La historia de Isaías Salas, el ‘ángel’ que venció al dolor

Por 36 años, el fundador del Centro Nacional del Dolor y Cuidados Paliativos alivió el sufrimiento de cientos de costarricenses y en los casos más complejos les dio un cálido acompañamiento en su tránsito hacia la muerte. Tras su retiro de la CCSS, ahora tiene más tiempo para visitar su tierra, Tilarán, pero su noble misión no se detiene: el galeno sigue siendo el ‘ángel’ que el doliente espera.

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Aunque al principio cueste procesarlo, el recuerdo de una simple gallina hace que Isaías Salas se conmueva hasta las lágrimas. De repente el doctor no puede seguir hablando, pide perdón por la interrupción y sus ojos se humedecen durante una pausa que se torna interminable.

Suena extraño, pero el médico fundador del Centro Nacional del Dolor y Cuidados Paliativos –el mismo que decenas de veces ha visto la muerte tocar la puerta de sus pacientes y ha enfrentado con sus manos el sufrimiento más agudo –, está contando la legendaria historia de su vida y es el plumífero el que resulta siendo uno de sus más sentidos protagonistas.

Fue en Nandayure, mientras hacía su servicio social de médico, que la bendita gallina lo hizo convencerse de una cosa: los esfuerzos de toda su vida se los iba a pagar la gente con las más tiernas palabras y, si era preciso, con todo lo que tenía.

“La gallina me la dio una señora muy humilde, como agradecimiento. Siempre me conmueve porque pienso que en su sencillez, la gallina es todo lo que tenía para darme. Su hijo tenía meningitis, estaba muy grave y gracias a que hice un buen diagnóstico el niño pudo seguir viviendo. La señora me dijo: –doctor, usted salvó a mi hijo, y por eso yo le quiero dar esto–. Entonces me entregó una bolsa y adentro estaba el animal, no podía creer lo que había hecho”, recordó el galeno.

Salas, quien es oriundo de Los Ángeles de Tilarán y en sus años mozos fue conocido como Sayo, cuenta esta sentida anécdota sentado en el sillón de su casa de habitación. Él, junto a su esposa Ivette, vive en Santo Domingo de Heredia y actualmente está en proceso de acostumbrarse a un ritmo de vida un tanto distinto, pues hace un año y medio se pensionó de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS).

Durante 36 preciados años, en la CCSS Salas se dedicó esculpir el sistema nacional de Control del Dolor y Cuidados Paliativos. Todo un logro humanitario que le valió varios reconocimientos nacionales e internacionales, entre ellos el Gusi Peace Prize International 2018, considerado el galardón ‘gemelo’ del Nobel de la Paz.

Por eso Revista Dominical quiso visitar al buen Sayo. Queríamos saber cómo es la cotidianidad de sus días alejado de los gemidos hirientes, del dolor crónico de sus pacientes y, por supuesto, de la temida muerte.

Nos imaginamos, ilusamente, que el doctor tenía ahora días más tranquilos, jornadas de descanso más extensas y sobre todo mucho tiempo para pasear: ¡qué equivocados estábamos!. Se nos olvidó que un alma como la del señor Salas es inquieta y no encuentra descanso alguno en el ocio.

“No, que va, Isaías se retiró de la Caja, pero no para, no para”, comenta sonriendo su esposa, con un tono de voz que denota orgullo por el hombre con quien comparte sus días.

Entre otras faenas, actualmente el doctor Salas sigue atendiendo pacientes en una consulta privada –en San Pedro de Montes de Oca–, y como catedrático de la Universidad de Costa Rica imparte lecciones regularmente. Es en las aulas, según él, donde los cuidados paliativos deben sembrarse en el corazón de los futuros médicos y abonarse para su correcta aplicación.

Pero no crean, retirarse del trajín diario que representa trabajar en la CCSS, también le trajo algunos beneficios.

“Son dos cosas. El primero es que ahora tengo más tiempo para estudiar los casos de mis pacientes, los estudio a fondo, no dejo de actualizarme, antes me costaba mucho hacer ese ejercicio intelectual. Eso es muy bueno para mí, yo no pienso retirarme nunca, solo hasta que Dios me lo permita ”, explicó.

Lo segundo es más un placer que un deber. En Tilarán, el pueblo que lo vio crecer entre “vientos y muchas lluvias”, el galeno cambia la bata médica por un look algo más vaquero, en el que no pueden faltar un sombrero para sortear el sol, botas y un jeans grueso para montar a caballo.

Salas administra allí una tierras. Ahora, de vez en cuando, se escapa para trabajar en una de las pasiones que tuvo desde niño pero que la medicina no le dejó tiempo para practicar como se debía: la agronomía.

En ese sentido podríamos decir que todo lo que ama y motiva a Sayo tiene raíces infantiles y tentáculos familiares. A los seis años ayudó a ordeñar vacas en los potreros y cosechó hortalizas junto a su padre, a los nueve atendía a los lesionados de las mejengas locales y a los 24 tuvo su primera cita con el sufrimiento físico: vio morir a una de sus primas en medio de tremendos dolores, producidos por un cáncer de mama con metástasis en el hueso.

Es por eso que el Isaías de hoy es un espejo de su extraordinario pasado. Nada, en el rompecabezas de su vida, ha resultado en vano.

La infancia, el destino.

Cuando el pequeño Sayo no estaba ‘maniando’ vacas (amarrándole las patas traseras para el ordeño), estaba buscando a quién ayudar. Por eso, cuando en Los Ángeles de Tilarán abrieron un comité de la Cruz Roja no tardó en alzar la mano y apuntarse de primero.

Entonces imaginemos esta situación, que por lo que recuerda Isaías bien pudo ser real: Paco –el fornido guardameta del pueblo–, había caído lesionado luego de una acción apremiante en el área pequeña. No le metieron el gol pero se quejaba mucho, por lo Sayo sabía que era momento de actuar.

Jalando la camilla, agua y todo lo que llevan los cruzrojistas para brindar auxilios menores, el chiquillo Sayo salía corriendo para atender al herido y solventar así la emergencia futbolística.

Por ese tiempo también conoció a Ivette, su esposa, que vivía a 500 metros de su casa. Pero claro, en sus trotes infantiles, ni por la cabeza le pasaba que un día se iba a enamorar de ella, que en el futuro caminarían juntos al altar y que de su amor brotaría un inquieto retoño: su hijo Isaías Guillermo.

Entre juegos y aventuras rurales, así pasó Isaías sus años escolares. Tenía muchas ilusiones el chiquillo, pero fue en el colegio –el Liceo Maurilio Alvarado Vargas–, donde pulió su amor eterno por la ciencia.

“Era muy bueno en biología y en cuarto año, gracias a una beca del American Field Service (AFS) me fui a estudiar a Michigan, Estados Unidos, y ahí me gradué de secundaria”, recordó Salas.

Se fue a Estados Unidos sin saber ‘naditica’ de inglés, pero eso no le impidió graduarse con honores en aquel lejano país. Sacó el ‘High School’, como él mismo lo llama, para luego regresar a su amado suelo tico.

Al ingresar a la carrera de medicina, en la Universidad de Costa Rica (UCR), siguió sorprendiendo con su rendimiento académico. Fue promedio de honor en cuatro de los seis años que duró la carrera, hasta que se graduó como médico general.

Luego vino su servicio social en Nandayure, donde le regalaron la famosa gallina, y rápidamente consiguió plaza como médico general en el Hospital Calderón Guardia.

En este puesto atendía a sus pacientes durante el día y estudiaba por las noches. Su maestría en ciencias médicas era su próxima meta, hasta que el gobierno de Gran Bretaña lo becó para cursar una especialidad en Londres.

“Siempre me sentí muy orgulloso de la educación que recibí en mi pueblo, en Tilarán. Cuando llegué a la U, muchos de mis compañeros eran de colegios privados de la capital y nunca fui menos. Luego, cuando llegué a Gales, me admiraba saber que yo estaba ahí, un lugar en el que habían estado grandes luminarias del mundo”, recordó Sayo con orgullo.

Pero justo antes de viajar a Europa Salas vio morir a su prima, la que padecía cáncer, la que sufrió, la que gemía desesperada, la que de un pronto a otro fue doblegada por una metástasis asesina.

“Era 1986 y un tío mío estaba desesperado para que ayudaran a su hija. Iba donde el médico y nadie sabía qué hacer, cómo manejar la situación. Era angustiante, horrible y entonces eso me puso a reflexionar. Yo tenía que hacer algo”, comentó.

Muy rápido iba a encontrar la respuesta a sus inquietudes. En 1987, cuando viajó a Londres a hacer su doctorado en el Hospital San Bartolomé, topó con la suerte de que el manejo del dolor era un tema que estaba muy vigente en el Viejo Continente.

Además iba a aprender sobre el tema en el famoso e histórico centro médico, que fue fundado en el año 1123 por Raherus –el cortesano favorito del rey Enrique I– y es el hospital más antiguo de Inglaterra.

“Yo, simplemente, no podía creer que estaba ahí. En ese hospital morían todos los reyes y fue fundado por los cartujos. Incluso estaba sacando un doctorado académico a la par de un Premio Nobel, exclamó Sayo refiriéndose a John Robert Vane, quien ganó ese galardón en1982 por sus trabajos sobre las prostaglandinas.

Pero Sayo se pellizcó y comprobó que sí, era cierto, estaba allí, logrando especializarse en la atención de pacientes oncológicos. Se sintió tan en su charco que le solicitó a su profesor de doctorado hacer su tesis de graduación en en el tratamiento del dolor.

Y lo logró con creces. Sayo conquistó su título y regresó a Costa Rica a construir su noble sueño.

Más adelante, viajando ocasionalmente, Salas regresó a Europa para sacar una maestría en la Universidad de Gales, cuyo enfoque también fue la medicina paliativa. Estaba claro, nadie mejor que él para comandar la hazaña.

Duros comienzos

Como a finales de los años 80 los cuidados paliativos estaban en pañales en Costa Rica, las ocurrencias médicas del doctor Salas eran una locura para la época.

A excepción de la doctora Lisbeth Quesada Tristán, en el Hospital Nacional de Niños, casi nadie hablaba del tema en los pasillos hospitalarios.

Cifras del Centro Nacional del Dolor y Cuidados Paliativos

FUENTE: Centro Nacional del Dolor y Cuidados Paliativos.    || J.C. / LA NACIÓN.

Por eso a Sayo lo boicotearon, lo ignoraron, lo acusaron.

“Esos años fueron muy duros. Muchos me acusaron de intentar envenenar a la población nacional con tanta droga, porque el desconocimiento era enorme. Sin embargo, gracias a Dios, también encontré personas que creyeron en mí. Por eso, seguí adelante”, dijo Salas hace 14 años, en un reportaje para la revista Proa, publicado en el 2005.

Específicamente creyó en él Luis Paulino Hernández, que en 1991 era el director del hospital Calderón Guardia. Literalmente, el jerarca le abrió un campito en el centro médico para que Salas instalara la primera Clínica del Dolor en Costa Rica.

Aquello fue una aventura. Una lucha constante con la costumbre, la ignorancia y el miedo.

“Sobre todo veía a personas con cáncer. Pero el principal reto que tenía yo era que el personal médico, los familiares y los pacientes le perdieran el temor a la morfina. Eso los paralizaba”, recordó el médico.

“Además había enfermeras que creían que yo iba a matar a los pacientes con los medicamentos. Tanto, que varias veces desoyeron mis prescripciones”, agregó.

Pero la calidad humana del doctor Salas y los buenos resultados de sus terapias fueron ganándose la confianza y el respeto del mundo entero. Cuando atendía a sus pacientes, el doctor no solo logró disminuir notablemente su dolor, sino que consiguió reconciliar familias y apaciguar almas angustiadas.

Para él, la mejor morfina siempre ha sido y será la familia.

“En cuanto al dolor bueno. Vi a muchas personas transitar su último trayecto con una sonrisa. Muchos, en su lecho de muerte se me acercaron a decirme–gracias por todo–, y eso para mi pagó todo esfuerzo”, recordó.

“Sin embargo, lo más bonito fue ver las familias unidas. Yo, además de trabajar con los parientes para que sepan sobrellevar la enfermedad, siempre los invito a que perdonen al enfermo, que se despidan en paz. Es que el dolor no solo es físico, es emocional, y se complementan”, agregó.

Esa mística, tan sensible y tan humana, es la misma con la que contestó el teléfono a sus pacientes y familiares, muchas veces en horas de la madrugada.

Alex Salazar Arroyo es fiel testigo de eso. En la revista Proa, este vecino de Tibás contó que su madre madre falleció debido a un cáncer de cérvix con metástasis al pulmón. Salas y su equipo médico fueron sus ángeles.

“Todos estuvieron muy pendientes de mamá. Cuando ella no pudo movilizarse hasta el Calderón Guardia, el mismo doctor la visitaba en la casa. Nos dio su número de celular y lo podíamos llamar en cualquier momento. Recuerdo que un domingo, no le importó sacrificar su día de descanso y, con toda su familia llegó a atender a mi madre que estaba muy mal”, expresó Salazar en el reportaje.

Pero los testimonios se acumulan por decenas. Muchos, incluso, se atreven a utilizar la palabra “santo” para describir sus acciones desinteresadas con sus pacientes y allegados.

“Él tiene una forma de hablar especial. Sus palabras, en tan duros momentos, son como una especie de bálsamo. A nosotros nunca nos abandonó cuando pasó lo de mi madre. Sacaba de su tiempo extra para estar allí, con una voluntad y paciencia inquebrantable, tanto que yo no podía creer que pudiera existir un doctor así”, expresó una mujer de 45 años, que no quiso ser identificada.

“Era tanto su involucramiento que yo llegué a sentir que era parte de mi familia. Es extraño decirlo, pero de tan duros momentos, yo puedo decir que guardo recuerdos lindos y eso es gracias a él (al doctor Isaías)", agregó conmovida.

En las puertas de la muerte

“Doctor, no tengo como pagarle. Cuando yo esté con Dios, se lo prometo, le voy a decir que siempre se acuerde de usted y su familia...”.

La autora de estas palabras fue una señora agonizante. Segundos después de pronunciarlas entró en paro respiratorio y expiró.

Para el doctor Isaías fue un caso especial, sobre todo por lo complicado de la situación. La mujer era joven, tenía dos hijos y no paraba de gritar día y noche por el dolor que la consumía. Padecía un cáncer de cérvix avanzado, por lo que tenía despedazado todo el piso pélvico.

“Eso fue hace 10 años en condiciones médicas muy complicadas, no tan avanzadas como ahora. Por eso, con los implementos que teníamos a mano y debido a su dolor, le pedimos a Dios que nos ayudara y tuvimos que hacer un bloque epidural analgésico lumbar. Eso es una aguja larga que se introduce sobre la columna, con la idea de colocarle un analgésico local y la morfina", explicó el galeno.

El procedimiento fue exitoso. Durante 3 o 4 días la joven mujer pudo controlar su dolor, reunirse con sus hijos y abrazarlos, pues haberlo hecho antes –entre gritos y gemidos incluidos– hubiera sido contraproducente para todos en la casa.

Suena paradójico decirlo, lo sabe bien Isaías, pero no puede evitar decir “que fue un final lindo”.

Lo mismo dice de la joven que no quería fallecer, pues acababa de dar a luz un pequeño bebé.

“Desde su lecho de muerte me suplicaba: –doctor sálveme, sálveme...no quiero morirme, por mi hija–. Era impactante", recordó el médico.

El cáncer de la mujer también estaba muy avanzado. En ese caso, la labor de Salas fue inyectarle morfina intravenosa durante 22 días, hasta que finalmente su cuerpo no pudo más.

“Pero eso sí, controlarle su dolor significó la posibilidad de que ella pudiera arrullar a su bebita. Cada vez que lo hacía decía: –este es un enorme regalo que Dios me dio–, y era imposible no conmoverse. Es que ella era una campeona, pues por su hija se mantuvo viva más tiempo de lo que otra persona, en sus condiciones, lo hubiera hecho", expresó Isaías.

Y cómo olvidar cuando acompañó en su último tránsito a un hombre muy especial, de quien por ética médica el doctor Isaías no reveló el nombre pero que calificó como “uno de los filósofos más grandes de este país".

Según Isaías, el señor le decía que veía como un túnel, en el que caminaba hasta el final y luego se regresaba.

–Pero es un túnel placentero doctor, gracias a lo que usted me ha ayudado– me dijo. En un momento me envió muchas bendiciones y se fue”, rememoró.

Son casos que viven en su cabeza y que no se borran de su memoria. También está el del alemán-tico que fue tratado con morfina y alcohol de 95% (lo que no es usual) para aliviar su dolor en los nervios periféricos, el de la señora con Parkinson que hubo que hidratar y aliviar vía rectal, y finalmente el del joven cuya madre lo abandonó porque tenía cáncer y que una vecina bondadosa adoptó en sus últimos días.

“Fue una historia dolorosa, porque fue su propia madre la que abandonó a su hijo, tal como muchos hombres hacen con su parejas cuando se les detecta cáncer de mama. Pero bueno, en medio de todo, está la bondad de la señora que lo recibió en su casa y nos permitió ir a nosotros para que el joven descansara tranquilo”, comentó el galeno.

A todos ellos quizo darles “una muerte digna” y Salas sonríe al saber que les cumplió.

Una muerte digna, sí, porque para él la eutanasia nunca fue una opción.

“La eutanasia es cegarle la vida a alguien y para mí eso no es medicina. A mí me gusta la medicina donde yo puedo ayudar al paciente, a la familia. Además la gente que se ha dedicado a esta práctica ha entrado en una insatisfacción terrible, porque no volvieron a investigar nuevos medicamentos, no hay interés por ir más allá, para ellos se pone una infusión y se acaba con el paciente y ya”, concluyó Salas.

Y la obra se hizo gigante

Por historias como las anteriores y el empeño heroico que siempre caracterizó al doctor Isaías y a sus decenas de colaboradores, es que el Centro Nacional del Dolor y sus clínicas ubicadas alrededor del país se fortalecieron en todo el país.

Tres años después de fundada la primera clínica de Cuidados Paliativos, en el Hospital Calderón Guardia, se creó en 1994 la Fundación Nacional Pro Clínica del Dolor y Cuidados Paliativos, que contribuyó a alcanzar una mejor capacidad física y de recursos humanos para la atención de los pacientes.

Gracias a las gestiones de la fundación, por ejemplo, se aumentó la capacidad de atención de la clínica y el número de disciplinas involucradas. Permitió, además, atender pacientes referidos de todo el país, dar atención domiciliaria y multidisciplinaria.

Pero aún faltaba más por conquistar. En 1999, Salas y su equipo lograron la concreción del Centro Nacional del Dolor y Cuidados Paliativos, que se constituyó en un punto de referencia y planeación para todas las estrategias país sobre el tema.

Por si fuera poco, en el 2017 se inauguraron las nuevas y modernas instalaciones del Centro de Dolor y Cuidados Paliativos. La obra tuvo un costo de ¢6.300 millones, atiende a unos 8.700 pacientes al año y ejecuta unas 28.000 citas médicas.

Pero no solo enfermos de cáncer se atienden allí. De sus servicios se ven beneficiados pacientes con enfermedades crónicas y degenerativas progresivas, tales como el Parkinson, Alzheimer, distrofia muscular y esclerosis.

Lo mejor de todo es la red de clínicas que se han establecido alrededor del país. En este momento hay centros operando en 57 zonas rurales, incluyendo una en su querido pueblo de Tilarán.

“No sabe usted la satisfacción de devolver algo de lo mucho que he recibido. Y bueno, que haya una clínica de esas en mi pueblo es algo que valoro muchísimo. Mi pueblo me dio el conocimiento básico, a pesar de todas la dificultades, soy piso’e tierra pero salí adelante”, expresó Salas orgulloso.

En total, en el 2018, todo el sistema nacional de tratamiento del dolor y cuidados paliativos atendió entre 12.000 pacientes, para un aproximado de 161.000 citas al año.

El retiro que no es retiro

Ya lo dijimos antes, a pesar de pensionarse, el doctor Isaías sigue atendiendo pacientes por lo privado y no para de dar clases magistrales en la UCR. Pero ojo que hay más, pues Sayo tiene una gallina en su patio.

La gallina –que pone huevos frescos gracias a la compañía de un pícaro y alentado gallo–, lo remite inevitablemente a la humilde y agradecida señora de Nandayure, pero también a Guanacaste y a su tierra natal.

“Vea, tanto me marcó el episodio de la gallina, que acá tengo esta otra en el patio, cuesta agarrarlas", se ríe el galeno.

Llamado a gritos por el lugar que de chiquillo lo vio correr por arremolinadas y verdes praderas, es que Isaías se pone el sombrero y cada 15 días viaja a Tilarán para abonar los frutos que sembraron sus antepasados.

Además, ¿porqué no volver donde se es querido?. El pasado 3 de agosto la comunidad de Los Ángeles de Tilarán le dedicó el tope anual a Isaías y él, feliz, aceptó el agasajo de sus coterráneos.

Es que a Sayo le cuesta pensar que ya lo dio todo en la vida. Contrario a eso es común verlo pensar soluciones para ayudar a la comunidad de Los Ángeles, a sus vecinos y a sus peones.

Tanto es así, que a Isaías es común verlo comer con sus peones en sencillos restaurantes de la vecina comunidad de Cañas.

“Me gustar estar con ellos. Solo así puedo conocer sus necesidades, lo que necesitan realmente”, reveló.

Y tanto es su preocupación por mejorar su entorno y el de su comunidad, que además de sembrar árboles en su finca, se ha dedicado a "sembrar agua”.

¿Sembrar agua?

“Seguro muchos piensan que estoy chiflado (se ríe). Pero es una técnica que utilizaban los Incas y los Aztecas para tener el preciado líquido. Con tanta sequía en Guanacaste es una buena solución”, aseveró.

Así se “siembra agua” según la receta del doctor: primero se hacen tres hoyos de forma triangular –de 150 centímetros cada uno–, se les echa piedra grava, luego sal marina y después azúcar moreno. Esa mezcla se tapa y se deja reposar ocho meses.

“Normalmente eso va a producir de media a dos pulgadas de agua. Eso es lo que dice la literatura y la evidencia, así que en ocho meses le cuento como me fue. La idea es que más gente lo haga y se beneficien muchos, vamos a ver que pasa", finalizó.

La verdad, es que pocos dudan que de ese experimento brote el preciado líquido. Cómo no confiar en el chiquillo pródigo del pueblo, el entusiasta, el solidario, el de las notas de honor y la sonrisa confiable. El que un día ‘cruzó el charco’ para alcanzar un sueño y que terminó bañando con sus esfuerzos a una nación entera.

Pero sobre todo, cómo no confiar en el simpático y sensible hombre que se ha dedicado a aliviar algo más que el cuerpo adolorido de sus pacientes. Tiene el poder de consolar el alma, el buen y querido Sayo.