Mi historia con Maradona

El planeta se divide en dos: los que amamos a Diego Armando hasta la idolatría… y los demás. Los primeros llevábamos años dizque preparados para la noticia de su muerte “en cualquier momento”. Esta semana, cuando finalmente ocurrió, lo supimos: no nos imaginamos el mundo sin Maradona. Porque su grandiosidad va a trascender todas sus imperfecciones. Y eso es mucho decir.

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Lo tuve a tres o cuatro metros de distancia. Me paralicé porque fue un asunto de segundos, pero sí, sí era él y aquella minifracción de tiempo se quedará conmigo por siempre jamás, pero en un día como hoy, se agiganta.

Era febrero de 1997, me había ganado una pasantía en Buenos Aires como periodista temporal en la agencia estatal de noticias Télam y viví por más de un mes en Uruguay y Córdoba, una céntrica calle cercana al Obelisco…

Aquella mañana bajé a comprar el desayuno en el kiosko de siempre y mientras esperaba, me llamó la atención un hermoso vehículo blanco que estaba haciendo el semáforo.

Fueron momentos para empezar a ver una espontánea aglomeración en la esquina entre transeúntes que, sin conocerse, se juntaban y exclamaban “¡Es él, es él!”. Entonces me percaté de que sí ¡era él! El semáforo le dio paso y nos dejó a todos, incluidos el quiosquero y el adorable Tomasito, el anciano que hacía de ascensorista en el edificio felices de la vida… como fuera ¡habíamos conocido a Maradona!

A mí siempre me quedó la duda de si en realidad era el 10 el que transitaba por una de las principales calles del centro de Buenos Aires, pero aún al día siguiente era comentario entre quienes atendían los distintos kioskos, y ni qué decir cuando unos días después, mi colega Berlioth Herrera, becaria que vivió conmigo aquella impresionante experiencia periodística en la bella Buenos Aires, abrió la puerta de la habitación una tarde y me dice, como si nada: “Vieras que ahí acaba de pasar Maradona, iba en un camaro blanco”. Así, sin signos de admiración ni nada. Huelga decir el papelón que hice yo con ella, incluso la increpada que le di por llegar contando que había visto a Maradona como si no se tratara de uno de los astros del fútbol, ahí sí, un verdadero galáctico.

En fin, cada quien entre nosotros los maradonianos, tiene su historia íntima con él. Incluso, en mi caso, una que va más allá del fútbol. O muchas. Creo que no hay otro hombre en el planeta por (y con) el que haya llorado tanto. En las buenas, la mayoría. Para empezar porque por siempre jamás ha sido imposible no apretar la mandíbula cada vez que veo la retransmisión del mejor gol en la historia del fútbol (a mi juicio), aquella joya irrepetible, el 2 a 0 contra Inglaterra en México 86.

Estaba saliendo de mi adolescencia con todos los enredos de amores y amoríos, desde entonces, con futbolistas: una cosa llevó a la otra y me volví fanática del deporte más espectacular del mundo y, por ende, de Maradona… como millones en el orbe.

Pero como cada quien resuelve sus avatares a su manera, yo empecé a coleccionar pósters de los que salían en los periódicos de aquellos tiempos y empapelé el techo y las paredes de mi cuarto, con decenas de fotos emblemáticas de Diego Armando… Entonces, cuando regresaba a la casa después de uno de tantos traspiés amorosos que tenemos todos en esas edades, ponía un cassette de los de antes repletos con los himnos de México 86, y mientras lloraba por el recién reventón amoroso, devolvía una y otra vez el himno principal de aquel memorable Mundial… “¡México 86! ¡México 86! Donde se vive la emoción. ¡México 86! ¡México 86!, ¡¡¡el mundo unido por un balón!!!”.

Y revivía mentalmente aquella joya considerada el gol del siglo, tatuada en la memoria de quienes nos llegamos a enajenar a tal punto que nos aprendimos el segundo a segundo de aquella gesta sobrehumana que fabricó en México 1986, cuando en 44 pasos y 12 toques con la pierna izquierda dribló a cinco jugadores ingleses, dejó a otros dos sin posibilidad de alcanzarlo y marcó el mejor gol de la historia de los mundiales.

Como explicaron los medios deportivos más prestigiosos del mundo en aquel momento y durante todos estos años --jamás nos cansaremos de ver el gol del siglo-- el despliegue de Maradona para lograr aquella obra de arte fue también una gigantesca demostración de destreza atlética. “El capitán de la Selección Argentina recorrió ese trayecto a una velocidad promedio de 14.4 kilómetros por hora. Para muchos correr 4:10 cada mil metros, en tiempos de GPS, puede no resultarle una hazaña, pero ese dato se convierte en algo maravilloso si lo traducimos en un 10K en 41:40 o una media maratón –esquivando adversarios – en 1:27:55 se transforma en algo maravilloso”, explica el portal BolaVip.

Eran los 80s, no había retransmisión analógica o digital, pero en esos trances sentimentales me encerraba a escuchar el himno una y otra vez al tiempo que atesoraba las fotos de Diego Armando Maradona en sus jugadas maestras… y de alguna manera, o por alguna razón, toda aquella parafernalia se convirtió en mi refugio post-adolescente, aunque también me influenció de tal manera que me volví loca por y con el fútbol, al punto de que mi primer hijo (tortón, ilegítimo o como se quiera llamar en aquellos tiempos en los que se usaban las etiquetas) resultó ser hijo no solo de un futbolista, sino de un delantero increíble que se retiró antes de tiempo… pero, a ver: fue Diego Armando Maradona quien me inspiró en todo el mundo futbolístico que incluso me abriría las puertas, pocos años después, como parte del staff de Deportes de La Nación, exactamente 28 años atrás.

Desde entonces, todos los maradona-lovers tenemos nuestra historia con él. Incluso cuando empezó a “equivocarse” ante los ojos del planeta, como ocurrió con su prueba dopping en EE.UU. 1994, en un evento desmoralizante ante nosotros los que, amándolo, queríamos creer en que el deportista extraordinario hasta en lo deslenguado, sin filtros para hablar hasta de la FIFA como una legión de mafia, iba a cometer una pollada como la de meterse cocaína en un Mundial de Fúbol… siendo él la estrella máxima.

El estupor y la incredulidad nos sumieron en un letargo a quienes lo defenderíamos prácticamente de por vida, mientras que la otra parte del mundo le disparaba su decepción sin piedad. No los culpo, era imposible entender cómo un tipo tan estratosféricamente talentoso y famoso se la iba a jugar así.

Los siguientes 26 años viviríamos muchos dejavús por el estilo, cuando Diego parecía ir en caída libre... hasta que llegó el emblémático año 2000 y el astro argentino no nos dejó ni asimilar que estábamos frente a una nueva centuria: el 4 de enero Maradona sufrió una sobredosis de cocaína mientras vacacionaba cerca del exclusivo balneario Punta del Este, en Uruguay. Años después, el joven médico al que le correspondió atender la emergencia tras el llamado de Guillermo Coppola, entonces representante de Maradona, aseveró que Diego había estado 40 minutos al borde de la muerte, hasta que su apoderado y otros acompañantes accedieron a llevarlo a un hospital.

”Cuando llegué mi hicieron pasar enseguida. Me encontré, no a Maradona, me encontré a un hombre muriendo. Estaba en estado de coma, tirado en un sillón, rodeado de personas que no tenían mucha idea de lo que había que hacer”, contaría Romero años después al diario uruguayo El País.

La noticia por supuesto no tardó en convertirse en un polvorín así, los primeros días de enero del nuevo siglo estuvieron marcados por la agonía de Diego Armando Maradona, cuyos fanáticos pasaban en vigilia permanente en las afueras del hospital en el que convalecía, a la espera de noticias.

El astro logró salir avante, para alegría de millones... pero luego, en el 2004, vivió una situación parecida en Suiza, donde estuvo a un paso de muerte en una situación que se volvería algo frecuente. Harta, yo me dejé decir en público varias veces durante estos 20 años que Maradona debía haberse muerto en aquel primer sustazo en los albores del siglo. Habría sido una muerte trágica, con apenas 40 años, pero al menos no hubiéramos presenciado sus desmanes de todo tipo, incluidos los novelones familiares que convirtieron a los Maradona durante todos estos años en un festín para revistas del corazón y programuchos de chismes de baja calaña.

Pobre ingenua. Con todo y todo, nada nos había preparado para la muerte de Maradona, justo dos meses después de cumplir 60 años y quizá cuando menos lo esperábamos, pues a pesar de su reciente cirugía cerebral, todo indicaba que iba saliendo adelante. Además, daba la impresión de que últimamente le estaba bajando algunas rayitas a los dimes y diretes con sus ex, empezando por Claudia Villafane, su primera esposa en sus épocas de gloria y madre de sus hijas Dalma y Giannina, con la que sostenía un ácido problema legal desde hace años por asuntos de plata.

De nuevo, la vida de Maradona nos mostraría lo que suele pasar en la vida real, pues ellos se casaron muy jóvenes, guapísimos los dos y se juraban amor eterno en público. En lo más y mejor de su carrera, Diego les dedicaba sus mejores goles a sus tres mujeres.

Hoy, con su hoja de vida finalizada es cuando finalmente logramos entender que Diego no fue un astro caído, fue a la inversa: su destino estaba trazado para criarse como un niño pobre en la populosa barriada de Villa Fiorito, en un humilde hogar en el que fue el quinto de ocho hijos, para más señas.

Su prodigio se decantó demasiado temprano, a los 10 o 12 años y bastó con cruzar la mayoría de edad para que empezaran sus devenires, enredos con sus más cercanos, con sus juicios por paternidad, con sus propios representantes… ¿alguien en ese momento se habrá puesto en los zapatos del Diego?

Un chiquito prodigio en los años 70 que se iba feliz a dormir a su sencillo cuarto, eufórico tras sus titánicas faenas ante la chiquillada del barrio que pocos años después provocaría –hasta el día de su muerte y ahora con más razón-- la hipnosis del planeta, incluso cuando todos lo vimos convertido en una caricatura de sí mismo, por su obesidad extrema, sus escándalos, sus problemas de salud y vaivenes mentales en infames videos grabados por terceros (o terceras), y que le dieron la vuelta al mundo en medio de la impotencia y el asombro de nosotros, sus acólitos.

De vuelta a mis vínculos personales con Diego Armando, por más que lo justifiqué de por vida, hubo incidentes que lo tiraron al piso ante mis ojos y que no serán excusables jamás. Estando en Nápoles, Italia, Maradona tuvo una relación con Cristina Sinagra, de la cual nació Diego Armando Jr. en 1986, apenas un año antes de que nacieran sus dos hijas de matrimonio con Claudia, Dalma Nerea y Giannina, ambas hoy en sus 30s.

Maradona no solo negó en su momento (mejor dicho, en sus años) a su primogénito varón, al que tuvo que reconocer vía ADN años después… pero lo realmente doloroso para quienes lo adoramos y justificamos desde el minuto uno, fue Diego siempre negó a Diego Jr. e insistía públicamente “Yo solo tengo dos hijas: Dalma y Giannina”... y así, atendió por compromiso a su Jr. y durante unos minutos, ya siendo el muchacho un adolescente quien aprovechó la estancia de su papá biológico en Nápoles, para “presentarse”. Los Diegos departieron juntos acaso 15 minutos.

Claro, estaba con las cámaras encima, pero aún así Diego apenas atendió a su hijito… mientras todo el planeta atestiguaba cómo el hijo italiano del 10, a sus 15 años, por ahí, mendigaba unos minutos a su padre. Eso dolió, y mucho.

Pero las vueltas de la vida pronto se impusieron y, en los últimos años, Diego Armando Maradona papá terminó reconociendo y acercándose no solo a Diego Armando Maradona Sinagra sino a su otra hija, Jana Maradona, hoy de 24 años, a la que conoció apenas saliendo de la adolescencia y con la cual, a la postre, compartió más que con sus hijas mayores en los últimos tiempos: Diego Armando Jr. Y Jana estuvieron más unidos a su padre que Dalma y Giannina, quiene se enfrascaron en una fuerte contienda de nunca acabar por el litigio de bienes entre Maradona y su exesposa, pero también entre las dos subsiguientes compañeras de vida, Verónica Ojeda (madre de su hijo más pequeño, Diego Fernando, de cinco años) y Rocío Oliva, su pareja actual.

En fin, a como pudo, Diego trató en los últimos años de arreglarse con sus hijos extramatrimonio: se dice que solo en Cuba es padre de seis.

Su genialidad futbolística y lo que hoy –léanlo por todo el mundo-- lo ratifican para siempre como el 10 de los dieces, de alguna manera lo licenciaron para equivocarse en otros aspectos de su vida que ya todos sabemos.

Últimamente estaba ilusionado, afirma su abogado más reciente, Matías Morla, con la biografía autorizada que está preparando Amazon: ‘Maradona: Sueño bendito’. Sobra decir que desde ya se agigantan las expectativas para el eventual estreno, que no tiene fecha pero sí el visto bueno de Diego Armando, quien habría insistido en que quería que se contara “toda la verdad” de su vida.

A no dudarlo, el documental tendrá posiblemente que incursionar también en la verdad de su muerte y todo lo que conllevó, más allá del duelo mundial. Desde la madrugada, su velatorio en la Casa Rosada de Buenos Aires empezó a convertirse en un zafarrancho por los cientos de hinchas que querían ingresar a despedir a su ídolo, pero como no podía ser de otra forma, también se armó un problemón porque a la pareja actual del 10, Rocío Oliva, la familia de Maradona no la dejó pasar al velatorio de su amor y la enviaron a hacer fila como cualquier otra persona.

Ni qué decir de lo que se viene ahora con los bienes del difunto. De acuerdo con La Nación de Argentina, Maradona tiene propiedades en Cuba, Italia y Argentina, así como autos de lujo en los que destaca un Rolls Royce valuado en 300 mil euros. “Se dice que dejó contratos millonarios e inversiones hoteleras, pero también muchas deudas y problemas legales. Con las rebajas de todo lo que debía, pues era conocido que le gustaba derrochar su dinero, su fortuna puede ir de los 75 millones de dólares a los 500 mil dólares, como afirma el portal, Celebrity Net Worth”.

El legado de los “Diego Armandos”

En cuanto a mí, mi historia con Maradona pudo prolongarse de por vida, pues justo un año después de México 86 quedé embarazada de mi hijo mayor el cual, por supuesto, se llamaría Diego Armando. Fue justo cuando explotó el escándalo del hijo que había tenido Maradona en Italia, Diego Armando Sinagra, y en su momento el 10 defenestró tanto a su mamá como al bebé, que tomé la (entonces) dolorosa decisión de no nombrar a mi hijo como mi ídolo.

A lo largo de los años, sin embargo, sabría que sería una decisión atinada, pues los Diego Armando son legión entre los treintañeros y veinteañeros que nacieron en la época de gloria del argentino. El fenómeno ha cruzado todas las fronteras, pues justo hace un par de semanas, en una cena con un alto ejecutivo de una trasnacional china, se identificó como “Diego Armando”. No nos dio tiempo de preguntar, ya acostumbradísimo desde que trabaja en Latinoamérica, a la pregunta: “Me llamo Tang Zilong, pero como nosotros usamos nombre en español, yo no lo dudé: me llamo como el mejor jugador de fútbol del mundo”, dijo el tocayo del astro, quien como millones en el mundo lamentó este miércoles la repentina muerte de su ídolo.

Pero bueno, así ocurrirá con el resto de los mortales que lo seguimos honrando, entre ojos llorosos cuando leemos, por ejemplo, la dedicatoria del Rey Pelé, de 80 años, vía Twitter: “Qué triste noticia. Perdí a un gran amigo y el mundo perdió una leyenda. Aún queda mucho por decir, pero por ahora, que Dios dé fuerzas a los miembros de la familia. Un día, espero que podamos jugar juntos a la pelota en el cielo”.

O cuando leímos por ahí un post del jugador Gaby Calderón que resume increíblemente de qué viene nuestro vínculo con Diego Armando Maradona: “No te juzgo por lo que hiciste con tu vida. Te amo por lo que hiciste con la nuestra. Hasta siempre”.