Un amor vencido por la guerra... ¿o la ambición?

La colombiana Ingrid Betancourt, quien llegó a ser la persona secuestrada más famosa del mundo, ahora protagoniza una batalla campal por asuntos de dinero con su exesposo, Juan Carlos Lecompte. Su otrora épica y mediática historia de amor se convirtió en un furioso litigio judicial

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Hay quienes aseguran que los únicos amores verdaderos, los que no sucumben al letargo de la inexorable rutina, son los amores no realizados, los amores imposibles, los amores coartados cuando están en su máximo furor.

Es imposible soslayar esta reflexión si se mira lo que está ocurriendo entre los colombianos Ingrid Betancourt y Juan Carlos Lecompte, una pareja cuyo amor y sacrificio conmovió al mundo en la década del 2000, cuando ella permaneció secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) durante seis años y él se convirtió en una suerte de mártir que se dedicó en cuerpo y alma a clamar por la liberación de su mujer.

Entre febrero del 2002 y julio del 2008, las noticias sobre el plagio y la retención de Ingrid Betancourt en las inhóspitas selvas colombianas se convirtieron en un tema recurrente en los medios de comunicación del planeta.

Al momento de su secuestro, ella ya era todo un figurón en Colombia, pues desafió y rompió muchos estereotipos en el país. Polémica de pies a cabeza, era percibida como una figura aguerrida y comprometida, capaz de utilizar las estrategias más estrafalarias para convencer a los electores desencantados de los candidatos tradicionales.

Algunas de sus iniciativas –por ejemplo, repartir pastillas de Viagra a los conductores en los semáforos, como un llamado simbólico a “parar” la corrupción– también fueron criticadas por quienes creían que a Ingrid le interesaba más convertirse en una show girl de la política, que producir resultados.

Pero los constantes ataques frontales que profería desde su curul contra las cúpulas más poderosas del gobierno y contra los carteles del narcotráfico le ganaron la admiración incluso desde el otro lado del Atlántico.

Su libro La rabia en el corazón , siempre con serias denuncias sobre lo que estaba ocurriendo en su país con el narcotráfico, se convirtió en un best seller en Francia y atrajo la atención del Parlamento Europeo.

‘Juana de arco’

En el momento de su secuestro, Betancourt vivía una suerte de affaire con la opinión pública gala, donde se consideraba que había encajado a la perfección en el arquetipo francés de Juana de Arco: mujer, joven, bonita e inteligente, en una cruzada solitaria contra un sistema político, corrupto, injusto y machista.

De ahí la tremenda presión internacional que se desbocó sobre el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe cuando trascendió el secuestro.

Aquel 23 de febrero del 2002, Betancourt realizó una gira de campaña por tierra a San Vicente del Caguán, a unos 500 kilómetros de Bogotá, pese a las advertencias que recibió en el sentido de que aquel era un territorio claramente controlado por las FARC.

Tal cual, en medio trayecto ella y su amiga y compañera de fórmula presidencial, Clara Rojas, fueron separadas de sus acompañantes por un retén de la guerrilla.

A partir de entonces, Ingrid se convirtió en un ícono internacional con aura de leyenda.

Cuando iba por la mitad de su tiempo en cautiverio, ya había sido declarada ciudadana honoraria en más de 1.000 pueblos, municipios y ciudades alrededor del mundo y fue distinguida con decenas de premios internacionales. Hasta fue postulada para Premio Nobel de la Paz.

En el ínterin, el desesperado esposo llamaba la atención de Colombia y el mundo con tal de recuperar sana y salva a su mujer.

Casados en una “ceremonia de ensueño” (como la recordaron ambos en diversos pasajes) en enero de 1997 en Moorea, una isla volcánica en la Polinesia francesa, Ingrid y Juan Carlos vivían los años dorados de su relación justo cuando fueron separados por el secuestro.

La revista Semana , que trajo a colación el escándalo del pleito por bienes y dineros en un informe especial publicado hace dos semanas, ofrece una idea de la excepcional lucha que libró el cónyuge en libertad.

“Lecompte no solo diseñó el dummy (una foto gigante de Ingrid y él en pasta dura) con el que Colombia lo identifica, sino que desplegó toda una campaña estratégica, junto con la familia de ella, para presionar su liberación. Desde una avioneta tiró a la selva más de 25.000 fotos de los hijos de Ingrid de modo que ella pudiera ver cómo habían crecido. Se tatuó el rostro de su mujer en el brazo. Lo llevaron preso por tirarle boñiga al Congreso. Se fue a buscarla a la selva brasileña cuando las FARC engañaron al gobierno francés con una liberación falsa. Y en una columna de prensa hasta le ofreció a la guerrilla canjearse por ella”.

Sueño hecho trizas

Tras un oscuro período de confusión; rumores de muerte o liberación de Ingrid; el sufrimiento de la madre, los hijos, el esposo; la presión proveniente de todas partes y la impotencia de saber a Ingrid viviendo en condiciones infrahumanas en la espesa selva colombiana, finalmente se hizo el milagro.

Ingrid fue liberada el 2 de julio del 2008, junto a otras 14 personas, en la llamada “Operación Jaque”.

Los noticieros mundiales transmitieron sus primeras imágenes, no bien bajó de la aeronave que la trasladó a Bogotá. El mundo contuvo el aliento para escuchar sus primeras declaraciones. Y ahí mismo, en ese momento, muchos repararon en el saludo glacial que le dedicó ella a su esposo. Ni un beso, ni un abrazo. Una simple caricia en la barbilla. Él ha dicho incontables veces que aquel gesto le despedazó el corazón y la ilusión tantas veces acariciada de volver a ver a su mujer.

Las suspicacias sobre el enfriamiento de la relación entre la pareja no tardaron en trascender. Pero era impensable que el resquebrajamiento evolucionara hasta convertirse en una férrea, desagradable y escandalosa batalla judicial.

Tres años después de la liberación de Betancourt, la pareja oficializó su divorcio. Pero la guerra apenas comenzaba, pues pronto empezaron los dimes y diretes sobre rumores de infidelidad por parte de ambos y hasta acusaciones relacionadas con drogas.

Sin embargo, siempre de acuerdo con el informe de Semana , en la más reciente demanda interpuesta por Lecompte, Betancourt está siendo señalada de tres delitos: alzamiento de bienes, falsedad en documento privado y fraude procesal. Los bienes que adquirió la pareja mientras estaban casados fueron un lujoso apartamento en París que Betancourt donó a sus hijos en el 2010 y que está valorado en unos 700.000 euros, también una casa campestre y dos terrenos que compraron en Idaho, Estados Unidos, que costarían unos 300.000 dólares. La propiedad figura a nombre de una sociedad en Panamá que Betancourt habría constituido en el pasado.

“Como legalmente en la sociedad conyugal entran todos los bienes, lo que recibió la excandidata presidencial producto de sus libros y premios durante el secuestro técnicamente también formaría parte del proceso de divorcio, a pesar de que moralmente son de Ingrid. Y eso no es poco, aun cuando se trate de cifras especulativas. En la denuncia se establece que los montos podrían ser los siguientes: 1) Unos 600.000 dólares por las regalías del libro La rabia en el corazón con las editoriales Grijalbo y Planeta. 2) Varios millones de dólares por las regalías y anticipos del libro No hay silencio que no termine en Europa, Estados Unidos y América Latina con las editoriales Gallimard y Santillana, Aguilar Altea Taurus Alfaguara”.

Para terminar de enredar el asunto, Lecompte también ha publicado dos libros –entre ellos uno titulado Ingrid y yo, una libertad agridulce –, cuyas ganancias también serían parte del litigio.

Entretanto, Betancourt sigue radicada en Oxford, Inglaterra, donde se ha dedicado al estudio de la teología.

Volver a Colombia no parece ser lo suyo. Y es que el intenso affaire que algún día sostuvo con sus compatriotas también parece haberse esfumado.

La Operación Jaque fue una arriesgadísima y onerosa estrategia del gobierno colombiano para llevara a cabo su liberación.

Por eso llamó tanto la atención cuando, a través de sus abogados y más de un año después, demandó al estado colombiano por seis millones de dólares pues, a su juicio, el gobierno facilitó su secuestro al haberle quitado los escoltas aquel día, luego de que ella insistiera en viajar a territorio dominado por las FARC.

La demanda le costó que, según una encuesta de Gallup/Invamer, un 80% de los colombianos se formaran una opinión desfavorable de quien otrora fuera considerada la versión criolla de Juana de Arco.

A todo esto, imposible no pensar que tal vez, solo tal vez, el título de su best seller pudo haber sido profético... La rabia en el corazón.

revistadominical@nacion.com