La alegría de servir: así fue la fiesta infantil que Obras del Espíritu Santo llevó a Isla de Chira

El Padre Sergio Valverde y más de 60 colaboradores cruzaron las aguas del Golfo de Nicoya cargados de juguetes, comida y alegría para dar una fiesta inolvidable a centenares de niños y niñas de la Isla de Chira. Este es el relato de una misión de voluntariado y solidaridad

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Isla de Chira, Puntarenas. Si Santa Claus fuera real, difícilmente llegaría a Chira, la más grande y poblada de las islas del Golfo de Nicoya y a la que solo por lancha se puede llegar (no tiene campo de aterrizaje). Quienes la visitan desde San José deben viajar cerca de dos horas y media hasta Costa de Pájaros, donde se aborda un bote o panga que puede tardar hasta 60 minutos en llegar a la isla, habitada por más de 3.000 personas.

En diciembre, a la Isla de Chira sí llega Colacho, solamente que este viste camisa y pantalón negro y lleva cuello clerical. Es un sacerdote (el más mediático de todo el país) y sus ayudantes no son los duendecillos del taller de Santa, sino más de 60 colaboradores y servidores de la Asociación Obras del Espíritu Santo, quienes el miércoles 21 de diciembre salieron desde las 4 a. m. de San José para llevar una fiesta navideña a 1.000 niños y niñas de la isla.

Los servidores son personas con vocación que encuentran gozo en ayudar a los demás. No trabajan como los duendes del Polo Norte pero se sincronizan como aquellos.

Colocados estratégicamente, hombres y mujeres descargan camiones cargados de dulces, cientos de perros calientes, paquetes de jugos, helados y lo más esperado por los pequeños: muchísimos juguetes.

Las grandes bolsas, que llegaron en dos camiones hasta un muelle improvisado, en Costa de Pájaros, se trasladan de brazo en brazo hasta ser las lanchas y de ahí a cruzar el mar hasta una tierra de la que se enseña en las clases de estudios sociales pero que muy pocos capitalinos han visitado. Isla de Chira es recóndita pero ante todo olvidada.

En las enormes bolsas también sobresalen caras de botargas que vestirán jóvenes que se criaron (algunos al lado de sus familias) en los albergues de las Obras del Espíritu Santo. Ellos además trasladaron todos los insumos para hacer tan anhelada fiesta, a la que se apuntaron 500 chiquitos pero para la que se prepararó recibir el doble de gente, contemplando a las madres y acompañantes de los ñiños.

Si bien la fiesta es para la Isla de Chira, desde Costa de Pájaros empezaron a aparecer las miradas curiosas de un niño y una niña que detectan mucho movimiento cerca de sus casas. A ellos se les dice cariñosamente que los regalos son para los pequeños que, literalmente, están en medio del mar. Sin embargo, no se quedan con las manos vacías, pues una de las colaboradoras les ofrece unas pulseritas y tarjetas para que jueguen.

Se llama Laura Varela y es médico general. Carga varios bolsitos en los que lleva medicinas para cualquier inconveniente; además de bolsas repletas de sorpresitas y confites para alegrar a aquellos pequeños que se tope en el camino. También trae consigo un traje, peluca y maquillaje con el que se convertirá, en la fiesta de Isla de Chira, en una payasita pintacaritas. Ella sirve hace unos cinco años en la asociación y nada le llena más.

Los hermanitos a los que la doctora juguetes alegró caminan descalzos, en medio del polvo costero. Si bien la fiesta de hoy es para otros, también hay un poco de alegría para ellos.

Por otro lado, y sin hacer demasiado ruido, el líder de esta misión, que no es Santa pero sí un señor bonachón que considera que toda la niñez merece una feliz Navidad, está comprándoles golosinas y granos básicos en la pulpería del pueblo. Bien dicen que para todos da Dios y más en este tipo de fiesta que, además de alegría y regalos, trae consigo un mensaje de fe, amor, esperanza y solidaridad. Esa la premisa del Padre Sergio Valverde, quien desde el domingo 18 de diciembre está liderando varias fiestas para 40.000 niños y niñas de Costa Rica.

La primera actividad recibió a 35.000 infantes en el Estadio Nacional; el martes fueron a Guanacaste; este miércoles a Chira; el jueves viajarán a Upala y luego a diferentes partes de Limón (incluida Talamanca, donde viajarán en helicópetero). Tanto el sacerdote como los servidores han descansado muy poco. Entre una misión y otra hay poco tiempo para dormir.

La misión de Chira les tomó casi que 17 horas entre la salida de madrugada, el arribo, la fiesta y el regreso, casi a las 9 p. m., a Cristo Rey, en San José. Aún así, animados alzaban las manos quienes en pocas horas se volverían a ver para la actividad de Upala. Lo que habían vivido en Chira les recordaba “lo hermoso” de estas fiestas a las que se llega por tierra, mar y aire.

Isla llena de alegría

Antes de mediodía, cuando la temperatura alcanzaba 31°, decenas de mamás junto a sus niños se formaron para verificar que el nombre de sus pequeños estuviera en la lista de los invitados a la esperada celebración navideña en la isla puntarenense.

El sol brillaba y el reloj anunciaba que había llegado la hora. El payaso Chilvalín y las burbujas que soplaba al aire dieron la bienvenida a los primeros invitados. Mickey Mouse, Winnie Pooh, Elmo y otros personajes saludaban con alegría a los niños que caminaban cantando los temas infantiles se amplificaban en grandes parlantes, por los que anunciaban que solamente podían ingresar quienes tenían tiquete. Las manitas atesoraban un cuadro de cartulina de colores en el que había un número escrito. Con él podrían recoger el regalo.

Los pequeños fueron recibidos con sonrisas y les invitaron a sentarse. Ordenadamente le dieron jugos, repostería, manzanas, bolsitas con snacks y confites, helados, perros calientes y más bebidas. Las mamás que cargaban a los bebés también tuvieron bocadillos.

Las vocecitas agudas repetían las oraciones que el Padre Sergio realizaba y en las que les recordaba que eran niños amados por Jesús. En la entrada de la capilla de la filial San Antonio, donde sirven las hermanas monjas Lorena y Teresa y que sirvió de recinto para la fiesta, la doctora Laura, convertida en payasita, recibía a los invitados y les regalaba pulseras junto a un mensaje en voz afable: “Dios te ama y cree en ti”.

La música infantil sonaba y los más animados bailaban y otros daban saltitos. La premisa de que la niñez tiene que ser feliz se estaba cumpliendo. Los ojitos destellantes se resaltaban más con las caras dibujadas con mariposas en las que la pintacaritas aplicó mucha escarcha. ¡Cuanta felicidad!

Con un Padre Sergio como anfitrión incansable y los colaboradores dando lo mejor de sí, la fiesta fue desarrollándose de manera interactiva: bailaron congelado y respondían con gran ánimo a todas las preguntas, sobre todo a las que consultaban quiénes querían helados. Ninguno quería resistirse con aquel calor.

Algunas mamás contaron “la alegría y bendición” que representa esta fiesta y el regalo que le entregan a sus hijos e hijas.

Ana Julia García, de 41 años, ha vivido toda su vida en la isla y si bien dice que es preciosa por la tranquilidad, también reconoce que las dificultades económicas son constantes.

“La fiesta es de mucha bendición para los niños. Nos trae tanta alegría. Es demasiado bello y un alivio para todos los padres que a veces por el tema de la economía se nos hace difícil darles cositas”, comentó. Ella llegó junto a su hija Mariana Vásquez, de 15 años y quien tiene parálisis cerebral.

La adolescente disfrutó mucho de la actividad y se emocionó al descubrir que el regalo navideño que le entregaron era una Barbie de cabello café.

Otra mamá muy complacida fue Alondra Gutiérrez, de 26 años, y quien llegó con sus hijos Javier, Keyshell y Yulen (en su vientre). Para todos hubo un bonito juguete.

“Estamos felices, principalmente las madres, porque a veces no podemos comprar regalos por falta de medios. Este fue un día muy especial”, comentó.

Un niño de siete años, quien llegó con su hermanita de seis y su hermano de cuatro, contó que le encantaba la fiesta porque “me dan rrregalos”.

Los cientos de niños que ingresaron, tal vez más de 400, se acomodaron en pupitres, bancas y otros se sentaron en la capilla. Cantaron, disfrutaron de los snacks, de los helados y rebuscaron curiosos en la bolsita de dulces. Habían esperado por varios meses esta fiesta.

El Padre Sergio y los colaboradores son conocidos en la zona porque llegan todos los meses. El sacerdote contó a La Nación que se han vinculado con Chira desde que, al visitar Puntarenas, algunos isleños los buscaron para pedir apoyo, pues había mucha necesidad.

Al llegar a la isla, las personas de la Asociación Obras del Espíritu Santo vieron las condiciones complejas que se viven en el lugar, donde nadie es dueño de la tierra en la que habita y en el que los productos de alimentación básica se venden a precios más altos, debido a que no hay distribución comercial que llegue a la isla, lo que implica adquirirlos en San José o Puntarenas y revenderlos.

Hoy, Obras del Espíritu Santo llega con ayudas pero también con soluciones. Es por eso que tres días al mes instalan en la isla el supermercado El Gallo Pinto de la Alegría y allí venden granos básicos y diferentes productos a los precios que se consiguen en la ciudad. Antes de esto era muy usual que las familias, que viven sobre todo de la pesca, pudieran tener solamente una comida al día. Ahora la gran mayoría alcanza las tres.

El grupo también regala 200 diarios mensuales a quienes más lo requieren.

Además de este apoyo, la evangelización es parte de las visitas. Como bien dice la Biblia: “la fe sin obras es muerta”. Por eso, además de rezar, de cantar, de dar un mensaje religioso y hasta apoyo psicológico en algunos casos, se lleva ayuda: ya 123 estudiantes de Chira recibieron computadoras y la idea del sacerdote es que la Asociación pueda donar varias decenas más y así convertir un lugar “en riesgo social en la primera isla digital”, dijo el padre.

Valverde es el rostro y cabeza detrás de estas misiones, sin embargo, sabe que todo es posible gracias “a Dios y a quienes le apoyan”, tanto los colaboradores como los donantes y personas que patrocinan.

“Los niños son la vida de mi vida. Nací para cuidarlos, alimentarlos y defenderlos. El primer derecho que tiene un niño es el derecho a ser feliz”, dijo el sacerdote con sus mejillas enrojecidas por el calor.

La fiesta estaba ya cerca del final, que es el punto alto de la actividad. Los regalos llegaron y las sonrisas no podían ser más grandes. Se organizaron filas y se pedía que la entrega fuera rápida, pues el evento debía finalizar para recoger todo, limpiar, que los colaboradores almorzaran y salir a tiempo antes de que la marea subiera demasiado. Cada persona se movía con rapidez y era sencillo identificar a quienes eran parte de las Obras, pues llevaban chalecos.

En esta tarde caliente y agradable, hasta los perritos que entraban al lugar recibían un poco de alimento. Es conocido que en zonas tan recónditas y donde muchas familias tienen pocos ingresos, muchas veces las mascotas se encuentran en condiciones no favorecedoras. De la asociación trajeron unos paquetes de comida para los animalitos y al menos cinco fueron alimentados.

Improvisada

Luego de la fiesta en Isla de Chira, los colaboradores disfrutaron de un delicioso arroz con pollo, ensalada fría y ceviche de pescado que con gran disposición cocinaron varias señoras de la zona. Tras saborear los alimentos, nuevamente todos pusieron manos a la obra y llevaron hasta las lanchas los juguetes y productos que no se repartieron en la fiesta.

Los regalos y los productos no perecederos se dispondrían para otras fiestas que están pendientes. Al llegar a Costa de Pájaros, la sorpresa fue ver a decenas de pequeños esperando. Con pesar, el Padre le comunicó a los colaboradores que igualmente los regalos que llevaban eran para las actividades que ya estaban programadas. Eso sí, dijo que “humildemente” podían entregarle a los niños que esperaban una bolsita de confites, una manzana, jugos y repostería. La doctora juguetes les dio tarjetas y otras sorpresas que llevaba.

Cada vez llegaban corriendo más niños, y entre ellos, algunos perritos flacos y renqueando. Así se armó una pequeña fiesta improvisada. El payaso Chilvalín, que es protagonizado por Roy Sánchez, un criminólogo de 46 años con desgaste de cadera y quien literalmente soporta el dolor para ofrecer alegría a la niñez, se puso a jugar con los chiquitos que aguardaban esperanzados. Luego se formaron filas y a cada uno se le entregó lo dispuesto.

Las miradas entre los niños se cruzaban y los susurros que cuestionaban si eso era todo, si no habrían regalos, eran persistentes. No había juguetes para ellos, se les entregó lo que se pudo; pero desde ya, el padre Sergio comentó que de repente la Navidad que viene habría que hacer una fiesta ahí también, un lugar con claras necesidades.

Luego de la entrega de los dulces y bocadillos, llegó el tiempo de partir. El Padre subió al autobús e hizo una oración en la que recordó que lo hecho por todos ese día más que sacrificio era misericordia. Los colabroadores y servidores dieron gracias a Dios, recordaron que los cristianos no figuran y que ese día cada uno de ellos hizo “tan solo lo que tenía que hacer”.