Nada de pobrecitos: el reto de ser ciclistas con paraplejia, amputados o no videntes

Una bala perdida, una descarga eléctrica, una enfermedad degenerativa, un cáncer... La vida los desafió y Heidy, Leonel, Bolívar y Gibdel hallaron en sus bicicletas la inspiración propia y para otros

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ubiquémonos en 1998: mientras le da vuelta al casete de Mecano que lleva a todo volumen en su Walkman, Heidy Arias Ovares levanta la cabeza y se percata que está frente al aeropuerto Juan Santamaría. Ha recorrido más de 20 kilómetros en cuestión de minutos desde su casa, en Escazú y todavía le falta.

No sabe para dónde va, pero eso es lo de menos. Se siente muy a gusto con la libertad que le da la bicicleta, una de sus pasiones más grandes desde niña.

Cuando por fin le da vuelta al casete se coloca de nuevo sus audífonos, se desconecta una vez más del mundo y sigue pedaleando sin un rumbo fijo... hasta donde la carretera la lleve.

Esa era la rutina de Heidy cuando era una joven ciclista que recorría largas distancias. Desde entonces han pasado más de dos décadas y una bala perdida que la obligó a transformar su vida.

El pasado 2 de febrero se cumplieron 21 años desde aquella noche del 2001 en la que ella y su inseparable amigo, Allan Hidalgo, se estaban bajando de un taxi cuando una bala atravesó la cajuela y el asiento trasero del vehículo y perforó la columna vertebral de Heidy. Ese fue el último día en que sintió sus piernas.

La lesión medular le provocó una paraplejia completa y los doctores no tenían nada más que hacer.

“Ya no camino y esa es una realidad. Mi médula está totalmente partida y no hay conexiones cerebrales para hacer movimientos. La lesión es completa y no hay recuperación. Hay muchos estudios de células madres que son experimentales y si es experimental puede ser que traiga complicaciones, porque por un lado aprendes a caminar, pero quedas ciego o pierdes la movilidad de uno de tus otros miembros. Entonces la verdad es que así estamos bien”, dice.

Luego del accidente y estando aún en el hospital Heidy se preguntaba qué seguía. Reconoce que al principio fue difícil, más aún cuando le tocaba ir a terapias al Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare) y creía que ese no era su lugar, entre otras cosas, porque había personas con discapacidad y ella no se sentía como ellas.

Una vez, incluso, le dijo a su mamá, Flor Ovares, que la sacara de allí, que ella quería irse a la casa. Su berrinche fue tal que se regresaron sin completar la terapia.

No obstante, Heidy estaba convencida de que no iba a dejar de practicar deporte. Empezó a ver la vida de una forma positiva.

“Cuando es una discapacidad adquirida, la vida da como un giro de 180 grados. Yo siempre fui muy positiva, quería saber qué había más allá y qué iba a hacer ahora.

“Pero el primer año fui muy quisquillosa. Cuando iba a terapias el doctor me decía: ‘Vas a terminar en el suelo’. Y yo me caí y eso me enojaba. Y entonces el doctor me decía: ‘Levántese sola’ y más me enojaba. Pero realmente a mí lo que me molestaba era que me llevaran al Cenare, porque yo veía personas con discapacidad y yo no me sentía parte de ellos, o sea, hasta ese momento yo nunca había tenido una relación con personas con discapacidad”, explica.

Poco a poco fue entendiendo que la silla de ruedas iba a ser su compañera. Empezó a averiguar qué deporte podía practicar y primero encontró el baloncesto sobre silla de ruedas pero “siempre terminaba en el suelo”.

Durante ese período de prueba deportiva, Heidy continuó con su vida cotidiana: trabajaba como mesera en un restaurante y estudiaba en la universidad para ser periodista.

Fue en el 2010 cuando la comunicadora encontró el atletismo en silla de ruedas y se enamoró.

“Mi primera carrera la hice en la silla de ruedas convencional. Duré dos horas y 10 minutos y me acuerdo que toda la gente era como: ‘¿A qué hora irá a venir esa muchacha?’, y bueno, lo logré. Logré pasar la meta”, recuerda.

Desde entonces ha competido en un sinfín de carreras, tanto en Costa Rica como el extranjero, incluso en China. Su mejor tiempo lo hizo en Colombia, donde recorrió 10 kilómetros en 31 minutos con 33 segundos.

Es enfática en que abrirse camino en este deporte no ha sido fácil.

“No ha sido un camino sencillo en estos 12 años. Cuando yo empecé a correr las mujeres no corrían y no había premiación para ellas. Entonces premiaban a los varones en silla de ruedas y yo un día llegué y le dije a un organizador que las mujeres sí corremos y él me dijo: ‘Heidy, es que solo usted’. Yo me volví y le dije: ‘Ese es el problema de ustedes, busquen atletas para que vengan a correr conmigo’”.

Así, poco a poco, la periodista, quien desde hace cinco años trabaja en la Junta de Protección Social (JPS), se ha ido abriendo camino en el atletismo adaptado.

En el 2019, el deporte la volvió a sorprender. Ese año le donaron un hanbike, una bicicleta adaptada de tres ruedas, cuyas poleas están al frente. Fue un sueño hecho realidad, pues este tipo de bicicletas son muy costosas.

Al principio la deportista de 42 años tuvo que practicar mucho, ya que le costaba, por ejemplo, brincarse los reductores de velocidad (muertos) de la calle. Aun así, lo consiguió.

---

“Soy una atleta y persona con ángel. Siento que he tenido bastante apoyo durante mi vida deportiva y profesional y creo que lo más importante para un atleta y para una persona es demostrar que puede hacerlo.Yo sé que se puede, sí se puede, pero no te puedes quedar en la casa esperando que alguien te toque la puerta y te diga: ‘Mirá ¿querés ser atleta?’. No, no, hay que salir a la calle.

“Obviamente va a haber muchas carreras y muchas brechas que romper. La ley 7600 poco a poco ha ido cambiando con el paso del tiempo, no es la misma ley de hace 20 años, y así, poco a poco se ha ido cerrando esa brecha y ojalá que las personas con discapacidad se incorporen al deporte y sobre todo las chicas”, dice.

A Heidy practicar en las complicadas calles de nuestro país le da miedo, por lo que prefiere ir al centro de entrenamiento en Hatillo, donde sabe que no corre riesgo de que un carro la atropelle.

Su sueño es poder ir al mundial y a unos juegos paralímpicos y competir en ambas disciplinas. Sabe que debe esforzarse mucho, sin embargo, está satisfecha con el trabajo que hace, pues puede ver su superación personal en cada carrera y competencia.

Así ha sido en su vida personal y profesional: dice que nada es gratis y que debe trabajar fuerte para conseguir lo que quiere. De todas formas, ella es ambiciosa, terca y tiene claro que no va a aceptar que le digan que no puede.

“No me considero una persona con discapacidad, simplemente camino diferente; si vos me ves en una silla es tu problema. Yo creo que las personas con discapacidad venimos al mundo a demostrarnos a nosotras mismas que podemos hacer las cosas, y si de paso le enseñamos algo a alguien, la tarea está hecha”, agrega.

Disciplina

Y si de tercos y ambiciosos se trata, Leonel Solis Zúñiga asegura que es el primero en la lista. Y lo dice con orgullo, pues esa personalidad le ha permitido al ciclista con más de 20 años de experiencia seguir en pie y no rendirse ante la adversidad.

En el 2009, mientras muchos costarricenses estaban consternados por el terremoto de Cinchona y veían o escuchaban las noticias sobre el desastre, Leonel iba inconsciente en ambulancia hacia el hospital.

Él era dueño de un taller en estructura metálica y ese día se encontraba trabajando junto a un compañero. Recuerda que minutos después del terremoto estaba colocando una pieza metálica; él se giró y si bien los cables de alta tensión pasaban muy cerca, no los tocaban. Siguió acomodando la estructura, cuando de repente sintió un impacto.

“Volví a ver hacia los cables y yo no los toqué; no sé si fue que lo jalé que hizo arco y se vino una descarga eléctrica. Yo tenía el perlin agarrado con las manos y, además, estaba sentado en una pieza metálica. Entonces ahí sentí un bombazo y caí de cabeza. De hecho me corté la cara porque tenía un casco puesto. Todo fue muy rápido. Ahí quedé inconsciente, pero dicen que yo gritaba del dolor.

“Se me hicieron huecos en los brazos porque me pasó la corriente de un lado a otro y de ahí me trasladaron al Hospital de Heredia, donde me abrieron los brazos con un bisturí; y luego me llevaron al San Juan de Dios, donde estuve en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI)”, explica.

Cuando despertó recuerda que no podía mover los dedos del brazo izquierdo y tampoco sentía las agujas que le colocaban. Los doctores intentaron todo, pero Leonel había perdido la sensibilidad.

Mientras los doctores le daban un discurso médico sobre lo que le pasaba a su brazo, él interrumpió la explicación y directamente les preguntó si tenían que amputarlo. Los médicos asintieron y él solo les pidió que hicieran lo posible para que solo le amputaran la mano.

Días después lo trasladaron al Hospital del Trauma del Instituto Nacional de Seguros (INS) y allí se percató que su brazo derecho tampoco respondía y también debían amputárselo.Fueron muchos golpes devastadores en cuestión de días, pero él no quería caer.

“Me quedé dos meses en el hospital. Todos los días iba a la capilla, a pedirle a Dios no tanto que me salvara, sino que me ayudara porque yo no sabía qué iba a pasar después de que saliera de ahí, porque ese era el reto mío: que me ayudara a ser fuerte, a no caer, porque no iba a ser lo mismo.

“La gente lo ve a uno y dice que qué valiente que es uno, que cómo lo ha superado, pero mucha gente no entiende que también está la parte mental. Hay gente que no vuelve a salir a la calle por temor al qué dirán. No fue fácil al principio, para nada fácil”, reconoce.

De vuelta a la realidad, Leonel llegó a su casa en San Isidro de Heredia y se quedó en su cama un día. Al otro, se levantó y se prometió a sí mismo que no se iba a dejar vencer, que él no iba a dejar de hacer lo que le gustaba por no tener la mitad de sus brazos.

Su nueva realidad suponía que le tenían que ayudar cuando iba al baño, cuando comía o cuando se vestía, pero él no estaba dispuesto a depender de nadie. Además, entre sus planes no estaba el dejar de hacer ciclismo.

Lo primero que hizo fue ir a la caminadora a ejercitarse, allí se quedó unos 10 minutos. Al día siguiente lo volvió a intentar y así sucesivamente, hasta que decidió salir de su casa y caminar afuera “enfrentándome a los comentarios”.

“Traté de independizarme: de que no me bañaran, de que no me dieran la comida, de que no me lavaran los dientes, de que no me hicieran la barba. Aprendí a hacer todo lo más rápido posible y lo logré, porque no crea, ir al baño y estar teniendo que llamar a alguien para que le ayude y que tal vez la persona no quiera… era realmente muy difícil, pero es un reto que hay que afrontar para salir adelante. Yo no soy el primero pero gracias a mi fe en Dios, a la gente que me rodea, a mi familia y amigos lo logré y soy muy independiente”, asegura.

Al mes de haber salido del hospital, ya estaba manejando. Él mismo adaptó el volante para poder conducir.

“Le hice una argolla, fue invento mío y a lo que voy con esto es que nunca perdí tiempo para salir adelante, pero todavía estaba mi mayor reto: subirme a la bicicleta. Y era el reto más grande para mí porque eso es lo que me iba a ayudar a olvidar y a no tener tiempo de pensar en lo que me pasó, de no sacar el rato para preguntarme qué pasó, por qué a mí y eso me tomó varios meses”, afirma.

En diciembre de ese 2009 sus amigos lo invitaron a Guanacaste a hacer ciclismo, ellos siempre lo impulsaron y él aceptó. Luego de siete kilómetros de recorrido Leonel frenó su bicicleta y les dijo que no seguía, no porque no quisiera, sino porque no podía frenar.

Esa noche asegura que Dios lo iluminó y en un sueño vio claramente qué debía hacerle a la bicicleta para poder adaptar la manivela. Al día siguiente se levantó y con ayuda de uno de sus sobrinos le hizo varios cambios de forma tal que pudiera frenar.

“La arreglamos, metí los brazos en los cachos que le pusimos, frené y dije: ‘ahora sí’. Fui, me puse el uniforme y por primera vez salí a la calle solo con la bici. Me fui como hora y media. Y cuando llegó el domingo, que mis amigos iban para Cartago, yo les dije: ‘voy con ustedes’. Ellos me dijeron que si estaba loco y aún así me fui y así seguí hasta el día de hoy.

“Es difícil, no le voy a mentir, pero sí se puede lograr. Una persona que se hace la pobrecita es la que pierde. Hay que proponerse salir adelante y tener una buena actitud para ello, pero sobretodo hay que olvidarse del pasado. Una psicóloga a mí me dijo: ‘véase en el espejo: lo que ve es la realidad, usted ya perdió sus manos y no las va a recuperar, aprenda a vivir con eso’”, detalla.

Sus palabras calaron en él y por ello decidió ver la vida de una forma positiva. Allí comenzó un nuevo capítulo en su carrera como ciclista, esta vez en el ciclismo adaptado.

En el 2010, tan solo un año después del accidente, Leonel fue a su primer mundial en ciclismo adaptado. De hecho, asegura que fue el primer centroamericano en participar en un mundial de paraciclismo.

Al año siguiente, en el 2011, le dieron la oportunidad de representar al país en una competencia en Dinamarca para clasificar a los juegos paralímpicos de Londres, pero la carrera no salió como esperaba.

“Yo iba adelante y me faltaban como ocho kilómetros para llegar a la meta, pero había que hacer una rotonda y como yo era el único que iba agachado, me desbalancee, me caí y quedé todo lleno de sangre, pero así me volví a subir a la bicicleta y me fui detrás del pelotón. Quedé fuera pero yo quería terminar. Es decir, funcionó ser terco, porque nunca me doy por vencido y eso es lo que me ha ayudado”, agrega.

En los juegos paralímpicos del 2014 en Brasil fue el abanderado por parte de la delegación costarricense. En el 2016 el ciclista paralímpico consiguió la medalla de plata en la copa del mundo de ciclismo adaptado en la ciudad de Pietermaritzburg, Sudáfrica.

A la fecha ha competido en en más de 20 países, incluyendo carreras en Suiza, España, Dinamarca, Italia, Canadá y Estados Unidos. También en México, Brasil, Perú y Sudáfrica.

“Me he quebrado la clavícula, también he quedado inconsciente pero ese es el riesgo del deporte. Por otro lado, he tenido becas, he ido a mundiales, gané la medalla y estuve de segundo en el ranking mundial… de verdad creo que no me puedo quejar. Eso me ha ayudado montones y hasta el momento lo hago, solo le pido a Dios salud para practicar ciclismo y seguir siendo independiente. Dicen que no hay mal que por bien no venga”, comenta.

El ciclista de 57 años está pensionado y utiliza unas prótesis que a simple vista no se notan: son electrónicas, funcionan con batería y afirma que resultan mucho más cómodas que las mecánicas.

Hoy más que nunca quiere salir adelante por sus tres hijas Adriana, Angelina y Oriana de 6, 4 y 2 años, quienes lo llenan de amor y felicidad cada día.

Una lucha

Para Bolivar Rojas Rojas no ha sido fácil adaptarse a la prótesis mecánica, a pesar que ya son décadas con ella. Al igual que a Leonel, a él tuvieron que amputarle el brazo izquierdo luego de un accidente.

Bolivar soñaba con ser jugador de fútbol, específicamente portero, y se preparaba para ello, pues siempre fue un amante de los deportes.

Sin embargo, a los 21 años un partido le cambió la vida que hasta ese momento había imaginado para él.

“Yo jugaba en el alto rendimiento de la Universidad de Costa Rica (UCR) allá por el año 1978 y ya hasta jugaba algunos partidos en primera división. Y para reforzar, la UCR trajo dos uruguayos que pateaban durísimo y jugando en un colectivo, uno de ellos patea y me fisura la muñeca. El dolor era inmenso, insoportable, la mano se me Inflamó, ya las pastillas analgésicas no me hacían efecto. Entonces me mandaron a ortopedia y ahí vieron una mancha que en cuestión de un mes creció tres veces. El doctor me dijo que era un cáncer y que había que amputar.

“Tal vez gané la vida, pero en ese momento se me vino al suelo mi sueño de ser futbolista. Además, estaba en la edad en la que a uno le gustan las muchachas y verlo a uno amputado es diferente”, relata.

Pese a ello, don Bolivar no estaba dispuesto a dejarse vencer. Quería seguir haciendo deporte y sino era en el fútbol, entonces en cualquier otro. Además, quería deshacerse de la cantidad de químicos que le habían suministrado como parte del tratamiento.

Lo primero que intentó fue correr, sin embargo, a los 10 metros ya estaba cansado. Ese día se deprimió. Recuerda que se sentó en el caño solo con su coraje y frustración.

“En ese momento pasó de casualidad uno de esos ángeles mandados en misiones especiales. Era un excompañero de equipo de la Universidad de Costa Rica que me dijo que iba a pasar por mí todas las semanas y que íbamos a caminar 10 metros y a correr 25 y así fui tomando ritmo. Ya después yo decía: ‘Esto no me va a vencer’. Y tomé una bicicleta y ahí empecé”, narra.

Desde entonces practica este deporte todas las semanas, y lo suyo, más que a nivel competitivo, es recreativo. Con sus amigos ha recorrido gran cantidad de lugares del país y aprendido que no tener un brazo no le impide conquistar montañas o atravesar ríos.

Le ha dado la vuelta al Arenal en dos días, que son aproximadamente 185 kilómetros. También hizo la ruta que va desde Río Frío hasta La Cruz de Sarapiquí, que es de unos 80 kilómetros de ida y otros 80 de vuelta, y así ha ido a muchos lugares más.

“No soy el último, pero tampoco participo para ser el primero. Hemos subido a volcanes, hemos estado en plano, hemos estado en Cartago y la verdad esto ha sido una bendición”, afirma el vecino de Coronado.

En su caso en particular, don Bolivar hace ciclismo con su prótesis, la cual se cubre con una manga. Así aprendió a sostenerse y a frenar, también aprendió algunas “mañas”, sin embargo, detalla que una vez se le quebró la prótesis pues se cayó y esta quedó prensada en la manivela.

Por ello, el ciclista —quien trabaja como auditor forense independiente— afirma que la prótesis nunca será su amiga, sino más bien un “estorbo”.

“Es un recordatorio día a día de que sos amputado. Cuando yo me pongo esto yo recuerdo en cada momento por qué la tengo puesta, entonces no le puedo decir que la prótesis sea mi amiga, aunque tampoco es mi enemiga, pero yo no le puedo decir que ha sido la gran ayuda y que me ha ayudado a superar todos mis males. No lo es. Esto es un recordatorio todos los días de que soy diferente”, asegura el vecino de Coronado.

De hecho, don Bolivar afirma que en su caso nunca se llegó a acostumbrar a usar el aparato y que alguna gente cada vez que lo ve, se incomoda.

Por ello, ha aprendido a ignorar los comentarios ajenos y a hacer caso omiso a aquellos que le dicen “pobrecito”. Se enfoca en las cosas buenas de la vida y a disfrutar de cada paisaje que ve mientras recorre el país en su bicicleta.

“Lo que pasó sí es traumático, tiene repercusiones y es muy duro vivir así, pero dentro de uno mismo están todas las herramientas para poder salir adelante. Basta de sentir autocompasión, ya fue suficiente de eso, hay que vivir y ser felices, hay que aceptarse. La vida es muy linda”, dice.

El poder de la mente

La historia del “pobrecito” también la conoce muy de cerca el médico Gibdel Wilson Martínez. Él prefiere ignorar a quienes se acercan o hacen comentarios de ese tipo en el que lo victimizan, pues tiene claro que su función como ciclista no vidente es otra.

Él quiere ser un ejemplo de que si uno quiere, uno puede y que por más que le digan que no es posible, todo está en la mente.

Por ello, desde que retomó su pasión por el ciclismo, en el 2020, con la llegada de la pandemia, siempre anda su chaleco amarillo fosforescente que lo identifica como “triatleta ciego”.

“Mucha gente me ve y me dice: ‘No sé cómo va a hacer eso’, o ‘usted no puede hacer eso’; pero cuando lo hago, las personas ven que también lo pueden hacer. Entonces hay mucha gente que está en la casa desanimada y que no es necesariamente ciega, sino gente que pasa diciendo que la vida es muy difícil, que dice no puedo y que no sabe qué hacer. Y yo solo quiero que me vean y vean en mí un ejemplo para ellos”, dice.

Wilson, como lo conocen en el mundo del ciclismo, comenzó a perder la vista cuando tenía 21 años. Recuerda que en ese entonces andaba en moto con sus amigos de la universidad y le llevaban serenata sorpresa a sus compañeras, pero él echaba a perder la sorpresa porque su moto se iba en huecos que él no veía.

“Al principio yo pensaba que era por la noche que no veía, pero luego era tan frecuente que fui con el profesor de oftalmología a hacerme un examen y me dijo que tenía retinitis pigmentosa y que en el futuro me iba a quedar ciego”, comenta.

En esta enfermedad lo primero que se pierde es la visión nocturna, después se pierde la visión de profundidad y por último se pierde la visión periférica (es decir, la vista se va cerrando hasta ver solo a través de un tipo de agujero). En el 2014, tras poco más de dos décadas de su diagnóstico, Wilson dejó de ver completamente.

Al ser una enfermedad progresiva, el médico de emergencias sabía que esto iba a pasar un día y poco a poco se fue acostumbrando a la idea.

Reconoce que ha sido un proceso difícil, pero no está dispuesto a encerrarse en su casa a lamentarse, a pesar de que en múltiples ocasiones le han cerrado las puertas por ser no vidente en trabajos e incluso en competencias de ciclismo.

“Yo creo que hay una ceguera mental. Es decir, una ceguera peor que la de los ojos, porque muchas veces la gente no investiga que uno puede hacer esto o lo otro, sino que simplemente ya no puede hacer nada. Me pasó una vez que en un trabajo hice todo el proceso y solo tenía que llevar mis documentos, cuando los llevé en Recursos Humanos me dijeron que se habían equivocado, que no me podían contratar.

“Pero yo tengo un lema: si es que el ‘no’ ya lo tengo asegurado, ¿por qué no intentar el ‘sí'? Uno siempre tiene dos opciones: o sentarse a llorar o seguir adelante y ser un ejemplo. Yo decidí la segunda opción, porque la vida mía es así, yo no puedo quedarme sentado, y que me digan: ‘Ay, pobrecito’.

“Y yo no estoy diciendo que sea fácil, porque la vida es muy difícil, pero sí se puede salir adelante con propósitos. El propósito mío es ser un ejemplo para los demás”, dice el médico de emergencias, quien junto a su perra guía Jelly viaja a Talamanca y otros lugares alejados del país a atender pacientes.

Wilson tiene su propia empresa en la que da capacitaciones en emergencias y vende equipo de socorro. También da clases en la Universidad de Montemorelos, México, en la facultad de Medicina y trabaja en Aerodiva como médico de emergencias.

El ciclista, vecino de La Sabana, corre en una bicicleta tipo tándem que es para dos personas. Él va en el asiento trasero siempre en compañía de un guía, quien le indica qué debe hacer: si pedalear, si detenerse, si girar hacia un lado o al otro, si hay un reductor de velocidad, un hueco o una curva.

Generalmente rota a sus guías, que son básicamente amigos a quienes ha conocido en el camino.

“Uno de los problemas más grandes que hay son los guías, porque obviamente hay que coordinar agendas entre dos personas y debo estar turnando. Pero siempre busco no solamente que sea un buen ciclista, sino que sea una buena persona. Nosotros somos un ejemplo, salimos a andar en bici y todo el mundo nos vuelve a ver: niños, personas en los carros, nos toman fotos; entonces yo le digo a mis guías:’tienes que ser un ejemplo’”, afirma.

Por ahora la bicicleta tipo tándem de Wilson es prestada por cinco años y especial para competencias (la mayoría de las tándem son recreativas). Con ella solo puede competir en Costa Rica, dado a que es muy grande y pesada como para llevarla en un avión.

De hecho, busca un patrocinio pues quiere adquirir una bicicleta que sea desarmable y que le permitiría cumplir su sueño de viajar al exterior para competir. Sin embargo, aún no lo consigue.

Mientras tanto se sigue preparando, compitiendo en cuanta carrera pueda y llevando su mensaje de positivismo a las personas, al igual que Heidy, Leonel y Bolivar. Los cuatro solo esperan que sus casos inspiren a otros a ver el lado bueno de la vida y el deporte.