Santos, paso a paso

Algunos santos llegaron pronto a los altares, mientras que otros se mantienen en lista de espera. A todos los une algo... ¿qué es?

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El 1.° de noviembre se celebra el Día de todos los Santos pero sería imposible decir con certeza cuántos son “todos”.

No existe tal cifra. Por un lado, porque, en términos de la Iglesia católica, santos son aquellos que van al cielo; pero también el dato exacto de aquellos que han pasado por el proceso de canonización es incierto debido a la falta de documentos correspondientes a los primeros años de la Iglesia. De todas formas, es vasta la cantidad de aquellos que han sido reconocidos oficialmente.

El pasado 1.° de abril, por ejemplo, se celebraba a 27 santos, y este domingo se conmemora al menos a otros seis, entre ellos a Zita de Lucca, patrona de las servidoras domésticas y a quien algunos le rezan cuando se desaparecen las llaves de la casa.

El Día de todos los Santos fue instaurado por el papa Urbano IV (1261 -1264) con el fin de honrar incluso a los santos que no figuran en el santoral.

Conmemora por igual a los más conocidos –en honor de quienes se levantan altares y se imprimen postales– y también a los de labor anónima, aquellas personas cuya santidad es, si se quiere decir, extraoficial.

Si bien hay un calendario santoral universal, existen diferentes niveles de celebración, determinados por congregaciones y lugares con santos patronos específicos.

Desde que comenzó el pontificado del papa Francisco –en marzo del 2013– hasta hoy, él ha canonizado a 817 nuevos santos, el número más alto de canonizaciones hechas por un solo pontífice. Hoy agrega a la lista a Juan XXIII y a Juan Pablo II, en una doble canonización papal inédita.

Propósito

¿Para qué más santos? ¿Cuántos más habrá? La existencia y abundancia de las canonizaciones tiene su razón. Álvaro Sáenz, párroco de barrio Córdoba, asegura que la tarea de los cristianos es parecerse lo máximo posible a Jesús, y los santos ocupan ese título pues en su vida completaron tal proceso de transformación.

“La santidad es la meta máxima de cualquier cristiano, es una tarea de todos y la idea es realizar ese proceso en nuestra vida. Sin embargo, hay que recordar que un santo es alguien normal, no es una persona inmóvil, no es alguien sin defectos”, comenta.

En perspectiva de Mauricio Víquez, capellán del Centro Cultural Encuentro, la Iglesia canoniza para demostrar que la vida cristiana seria es posible, y con eso se hace público que una persona ha alcanzado el cielo.

“Se deja claro que, por su forma de vida, está gozando de Dios. Si esta persona lo logró, ¿por qué usted no?”.

Sobre el mismo tema, Benedicto XVI aseguró en enero del 2010: “Los santos son los auténticos reformadores de la Iglesia, capaces de promover una renovación eclesial estable y profunda”. Durante su papado, hubo 45 canonizaciones.

Para alcanzar la santidad no es un requisito pertenecer al clero y, de hecho, es fácil encontrar a destacados santos laicos a lo largo de la historia.

Ha habido educadores como el humilde maestro de escuela Juan Bautista de la Salle; nobles como la reina santa Brígida; militares como el español san Marcelo y estudiantes como san Pelayo. También filósofos, como san Justino Mártir; enfermeros como Luigi María Monti, y agricultores como san Isidro labrador y abogados como Tomás Moro.

Hay otros santos conversos, tal es el caso de Edith Stein (santa Teresa Benedicta de la Cruz) en el siglo pasado, quien fuera originalmente judía. John Henry Newman era un sacerdote anglicano que llegó a ser cardenal católico en el siglo XIX. No es santo, pero sí beato desde hace cuatro años.

La historia también ha visto a algunos santos cuya obra en vida divide criterios. José María Escrivá de Balaguer es uno de ellos.

El fundador del Opus Dei fue canonizado en el 2002, en un proceso en el que hubo reacciones que criticaban su pasado franquista y su ideología retrógrada, así como su egocentrismo.

La celeridad de la canonización de Juan Pablo II también hizo brincar a sectores de fieles. Su proceso es el más rápido después del que convirtió en santo a Antonio de Padua, muerto en 1231 y canonizado al año siguiente.

Otro cuestionamiento en torno a la canonización del llamado “Papa viajero” hace referencia a su silencio ante las denuncias de abuso sexual a niños, especialmente por el caso del sacerdote mexicano Marcial Maciel, quien llevaba una doble vida que incluía adicciones e hijos secretos.

En su defensa, el secretario personal de Juan Pablo II, cardenal Stanislaw Dziwisz, asegura que la información oscura de este caso nunca llegó a oídos del entonces pontífice.

Con respecto a los casos polémicos, Víquez asegura desconocer algún caso en que se haya revertido una canonización. Aduce que para evitar esto, el proceso del estudio de las vidas de los candidatos es riguroso y busca no dejar de lado ningún elemento importante que pueda desacreditar al postulado.

“Los que llegaron a santos fueron personas comunes y corrientes; no se puede pensar que un santo ni tose. De vez en cuando, pierden la paciencia, tienen carácter fuerte o se desaniman”, comenta.

La ruta del santo

El camino para que se concrete una canonización incluye otros peldaños previos e indispensables para que, finalmente, un Papa pueda proclamar a una persona como santa. Esos pasos son, al menos, cuatro.

En una primera etapa, un obispo diocesano, junto a un postulador, puede proponer a un candidato para que se le declare siervo de Dios, cuando consta que su comportamiento en vida fue ejemplar. Esto requiere de una investigación exhaustiva del candidato y solo puede postularse a alguien ya fallecido.

En una siguiente fase, una persona puede ser declarada venerable, cuando se considera que su vida fue tanto ejemplar como heroica. En esa fase, es la Congregación para las Causas de los Santos la que se hace cargo de las averiguaciones pertinentes, aunque es el Papa el que finalmente declara “venerable” al siervo de Dios.

El tercer peldaño es cuando la persona es declarada beata. Para esto, se requiere que la Iglesia católica reconozca una intercesión suya como un milagro. Solo se contemplan los actos registrados posteriores a su muerte.

Después de un procedimiento idéntico, otro acto aceptado como milagro sería suficiente para llevar al beato hasta la canonización. Sin embargo, hay casos excepcionales, como el de Juan XXIII, a quien el papa Francisco decidió canonizar sin que la Iglesia haya comprobado un segundo milagro.

Hasta hoy, solo había un Papa del siglo XX que hubiera cumplido con todos los requisitos. Se trata de san Pío X, cuyo pontificado se extendió entre 1903 y 1914. Antes de él, el más reciente es san Pío V, cuyo pontificado tuvo lugar cuatro siglos antes.

Hay otros 80 papas más que, a lo largo de la historia se convirtieron en santos, siendo el más antiguo san Pedro, el primer papa. Los 34 pontífices que le siguieron de forma consecutiva también fueron canonizados.

En los primeros tiempos, el proceso para proclamar santos era más sencillo y bastaba con la aclamación. No obstante, muchos de aquellos santos lograron el título por ser mártires; es decir, porque murieron debido a su fe, sin necesidad de haber intercedido en milagros.

Mauricio Víquez explica que la ausencia de otros papas santos en el siglo XX también tiene su razón de ser: antes era muy común que los procesos se hicieran muy rápidamente. Ahora, en cambio, la decisión puede tomar varias décadas.

Ya sea después de procesos largos, cortos o excepcionales, hay algo que une a todos los santos y los ubica en el mismo santoral. Para el padre Álvaro Sáenz, la característica común es el amor, que se expresa hacia los pobres o los que sufren, o bien para tener una conversión o influir para que otros la tengan. “A través del amor, logran que otros tengan la motivación para seguir a Cristo”, dice.