Oficiales de cuatro cascos

Los miembros de la Policía Montada imponen orden sobre el lomo de 92 animales que, además de ser sus herramientas de trabajo, son sus compañeros de causa.

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Desde la lejanía se nota que es una mula, no por terca sino por mula. A la distancia, se distinguen sus orejas largas y su cabeza ancha y de cerca se le nota la herencia genética de su padre –un burro–, aunque también carga con la característica altura que le dio su madre, una yegua.

Como ella –la mula– solo hay una en esta flotilla hípica; en realidad, por eso resulta inconfundible entre la caballeriza. La bautizaron Estrellita porque llegó del Valle de la Estrella, y se puede decir que tuvo la suerte de que le pusieran un nombre pues a la mayoría de los otros 91 equinos, en cambio, se les reconoce solo por un número marcado en su cuerpo con nitrógeno líquido, no con hierro, como suele hacerse.

Los dígitos los identifican como patrimonio del Estado, como oficiales de la Fuerza Pública y como miembros de la Policía Montada, fundada en 1990. Son 92 equinos que trabajan por el orden y la paz.

Su raza se llama cuarto de milla y se caracteriza por el pecho ancho y la reacción veloz, por una particular inteligencia y una resistencia innegable. Todas estas criaturas parecen sacadas de un mismo costal, especialmente las que comparten el mismísimo tono de café. Son pocos los caballos blancos y si acaso hay unos cuatro de color mostaza desteñida.

“Ese es el 130, ahí va el 55, aquel es el 62… El 80 y el 60 están enamorados, no se dejan, siempre tienen que estar juntos, igual que el 90 y el 82. La 113 es la de careta blanca…”, va diciendo Gerardo Cholo Retana, quien parece no tener problema en reconocer a los caballos sin verles el número. Más bien, tiene el ojo entrenado para diferenciar a una criatura de otra, y lo hace de maravilla.

No es de extrañar que esté tan familiarizado con estos animales, porque Cholo entró a la Policía Montada en 1995, como jinete. Dejó de montar hace años, desde que se le partió la pelvis con el “jaloneo” de un caballo. “Se me hacían los pies como un muñeco”, recuerda. Su currículo de lesiones y experiencias dolorosas también incluye la vez que un caballo le golpeó la cara de un fuerte manotazo (un golpe con una pata delantera) o cuando un clavo le atravesó el pie mientras herraba a una bestia.

“Nosotros hacemos el trabajo más sucio y peligroso que nadie ve”, dice Jacinto Castro, compañero inseparable de Cholo y quien no se explica cómo, desde que entró a esta unidad hace 18 años, ha salido intacto, sin golpes de gravedad en su interacción diaria con los equinos.

Castro y Retana atienden y cuidan a los 53 animales que tienen como base la finca Cementerio, en Pavas, ubicada detrás del Cementerio Metropolitano, donde solo las flores artificiales le dan vida al ambiente aciago que se respira.

Cementerio

Las bestias galopan desnudas sobre el suelo, donde se mezcla el verdor del césped con los charcos de la incipiente temporada lluviosa. Unos animales suben y bajan la loma a toda carrera, otros se revuelcan en el lodo que les oscurece el pelaje y unos más solo observan, observan y se rascan las patas, observan con los ojos pelados, observan y de repente alguno relincha reclamando quién sabe qué.

Los equinos son juguetones y todos son de naturaleza desobediente. Así los describe Antonio Morales, quien es domador de caballos desde hace 21 años. Su piel morena viene de Nicoya y ese morete en su ojo derecho habla del impacto que le prodigó que un caballo hace pocos días. “Los golpes que uno se lleva amansando caballos son de hombres”, dice.

Álvaro “circa” y “tornea” (da vueltas) a los caballos para “descosquillarlos” (quitarles el nerviosismo que les impide ser montados).

Ningún caballo llega a ser policía sin pasar por su entrenamiento. Se les acostumbra al trote veloz y a la bulla de la gente para que no se desboquen en un espacio tumultuoso, donde la Policía Montada acostumbra laborar. Se necesita que los animales aprendan el oficio policial a más tardar a los tres años de vida: después de cuatro años, el caballo se vuelve cimarrón e indomable.

Todos los equinos que hoy laboran en esta unidad nacieron en la finca Cementerio, donde en las tardes lluviosas los policías se guarecen en un rancho de madera. “Lo bueno es que solo se mete el agua cuando llueve”, dice Cholo en medio de risas, mientras mantiene sus ojos vigilantes en lo que hacen los caballos.

A lo lejos, detrás de una verja, otro grupo de caballos observa aún con más cuidado. Son los garachos, los caballos sementales, siempre con ganas de montarse en alguna yegua. Por esa sed insaciable, están separados, especialmente porque el Estado debe aprobar cualquier reproducción y todavía no es buen momento para que alguna yegua quede preñada.

La finca Cementerio sufre una sobrepoblación, pues actualmente alberga a 53 animales en un espacio que debería ser para un máximo de 25, según calculan los oficiales que ahí laboran.

Cada madrugada, a las 4:30 a. m., Cholo y Jacinto se levantan a bañar a seis criaturas que serán enviadas a trabajar al Parque Metropolitano La Sabana. El sexteto es elegido con base en una lista donde están anotados los números de los animales que han ido allá en los últimos días.

Los lavan con manguera. Les echan champú, suficiente para que no quede rastro de las revolcadas en el barro que ocurrieron el día anterior. Les revisan los cascos. Los peinan.

Parecen madres acicalando a sus hijos antes de mandarlos a la escuela. Su trabajo es más o menos ese, ya que en la Policía Montada se toman muy en serio la etiqueta y los cuidados prolijos.

Por eso les cortan el pelaje una vez al mes y les cambian las herraduras al menos cada 22 días.

Los caballos, pacientes y elegantes, esperan a que llegue por ellos el camión, el transporte que aquí equivaldría al bus escolar. Los seis elegidos serán enviados a La Sabana. Un largo día de trabajo les espera.

Indispensable

Tres binomios (jinete y caballo) tienen a cargo la seguridad del pulmón de San José, al oeste de la capital. Ahí se ubica la sede principal de la Policía Montada, en instalaciones que el Incofer presta a cambio de una vigilancia continua.

También posee otra sede en el parque de la Paz, una más en Liberia y la última en Puerto Viejo de Sarapiquí. En total, laboran 65 policías, con cuatro jinetes mujeres.

Nery García, director de la Policía Montada desde hace cinco meses, acepta que hay muchos que no entienden la razón de ser la unidad que él dirige. Algunos subordinados respaldan su parecer y comentan que a veces, dentro de la Fuerza Pública, este departamento queda en el olvido. Todos, sin embargo, explican que la labor que les corresponde no puede ser hecha por otra unidad policial.

Su función adquiere especial relevancia en actividades masivas que no pueden ser disueltas con facilidad. El trabajo de los caballos es impresionar por su tamaño, imponerse ante el desorden, marcar el paso para pedir respeto.

“Hay situaciones que solo nosotros podemos detener por el poder de la intimidación que tienen estos animales. Hemos demostrado que esta es una unidad necesaria”, comenta García, quien dirige la Policía Montada.

El trabajo de su unidad destaca en actividades como protestas, festivales y en las afueras de los estadios antes de partidos de fútbol. Antes participaban en los desalojos de precarios, brindaban seguridad en las cercanías del Museo de los Niños y el botadero de Río Azul, y hacían un recorrido que iba de la plaza de la Democracia hasta el parque La Merced, pasando sobre avenida segunda. Hubo quejas por la boñiga que dejaban en la vía y la ruta fue cancelada.

En otro tiempo, también los usaban para llegar a Linda Vista de Patarrá a entregar notificaciones, pero desde siempre, el trabajo más pesado es en los topes, donde el ambiente se pone tenso con facilidad.

En ese tipo de actividades, se han producido los accidentes más graves para estos animales. Una vez, en un tope en Ciudad Colón, al número 138 le clavaron un puñal en la nalga, mientras que en otro encuentro del mismo tipo, un caballo resultó herido en un ojo porque le lanzaron una piedra.

Aquellos ofensores no sabían que maltratar a un caballo de la Policía Montada puede penarse con el mismo castigo que pesaría sobre la persona que maltrate a un oficial de la Fuerza Pública.

Celso Gamboa, recién nombrado como ministro de Seguridad en la nueva administración, asegura que esta unidad –que pertenece a la División de Unidades Especiales– se debe fortalecer por su importancia.

“La efectividad de la Policía Montada se mide por lo que deja de pasar en virtud de su presencia. La imponencia del animal, aunado a la pericia del jinete, logran una respuesta rápida y eficaz en espacios de cobertura que los policías de a pie o en vehículo no pueden estar. Ahora la unidad camina; yo quiero que corra”, afirmó el nuevo jerarca de esa cartera.

La Policía Montada ha tenido altos y bajos. No hablamos de caballos, sino de momentos desde su fundación, más de dos décadas atrás. Veinte equinos y 30 oficiales estrenaron el departamento, pero no fue hasta cinco años después de iniciar labores cuando recibieron una capacitación por parte de oficiales chilenos.

Si se ve el traje de los jinetes, es fácil suponer que el modelo que inspiró la versión tica es el canadiense. El uniforme de gala de los oficiales es de color rojo vivo, con un pantalón ancho en la parte superior y angosto en la inferior, especial para cabalgar. Usan además un sombrero negro de ala ancha y botas altas y brillantes.

Los caballos también se ponen elegantes con un “cabezado” y fajas rojas en las patas, así como unos mantillones blancos encima de la montura.

Luis Picado labora en La Sabana como jinete desde hace 11 años y desde entonces ha tenido que ponerse el uniforme de gala en múltiples ocasiones. El número 155 es su caballo predilecto y le tiene un cariño especial.

La amistad entre el jinete y el caballo es indispensable. De hecho, se dice que un animal a disgusto con su caballista puede botarlo. En cambio, cuanta más confianza haya entre los dos, más efectiva será la labor.

Delicados

Los gajes del oficio incluyen peripecias como persecuciones. Hace poco, por ejemplo, en La Sabana hubo una carrera intensa para alcanzar a tres asaltantes. Dos jinetes y sus caballos los corretearon desde el edificio de la Contraloría hasta un punto situado 300 metros al sur, donde fueron detenidos y aprehendidos.

Sin embargo, para asegurar las condiciones de excelencia de los animales, el trabajo de atención a su salud resulta delicado. Francisco Madrigal Villa es veterinario especializado en equinos y desde hace tres años trabaja con la Policía Montada.

Su disponibilidad debe ser permanente los siete días de la semana, debido a algunos padecimientos recurrentes en los caballos. Lo más común son los cólicos que, si no se tratan bien en las primeras 24 horas, pueden provocar la muerte del animal.

Los cólicos equinos son frecuentes por factores como el movimiento del asa intestinal en el trote, el hecho de que los caballos no pueden vomitar o la ingesta de alimentos no apropiados. “El caballo es más sensible al dolor que un ser humano y, si le duele algo, cambia su frecuencia cardiaca y su caminar; se pone brusco y da patadas”, explica el especialista.

Otros padecimientos se deben a patadas que les prodigan otros caballos en las patas traseras, o a mordiscos que se dan en las peleas. Así, terminan desgarrándose tejidos en áreas como el cuello y lomo.

En la finca El Manzano, también conocida como “la casa de la pradera”, están 15 bestias decomisadas, otras en recuperación o aquellas sin capacidad para trabajar. Hay algunos animales que se encuentran cerca de la pensión. Cuando se les retira por completo de su labor dentro de la Policía Montada, son enviados al parque Santa Rosa y pasan a ser propiedad del Minae.

¿Y qué salario reciben los pensionados? Como en realidad nunca fueron asalariados, a lo largo de su vida laboral recibieron su paga en especie: en suculentas pacas y numerosos chineos.

Hoy, Estrellita y sus 91 compañeros de labores son los chineados de una unidad que galopa en cuatro cascos.