Obituario 2020: Víctor Rugama: ‘Mi amor, yo estoy preparado para partir’

Antes de abordar la ambulancia, el último domingo de su vida, este consejero cristiano tuvo unos minutos a solas con su adorada esposa. Apenas tuvieron tiempo de cruzarse un “te amo”, luego se quitaron las mascarillas y se bendijeron con un conmovedor beso. El último beso.

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Las tardes de domingo suelen ser aciagas para muchos, pero no para el matrimonio conformado por Víctor Rugama y Cristina Oreamuno, quienes se habían encontrado en el otoño de sus existencias y unido sus vidas en matrimonio hace seis años, ella con 54 y él con 67.

Toda la semana y más aún los domingos, ellos pasaban permanentemente ocupados en sus muchas faenas, las que desempeñaban entre los fieles de la Iglesia El Redil, justo donde ambos se conocieron y tan solo seis meses después, dieron el esperanzador “Sí, acepto”, ella hermosamente vestida de blanco y él con un elegante traje entero, en una ceremonia llena de luz y esperanza.

Pero el domingo 20 de setiembre, ese sí que fue diferente. A no dudarlo quedará en enmarcado en la memoria de Cris –como le decía su adorador marido-- hasta que ella reciba, según manifiesta, el “llamado divino” y vuelvan a estar juntos.

Puesto en blanco y negro, lo ocurrido ese día suena desgarrador. Y sí, ella lloró contándomelo y yo lloré escribiéndolo. Pero la historia se va tiñendo de colores, de anécdotas, de recuerdos y de un consuelo que a ella le prodiga su espiritualidad pero también el agradecimiento porque Dios permitió que ellos se conocieran y vivieran lo que ella considera los seis mejores años de sus vidas.

Días antes de ese domingo, don Víctor había sido diagnosticado con el nuevo coronavirus “por nexo” (doña Cristina fue quien dio positivo primero con examen clínico) y en cuestión de días, mientras guardaban cuarentena, él no tardó en mostrar síntomas relacionados con la enfermedad, hasta que ese 20 de setiembre los médicos a cargo del caso consideraron urgente trasladarlo a un centro médico porque la tos que venía padeciendo se exacerbó.

Cuando llegó la ambulancia, Cristina salió a despedir al amor de su vida en la acera, alejados unos metros de cualquier ser viviente.

--¿Usted está preparado, Víctor?-- le musitó ella-- Si tenés que pedir perdón o necesitás guía…

--Cris, estoy listo para morir, mis plegarias son lo más lindo y lo más puro que el ser humano puede tener… estoy listo, te amo--.

“Entonces, nos quitamos las mascarillas, nos dimos un beso y le dije 'Yo también te amo, váyase en paz y que Dios tome el control”, le dijo Cristina.

Tres días después, el miércoles 23 de setiembre, en la madrugada, recibió la noticia de que su esposo había fallecido a la 1:14 a. m., tras un empeoramiento súbito, pues lunes y martes había sido reportado como “estable” y hasta habían conversado por teléfono, hasta que a él se le descargó el celular y desde esa llamada rota, lo siguiente fue la noticia de que don Víctor se convertía en uno de los cientos de fallecidos por la covid-19 en el país, pero jamás, jamás, en una estadística.

No para sus seres queridos, no para su amada Cristina, quien cuenta su historia de amor con una retórica envolvente, que se torna para quien la escucha en altavoz por celular como si fuera una hermosa película en tono sepia.

La amorosa pareja venía cuidándose con esmero desde que el nuevo coronavirus secuestró al continente tras haber implosionado en el planeta.

Sin embargo, algo pasó. Algo que nunca sabrán y que, por supuesto, ya no tiene mayor importancia: Cristina empezó a sentirse un poco mal pero lo asoció, con toda lógica, a sus crisis de toda la vida por bronconeumonía y otros padecimientos que cada cierto tiempo, en años pasados, la “volcaban” pero ella se recuperaba rápido con los tratamientos adecuados.

Don Víctor tenía otras situaciones de salud que también lo hacían cuidarse prolijamente desde que la covid-19 apareció en nuestras vidas: él era sobreviviente de cáncer de próstata y tenía otras condiciones típicas de su edad, como hipertensión y diabetes.

Pero bueno, lo de los padecimientos fue, desde el primer día y hasta hoy, aún cuando don Víctor está por cumplir tres semanas de su fallecimiento, un tema secundario.

Cristina, ferviente creyente, está lidiando con su luto, desde el primer momento, asida a su Dios y a un sólido engranaje de familiares y amigos quienes, como ella, extrañan miles a don Víctor pero, en vista de la personalidad del aludido y de todas las marcas positivas que dejó a lo largo de su vida en los demás, sobre todo en los últimos años en que mezcló sus vivencias con sus estudios bíblicos y se dedicó a predicar la Palabra de la Biblia, reflexiones y consejerías.

“Ya uno cuando tiene cierta edad y experiencia se complica la vida menos, eso fue de lo primero que hablamos, ya uno no se pone a hacer tonteras ni a hacer caso a tonteras… Él tenía sus hijos de su matrimonio anterior, del que había enviudado antes de conocernos y yo a mi hija y mi nieta, que lo adoptaron inmediatamente como papá y abuelo, de hecho para mi nieta era el abuelo soñado, ella ahora tiene 16 años y viera qué lindos los mensajes que le ponía todos los días por Whatsapp, todavía un día de estos me encontré unas tarjeticas que le hacía: ‘Eres el mejor abuelo del mundo’”, dice Cristina… al tiempo que hace una pausa, la que yo le agradezco porque tampoco puedo hablar.

“Una cosa que yo aprendí desde que me casé con él, que era tan pero tan bueno y alegre --el alma de la fiesta siempre aunque nunca desalineado de sus prédicas religiosas-- fue que al final no importaba quien tenía la razón en alguna tontera de la convivencia, eso me queda a mí el en corazón de lo más bonito, que sin saber lo que nos iba a pasar, aunque igual sabíamos y sabemos que todos nos vamos a morir, no gastamos tiempo en discusiones nunca, ninguna relación es perfecta pero nosotros aprovechamos la madurez y vivir nuestros años lo mejor y más contentos…”, relata Cristina.

Aunque no pudo verlo ni asistir al breve homenaje religioso de su amado esposo, pues ella estaba en plena cuarentena, encuentra la paz cuando recuerda que unos días antes del internamiento de él, tuvieron una profunda conversación sobre la posibilidad de que alguno sucumbiera a la enfermedad. “Vea Cris, Dios tiene la soberanía completa. Si está entre sus planes llamarme, que se haga su voluntad, yo acepto sus designios y no me voy a despedir de nadie, porque yo creo en la vida eterna y a usted yo la voy a esperar; si Dios me llama, allá nos vamos a encontrar”.