.

Fue el primer torneo de sietes (cantidad de jugadores por equipo) en el que participaron únicamente quienes suelen formar las primeras y segundas líneas; es decir, el pelotón de enfrente, el escuadrón especializado en choques, la tromba, la temida vanguardia.

Una frase popular en este deporte nacido en Inglaterra, dice que el rugby es el único deporte en el que la palabra ‘gordo’ no es un insulto. Aquel domingo quedó claro que incluso es un piropo.

“Aquí, más bien le dicen a uno ‘estás gordo, ¿querés jugar?’”, cuenta el jugador de Coronado Marco Agustín Blanco a quien, por ironía llaman Pequeño.

Es un jugador musculoso y de barba frondosa, con 128 kilogramos encima y un índice de masa muscular (IMC) de 39. Una platina y seis tornillos en el peroné son el recuerdo de la única vez que se quebró; él no está seguro de haber lesionado a alguien en su carrera.

Lo que sí sabe es que su fuerza, que no es poca, así como su tamaño, son grandes ventajas para destacar en el rugby , su querido rugby .

Cancha intimidante

En 10 partidos caracterizados por el contacto fuerte y los choques recurrentes había algo que hacía falta: la velocidad.

Cada participante de La Hecatombe debió pasar primero por una báscula y una cinta métrica para asegurarse de que tuviera un IMC mayor a 30, pero también para que le vieran la cara y demostrarle al jurado que no habría un solo jugador con fama de veloz.

“El rugby 7’s es una modalidad que normalmente favorece a los jugadores livianos y rápidos, al jugar en una cancha donde normalmente juegan 15 jugadores por equipo, por lo que hay mucho espacio y poco molote”, explica Carlos Monge, de Waikalas.

Aquel día, los “lentos” serían protagonistas, para asegurar una jornada de más encontronazos físicos que carreras, sobre un terreno de un máximo de 69 metros de ancho y 100 de largo.

Paulo Valerios, quien es parte de Wák, es de los más grandes de toda la liga, con 1.95 metros de altura. Está acostumbrado a estrujarse cada vez que viaja en bus.

Hace un año que juega rugby , una pasión que se divide el tiempo con su trabajo como chef . Su labor como primera línea es muy clara y él la explica así (con mucho cariño, por supuesto): “Nosotros comemos tierra y nos matamos. Cuando robamos la pelota se la pasamos a las ‘princesas’, a las linduras, a los flaquitos, para que corran sin que los toquen”.

¿Princesas? Sí. Así le dice de cariño a sus compañeros más pequeños y delgados, los más buenos para correr.

Sin embargo es claro que en el rugby a nadie se le permite dejarse intimidar por los grandulones como Paulo. Hasta al más liviano de los livianos no le queda más remedio que entrarles de frente sin dubitar, sin temores.

A Meyer Zúñiga, por ejemplo, parece que ya nadie le tiene miedo, aunque sea conocido por su contextura inquebrantable e imponente.

Su imponencia y aporte colectivo le ha permitido acompañar a la Selección Nacional de rugby en tres procesos internacionales, en los que se destaca por ser una torre humana imbatible.

En La Hecatombe del domingo, en uno de sus recorridos atropellados, Meyer se llevó a uno, dos, tres y cuatro contrincantes antes de caer tras un jalón de camisa a ocho manos. ¡Cómo les costó!

“No basta con ser grande, también hay que saber aprovechar el tamaño y la fuerza, pero lo que más pesa es la actitud. Hay un compañero de la división menor, de 12 años, que cada vez que nos encontramos en la cancha se me va a los talones a botarme. Me coge de saco”, comenta Zúñiga entre risas.

La batalla de 7’s llegó a la final a las 2 p. m., cuando Wák RC se dejó la victoria 14 a 5 ante San José Stag.

Los ganadores de la jornada, al igual que el resto de competidores, quedaron como unos grandes.