Julio Rodríguez: La pluma en vela

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La voz de Julio Rodríguez Bolaños fue una presencia constante a lo largo de décadas.

Se apagó en octubre del 2013, cuando la salud impedía al columnista mantener el espacio En vela , un punto de referencia indispensable en el debate político nacional, pero también importante en un amplio espectro de temas, desde la economía hasta el fútbol, del cual fue un apasionado.

El 20 de julio, luego de un corto retiro en cuyo curso la salud le fue abandonando a paso acelerado, el columnista falleció. Había cumplido 78 fructíferos años, 28 de ellos dedicados a la labor de análisis y opinión en este periódico. Antes había publicado la columna Do Re Mi en el diario La República . Sumado el tiempo invertido en ambas publicaciones, la mitad de su vida fue consagrada al periodismo. Esa trayectoria le fue reconocida en el 2006 con el premio Pío Víquez.

Estudió con los padres salesianos en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. En La Sorbona hizo estudios de educación y, ya maduro, su constante búsqueda del saber lo llevó a convertirse en abogado. Las primeras etapas de su formación dejaron la impronta de una fuerte inclinación por el estudio de los valores y profundas convicciones espirituales.

Cada año, en estas épocas festivas, era don Julio el encargado de elevar una plegaria en el tradicional almuerzo de los responsables periodísticos de Grupo Nación con la junta directiva de la empresa.

La plegaria se seguirá leyendo, en tan señalada ocasión, aunque ya no contemos con la presencia física de su autor. Es una de muchas formas de conservarlo a nuestro lado, como fuente de inspiración y ejemplo.

La oración, nunca publicada, conjuga las vivas convicciones espirituales de don Julio con su constante desvelo por Costa Rica: “Ilumínanos y fortalécenos en estos tiempos críticos para defender y promover los valores institucionales, para mantener en alto los ideales judeocristianos, para preservar nuestros logros y avanzar fielmente en el derrotero trazado hace décadas al servicio de la verdad, de la libertad y de la solidaridad. Así sea”.

A eso dedicó don Julio la vida. Cumplió hasta que le abandonaron las fuerzas, sin rehuir jamás el debate y sin negarse a zanjar con un apretón de manos las diferencias de él surgidas. Luego de años de difíciles intercambios con otro polemista, se presentó la oportunidad de deslindar la discusión pública de las relaciones personales.

Pocas veces se vio a don Julio tan contento y confesaba, con orgullo, haberle admitido a la contraparte la comisión de algún exceso. Recibió, a cambio, reconocimientos similares.

Pero no pretendía complacer ni ganar aplausos. Defendía sus convicciones aunque no fueran de aceptación general y asumía las consecuencias.

Por eso, el jurado del Premio Nacional de Periodismo justificó su decisión del 2006 con una descripción inobjetable: “Unos lo aprueban, otros lo refutan, otros son movidos a la reflexión. En la dialéctica indispensable del foro democrático su aporte ha sido de la más alta calidad y ha demostrado durante su vida una absoluta coherencia en su pensamiento”.

No hay mejor homenaje para un periodista.