La peor asesina en serie de Australia podría ser inocente

Condenada y encarcelada desde hace 18 años por matar a sus cuatro hijos en un lapso de 10 años, hoy 90 especialistas, incluidos dos Premios Nobel, aseguran que es inocente tras concluir que Kathleen Folbigg sería portadora de una mutación genética que habría causado la muerte súbita de sus hijos.

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Australia está viviendo un convulso caso judicial y moral, pues aún en la retina colectiva está el infame caso de Kathleen Folbigg, una madre que habría asfixiado sistemáticamente a sus cuatro bebés en un período de 10 años y que la convirtió, dos décadas atrás, en enemiga pública número uno y que fue tildada desde entonces como la “peor asesina en serie” en la historia de ese país.

En el juicio, realizado en el 2003, se determinó que Kathleen había provocado intencionalmente la muerte de su primogénito Caleb, y que luego habría hecho lo mismo con Patrick, Sarah y Laura.

Sus clamores de inocencia fueron desoídos ad portas, lo cual era hasta cierto punto entendible, pero a la luz de los recientes descubrimientos científicos en los que una legión nada menos que de 90 especialistas concluyeron que la mujer podría en realidad ser inocente.

Calificada en su juicio en 2003 como “la peor asesina en serie femenina de Australia”, Folbigg ya ha pasado casi 18 años en prisión después de ser declarada culpable del homicidio de los cuatro niños.

Pero ahora, nueva evidencia científica le está dando un inesperado vuelco a este caso, que podría constituir el mayor error judicial en Australia y una injusticia capital que ha ensombrecido el ánimo colectivo en el país, al pensar en el suplicio de una madre que no solo tuvo que sufrir la muerte de sus cuatro pequeños, sin entender cuáles fueron las causas, sino que luego se convirtió en eje de odio colectivo, enfrentar un descarnado juicio y recibir una condena de 30 años de cárcel.

Según reseñan varios medios internacionales, como la BBC y The New York Times, la semana pasada 90 eminentes científicos, defensores de la ciencia y expertos médicos le entregaron al gobernador de Nueva Gales del Sur una petición firmada, en la que solicitan el perdón de Folbigg y su liberación inmediata.

Entre los firmantes hay nada menos que dos premios Nobel, dos personas nombradas “australianos del año”, un excientífico en jefe y el presidente de la Academia Australiana de Ciencias, el profesor John Shine, quien comentó: “Dada la evidencia científica y médica que ahora existe en este caso, firmar esta petición fue lo correcto”.

Si Folbigg es liberada y sus condenas se anulan, su terrible experiencia acarreará un escándalo mayúsculo y un remezón en las entrañas del sistema judicial en Australia.

Será incluso peor que el famoso caso de Lindy Chamberlain, quien cumplió tres años de prisión luego de ser condenada por error por asesinar a su bebé, Azaria en Uluru (hecho que fue llevado al cine, con la actriz Meryl Streep interpretando a Chamberlain).

El 17 de agosto de 1980 Lindy y Michael Chamberlain y sus tres hijos, Aidan, Reagan y Azaria, de tan solo nueve semanas, llegaron al mencionado parque nacional, un hermoso paraje habitual para centenares de vacacionistas australianos. En determinado momento Lindy escuchó el llanto de la pequeña, quien descansaba en la tienda de campaña y cuando acudió a verla descubrió con horror que había desaparecido, al tiempo que veía alejarse a un dingo, una especie de perro salvaje típico de la zona, mientras gruñía y movía la cabeza con violencia. Nadie le creyó y tanto ella como su marido fueron condenados a cadena perpetua. Tres años después se demostró que efectivamente la bebé había sido devorada por una manada de dingos, pero el daño ya estaba hecho: la pareja se divorció y sus vidas jamás pudieron volver a la normalidad.

De vuelta al caso de Kathleen Folbigg, la petición de las luminarias mencionadas denuncia un abismo preocupante en este caso, entre la ciencia y la ley.

Y es que a lo largo de varias apelaciones y una investigación detallada, que reexaminó las condenas de Folbigg en el 2019, los jueces australianos han rechazado categóricamente la noción de duda razonable en su caso, dando mayor peso a la evidencia circunstancial presentada en su juicio, y a las ambiguas anotaciones que Kathleen había escrito en su diario.

“La única conclusión razonable sigue siendo que alguien causó daño intencionalmente a los niños, y el método obvio fue asfixiarlos”, dijo Reginald Blanch, un exjuez que dirigió la investigación.

“Las pruebas no apuntaban a nadie más que a la Sra. Folbigg”, señaló. El gobierno de Nueva Gales del Sur aseguró además al público hace dos años que “no se ha dejado piedra sin remover”. Pero la ciencia cada vez más apunta a que existen dudas razonables sobre las muertes.

“La ciencia en este caso es convincente y no se puede ignorar”, señaló el profesor Jozef Gecz, investigador y genetista humano.

Por su parte, la profesora Fiona Stanley, investigadora de niños y salud pública, dijo: “Es profundamente preocupante que se hayan ignorado las pruebas médicas y científicas, en favor de las pruebas circunstanciales”.

“Ahora tenemos una explicación alternativa para la muerte de los niños Folbigg”.

Avanzada científica

Tan como lo replica la BBC, esa explicación alternativa radica en el reciente descubrimiento de una mutación genética en Kathleen Folbigg y sus dos hijas fallecidas que, según los científicos, era “probablemente patógena” y, creen, causó la muerte de Sarah y Laura.

Por otra parte, se descubrió una mutación genética diferente en los dos varones, Caleb y Patrick, aunque los expertos admiten que en estos dos casos se requiere más investigación.

El descubrimiento inicial del gen mutante de las dos niñas, CALM2 G114R, fue realizado en el 2019 por un equipo dirigido por Carola Vinuesa, profesora de inmunología y medicina genómica en la Universidad Nacional de Australia, y una fuerte impulsora de la petición para liberar a Folbigg.

“Encontramos una mutación novedosa, nunca antes reportada en Sarah y Laura que había sido heredada de Kathleen”, dijo la profesora Vinuesa a la BBC. “La variante estaba en un gen llamado CALM2 (que codifica la calmodulina). Las variantes de calmodulina pueden causar muerte cardíaca súbita”.

El clamor se ha convertido en una verdadera cruzada que involucra a eminencias de varios países. Recién en noviembre pasado, científicos de Australia, Dinamarca, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos informaron sobre los nuevos hallazgos en la prestigiosa revista médica Europace, publicada por la Sociedad Europea de Cardiología.

Concluyeron que los efectos de la mutación de Folbigg eran tan graves como los de otras variantes conocidas de CALM, que suelen causar paros cardíacos y muerte súbita, incluso en niños pequeños mientras duermen y declararon que probablemente esto precipitó la muerte natural de las dos niñas. También informaron que Caleb y Patrick portaban dos variantes raras del gen BSN, que se ha demostrado causa epilepsia letal en ratones.

Los recientes descubrimientos genéticos se suman a opiniones médicas anteriores de expertos que apoyan la teoría de que los cuatro niños murieron por causas naturales.

Stephen Cordner, un patólogo forense basado en Melbourne, reexaminó las autopsias de los niños en el 2015 y concluyó: “No hay ningún sostén patológico forense positivo para la afirmación de que alguno o todos estos niños han sido asesinados”. Y fue tajante al asegurar que “no hay signos de asfixia”.

Tres años después, en el 2018, el patólogo forense Matthew Orde, profesor clínico adjunto de la Universidad de Columbia Británica, le dijo a la Australian Broadcasting Corporation: “En esencia, estoy de acuerdo con el profesor Cordner de que estas cuatro muertes infantiles podrían ser explicadas por causas naturales”.

Folbigg siempre ha dicho que es inocente.

Una vida de terror

Según un recuento biográfico publicado por el diario Clarín de Argentina, Kathleen Folbigg nació en Australia el 14 de junio de 1967. Desde muy niña padeció una vida muy dura. Su padre, Thomas “Taffy” Britton, asesinó a su madre tras apuñalarla 24 veces cuando Kathleen apenas era una bebé de año y medio.

Tras el arresto de su padre, fue puesta bajo tutela del Estado y luego colocada en un hogar de acogida con una pareja. Al poco tiempo, en julio de 1970, con solo tres años, la transfirieron al Hogar Infantil Bidura, en el Estado de Nueva Gales del Sur, al oeste de Sydney. Dos meses después, Kathleen se mudó a un hogar de acogida permanente hasta su adolescencia.

Apenas a los 15 años se casó con Craig Gibson Folbigg. Tuvieron cuatro hijos. Los cuatro que, supuestamente, ella asesinó en un lapso de 10 años.

Su vida parece estar marcada por las desgracias. Ella está recluida aparte de otros presidiarios, para protegerla de la violencia, pero aún así este año empezó para ella con una salvaje golpiza que le proporcionaron en la cárcel durante un traslado de prisioneros.

¿Ciencia vs. Justicia?

Lo cierto es que el caso ha tomado un giro insospechado para muchos, aunque muy esperado para Kathleen Folbigg y todos los que alegan su inocencia.

El 4 de marzo de este año, hace poco más de dos semanas, se le entregó al gobernador de Nueva Gales del Sur la petición de los 90 científicos y expertos médicos para el perdón de Folbigg y su inmediata liberación.

Fiona Stanley, profesora e investigadora de niños y salud pública, también se expresó al respecto: “Es profundamente preocupante que se hayan ignorado las pruebas médicas y científicas, en lugar de las pruebas circunstanciales. Ahora tenemos una explicación alternativa para la muerte de los niños Folbigg”.

Por pruebas circunstanciales, Stanley se refería a las anotaciones que la propia Kathleen hizo en sus diarios durante los momentos de los hechos, que dan cuenta de un profundo dolor e inestabilidad emocional, además de otras pruebas, como los testimonios de su marido, quien también terminó por convencerse de que su mujer era culpable tras ir presenciando las inexplicables muertes de sus hijos.

La investigación científica que trata de probar la inocencia de Kathleen radica en demostrar que ella misma sufre de una mutación genética que pudo traspasar a sus hijos.

Visto lo visto, el acérrimo debate entre la justicia y la ciencia, apenas empieza.