Una cita más en la Soda D’ Castro

Con una nueva sede, la popular heladería vuelve a reunir parejas alrededor de ensaladas de frutas y fuentes de helado

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Es miércoles por la noche y una novel pareja ocupa la banca esquinera, la más alejada. Laura Madrigal y Joshua Vallejo tienen mirada de recién flechados y sus manos entrelazadas parecen no poder soltarse. Lo único que los separa son dos tazas con fondo rosado cremoso.

Durante casi dos décadas, la Soda D’ Castro fue testigo de primeros besos, de miradas furtivas, de escapadas a escondidas, de tardes de novios, de antojos de embarazo y de parejas maduras que aprendieron a disfrutar de una buena conversación frente a una ensalada de frutas.

“Volveremos de las cenizas”, prometió Luis Diego Castro el 23 de mayo, tres días antes de tener que cerrar el negocio que, con ilusión, abrió el 18 de abril de 1995, de la mano de su esposa Rossi Solé. Ellos mismos pintaron aquel local que hoy quedó reducido al polvo y por donde atravesará el nuevo paso a desnivel que se construye en la rotonda de Paso Ancho.

Cumplió.

Desde hacía ocho meses se había dejado de escuchar el golpeteo constante del cuchillo sobre la tabla de picar para convertir fresas, papayas, piñas y bananos en pequeñísmos cuadritos que, junto al helado, la gelatina y el chantillí, hacían la boca agua de quienes gastaban las tardes en el Parque de la Paz.

Los nervios se apoderaron de don Luis Diego y doña Rossi minutos antes de que el reloj sentenciara las 11:45 a. m. del 17 de enero, cuando abrirían la cortina de hierro del nuevo local, situado 150 metros al oeste de la iglesia de San Sebastián, y en un edificio alquilado que no resulta familiar ni para los vecinos de los barrios del Sur.

En el nuevo local, de la fábrica de paletas tan solo queda uno de los congeladores, ahora totalmente vacío. Faltan también las orquídeas y los verdes cachos de venado que guindaban del techo.

Las bancas son las mismas, los menús son los de siempre y la mitad de los empleados son caras conocidas del viejo local. El sabor también es el mismo, opina Leda María González, pero el lugar es mucho más moderno.

Ella vivió en Estados Unidos durante 32 años con su esposo, José Ángel Villalta. Venían a Costa Rica una vez al año y, casi como un ritual, llevaban a sus hijos a la Soda D’ Castro. Ahora los muchachos están grandes, pero González y Villalta volvieron por otra ensalada de frutas.

Ir a la soda D’Castro sigue siendo una cita para ellos.

Pero para otros, como Sharon Marín, la Soda D’ Castro perdió su aire acogedor y la buena vista que tantas veces disfrutó durante su época de noviazgo con Denis Acosta, y en el embarazo del primero de sus dos hijos.

Amarga noticia

El rumor de que el Estado los expropiaría rondó a Castro y a su esposa durante años hasta que un día se convirtió en notificación oficial.

Ante la desesperación por perder su negocio, compraron una propiedad en Hatillo 8 para convertir el salón de baile que ahí había en el nuevo hogar de las ensaladas.

El destino les jugó una mala pasada, pues justo después de adquirirla, una cabeza de agua provocó un hundimiento en el puente sobre el río María Aguilar. Los trabajos de reparación provocaron que la calle que pasa frente a la propiedad quedara en muy malas condiciones: era imposible poner un negocio en aquel sitio.

“Congoja y media”, recuerda Solé, quien confesó que luego de ese momento entró en una especie de luto. “Fue increíble, la gente lloraba con uno en el mostrador”.

Durante 41 años, don Luis Diego se dedicó a servir helados y frutas: primero, con su padre en la Soda Castro de avenida 10, y luego en su propio establecimiento. Pero cuando despertó la mañana del 27 de mayo, era un desempleado más.

De sus ahorros salió el dinero para remodelar el local que alquila, y hoy mantiene una rencilla con el Estado en los tribunales, pues considera que la oferta monetaria por el terreno y el derecho comercial no fue la justa . El monto, eso sí, nunca ha querido revelarlo.

“Ahora sé lo que es perder las cosas y volver a empezar de nuevo”, dice mientras se vuelve para que los clientes no vean las lágrimas en sus ojos. “Me siento en paz con Dios por tener la salud para volver a empezar... y abrir nuevas fuentes de trabajo”.