Pareja restituyó a parroquia la valiosa custodia del Santísimo que los ladrones profanaron

Un escandaloso robo en el templo de San Joaquín de Flores motivó, en un acto de amor y fe, a Fabrizio Acquafresca y Andrea Castillo a trabajar duro para que la comunidad recuperara una significativa pieza religiosa

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El 8 de abril del 2019 es una fecha que difícilmente olvidarán los creyentes católicos de San Joaquín de Flores, en Heredia. Ese día, a eso del mediodía, unos delincuentes ingresaron a la iglesia de la comunidad y se robaron tres piezas religiosas bañadas en oro.

Estas no eran piezas cualquiera: eran objetos considerados reliquias para la comunidad creyente e incluía una corona de la Virgen María y dos custodias cuyo valor total estaba estimado en ¢30 millones.

Sin embargo, el dolor por la perdida no la suscitaba el dinero, sino los años que tenían esas piezas en la parroquia. Además, para los católicos, la custodia es sumamente importante, pues es donde se expone el Santísimo sacramento.

Una custodia es una pieza que, generalmente, es fabricada en oro, plata o bronce. Tiene una amplia base y en la parte superior un círculo en vidrio donde se coloca la hostia luego de ser consagrada para la adoración de los creyentes.

En los días posteriores al robo, la consternación y la tristeza abundaron entre los vecinos de la comunidad, incluidos los esposos y artesanos del metal Fabrizio Acquafresca y Andrea Castillo, quienes simplemente no pudieron quedarse tranquilos ante tal robo en su comunidad.

“Yo le conté a Fabrizio que había sucedido el robo, le conté las circunstancias y demás y él básicamente se volteó y me preguntó: ‘¿por qué no hacemos nosotros una?’. Yo me sorprendí mucho, pero es que Fabrizio ha trabajado anteriormente en algunos objetos de arte sacro. Entonces aunque no es lo que nosotros normalmente hacemos -que son piezas de joyería- él sí tenía un poco más de expertis.

“En ese momento yo le dije que sí, que la idea era muy bonita y todo, pero que nosotros vivíamos la mitad del tiempo en Costa Rica y la otra mitad del tiempo en Italia, y que siempre estábamos muy cortos de tiempo. Él lo que me dijo fue: ‘no importa, la hacemos’”, relata Andrea.

Fabrizio es un artista que viene de una familia que, desde hace 400 años, se dedica al arte de la escultura del metal, sobretodo la plata, y forma parte de una dinastía que hasta el momento no se ha roto. En total, 17 generaciones se han dedicado a trabajar el metal y a especializarse en el repujado y cincelado florentino.

Muchas de las obras de sus antepasados se encuentran en importantes museos como el Metropolitan, en Nueva York; o el Galileo, en Florencia. Además, él ha hecho el cubre evangelario para los últimos tres papas.

Y así, Fabrizio y Andrea emprendieron un nuevo reto con el visto bueno del sacerdote Víctor Hugo Víquez: una custodia para la parroquia de San Joaquín de Flores.

“Como nosotros íbamos regularmente a la iglesia, unos días antes de la pandemia nos encontramos al Vicario Parroquial y le preguntamos que si la podíamos hacer, y él nos dijo que sí, que la hiciéramos y nos fuimos para Italia”, recuerda la costarricense.

La unión de dos culturas

Fabrizio y Andrea se casaron un 13 de mayo del 2017, en la Iglesia Santi Apostoli, en Florencia, Italia. Con su matrimonio la pareja sintió que de alguna manera unió a dos países, a dos culturas.

Casi tres años después de su boda, Fabrizio vio en la custodia la oportunidad de volver a unir a Costa Rica con Italia hermanando la iglesia en la que se casaron con la parroquia de San Joaquín.

Entonces le pidió al sacerdote de la Iglesia Santi Apostoli, Paolo Cerquitella (quien fue el que los casó), permiso para poder analizar la custodia de la parroquia y hacer una igual para la parroquia de San Joaquín. Al cura le pareció un gesto muy noble y no dudó en compartir la pieza con Fabrizio y Andrea.

“Nuestro matrimonio no fue solamente la unión de nosotros dos, fue la unión de dos culturas y de dos países y eso es algo que siempre hemos tratado de reflejar en el trabajo que hacemos.

“La iglesia en Florencia es la más antigua y data aparentemente del año 700 y básicamente lo que hay ahí son reliquias, incluida la custodia. De hecho, cuando Fabrizio comenzó a estudiar la pieza y la desarmó, se dio cuenta que la última reparación que tuvo fue en 1854. Es decir, son objetos que forman parte del patrimonio histórico, artístico y cultural de Florencia”, comenta Andrea.

Con la custodia desarmada el artista comenzó a tomar medidas y sacar moldes para poner manos a la obra en territorio Italiano, donde Fabrizio tiene su taller.

Sin embargo, el proceso para tener lista la pieza fue más lento de lo que esperaban, pues al poco tiempo de ofrecerle la custodia a la comunidad de Flores llegó el 2020 y con él, la pandemia.

Durante la pandemia Fabrizio y Andrea estuvieron en Costa Rica, pues dadas las condiciones de salud, las fronteras se cerraron y no podían viajar a Italia para continuar con el proceso de construcción.

Fue un año más tarde, en el 2021, cuando finalmente hicieron maletas para viajar nuevamente al país natal del artesano y retomar el proyecto. La pareja estaba tranquila en el 2020, pues las iglesias estaban cerradas, sin embargo, con la apertura de estas prácticamente un año más tarde, el sacerdote iba a necesitar la custodia.

La pareja recuerda que cuando volvieron a Italia faltaba muy poco para tener la pieza lista y que, en ese momento, se sumaron varios artesanos más a la elaboración de la custodia para poder terminarla lo más pronto posible.

“Esta no iba a ser solo un regalo para la comunidad, para mí personalmente es una pieza muy importante porque trae un mensaje: la unión de dos familias, de dos culturas, de dos continentes y de dos comunidades.

Y yo creo que ese ha sido el mensaje más bello y más importante que está detrás de un trabajo largo que contó con la colaboración de varias personas, porque hubo otras personas que nos ayudaron mucho para construir un trabajo así. Muchas personas en Florencia donaron su trabajo, su tiempo y demás para poder terminarla”, explica Fabrizio.

El resultado fue exactamente lo que esperaban: una custodia con el molde de la de Florencia, pero con detalles que los joaquineños iban a poder identificar.

La parte superior de la pieza es prácticamente igual a la de Santi Apostoli, con siete querubines que tienen una expresión muy diferente cada uno: hay uno que está feliz, otro está más enojado, hay uno pensativo. La parte superior está hecha en plata, mientras que la parte inferior es de bronce.

La gran diferencia es que Fabrizio añadió unas guirnalda de flores en la base “como una referencia de que iba a pertenecer a la comunidad de las flores”.

“No es una copia idéntica sino que tiene muchos aspectos similares, porque nosotros nos tomamos la libertad de cambiar algunos detalles para que tuviera la esencia propia de la comunidad, aprovechando el increíble talento y la técnica que tiene Fabrizio” dice Andrea.

Por su parte, Fabrizio replica: “Yo le cambié solo un poquito de detalle en la parte central y la parte de abajo pensamos dedicársela a San Joaquín de Flores y, por eso, fue que le pusimos flores en el cuerpo de la custodia”.

Emotiva entrega

Cuando finalmente la custodia quedó lista, Fabrizio y Andrea viajaron a Costa Rica, sin embargo, la pieza se quedó en Italia. Para poder trasladar la pieza hasta territorio tico necesitaban un estuche especial: una caja de madera forrada para que la pieza viajara segura vía FedEx y que cumpliera con los lineamientos de las aerolíneas.

La pieza llegó a Costa Rica en noviembre del 2021 y tan pronto supieron de su arribo, la pareja se comunicó con el sacerdote de San Joaquín quien les pidió que la entregaran en la misa del día de Navidad.

“Yo creo que al padre se le olvidó que nosotros la íbamos a hacer, porque cuando vino la pandemia no tuvimos más contacto con él”, vacila Andrea, quien agrega: “yo creo que hasta que no lo vieron no lo creyeron. Estaba muy contento y muy sorprendido”.

Andrea reconoce que ni el día de su boda con Fabrizio estaba tan nerviosa como aquel 25 de diciembre, cuando llegó el momento de pasar al frente de la iglesia con la custodia.

“Nosotros estábamos tan nerviosos durante la entrega… que ahí es donde uno dimensiona la importancia que tiene este tipo de objetos para la comunidad creyente. La custodia es una pieza que va destinada a tener a Dios en sí mismo y lo que sentíamos era algo indescriptible; nos sentimos muy conmovidos y alegres de que nuestro trabajo estuviera cumpliendo su misión”, afirma Andrea.

La pareja recuerda que cuando revelaron la pieza el pueblo estaba muy conmovido e, incluso, hubo gente que lloró al ver el regalo que tanta importancia tiene para los católicos.

“La idea de nosotros es utilizar el arte como una forma de expresión, pero siempre con la idea de dar alegría, felicidad y amor a través de cada uno de nuestras piezas, ya sea de joyería o de cualquier otro tipo de objeto… y este caso no era la excepción: siempre hacemos joyas para alguien en su compromiso o cosas similares, pero aquí estábamos haciendo una joya para Dios.

“Nosotros no teníamos tanta conciencia de que esto iba a pasar: la gente nos llegaba a agradecer muy conmovida y lloraban, entonces el impacto es mucho más que cualquier objeto que normalmente hacemos. Eso es increíblemente emocionante y nos llena de alegría, porque en un mundo donde todo es tan convulso, negativo y con tantas malas noticias, pudimos aportar un poco de alegría a través de nuestro trabajo”, explican.

Ya pasaron seis meses desde que los Acquafresca Castillo entregaron la custodia a San Joaquín de Flores y, como la creatividad convive con esta familia de artistas, a Fabrizio se le ocurrió una nueva idea: replicar el viacrucis que está en la iglesia de San Joaquín de Flores y llevar las piezas a la iglesia de Santi Apostoli.

La idea es donarlas y así completar el círculo de hermandad entre las dos parroquias.

Su deseo, en resumen, es que en su querida Florencia haya una parte del pueblo de su esposa, el mismo que se ha convertido en su hogar.