Isabel Allende: ‘Las novelas son semillas que tengo en el vientre y crecen hasta que me ahogan’

De forma virtual, la popular autora chilena respondió las consultas de un centenar de periodistas de Hispanoamérica, en el marco del lanzamiento de ‘El viento conoce mi nombre’. Conozca aquí cómo nació esa novela, cómo conoce la realidad de la inmigración y cómo vive su día a día a los 80 años

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Cada enero, como es su tradición y superstición, la célebre escritora chilena Isabel Allende comienza un nuevo libro. Lo hace desde hace décadas y para qué cambiar si la estrategia le ha funcionado y hoy, a sus 80 años, es la escritora más leída y vendida en español.

Eso sí, es imposible sacarle en una entrevista una sola palabra de la nueva obra que escribe porque sentiría, dice, que se diluye y que no podría escribirla con la misma intensidad que si es un secreto. Lo que sí confiesa es que las novelas le crecen y le crecen dentro hasta que tiene que escribirlas.

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A propósito del lanzamiento mundial de su nueva novela, El viento conoce mi nombre, la autora de La casa de los espíritus, Paula y Eva Luna departió con más de 100 periodistas de Hispanoamérica en una conferencia de prensa organizada por el grupo Penguin Random House. De hecho, la nueva novela la publicó en español el sello Plaza & Janés.

Fue una hora repleta de preguntas sobre este trabajo acerca de la inmigración, los sacrificios de los padres, la solidaridad y el amor, sobre su vida, su carrera literaria y hasta sus obsesiones y la vejez.

A continuación, reproducimos algunas de las preguntas y respuestas más interesantes que se hicieron durante la conversación grupal con la popular autora.

Háblenos, por favor, de la mecha que encendió El viento conoce mi nombre.

La mecha fue en el 2018, en los Estados Unidos, una política de Trump de separar a las familias, que pedían refugio o asilo, y miles de niños fueron separados de sus padres en la frontera. Algunos eran bebés que estaban amamantando todavía, que se los arrancaron de los brazos a las madres y apareció en la prensa, entonces, el reportaje de los niños en jaulas llorando, en pésimas condiciones, y los padres desesperados. Nadie pensó en la reunificación cuando el clamor público acabó con esa política porque ya no se podía sostener; entonces, se siguió haciendo de noche y a escondidas, pero ya no era una política oficial. No pudieron reunir a todas las familias porque habían deportado a los padres, no habían seguido la pista de los niños y el resultado es que todavía tenemos 1.000 niños que no han podido ser reunificados con su familia.

“Eso fue lo que me motivó a escribir sobre esa tragedia porque tengo una fundación que trabaja con programas en la frontera. Entonces me enteré de un caso muy dramático, como el caso de Anita; eso inspiró a Anita y luego me acordé de que no es la primera vez en la historia de que los niños son separados de los padres a la fuerza. Ahí me remití a cuando los niños judíos fueron separados de sus padres para salvarlos de los nazis en 1938 en lo que se llamó el kindertransport, así que así fue con el origen de la novela”.

¿Fue un reto abordar esa época que evidentemente conoce solo por los libros y por el cine?

Me acordé de una hora de teatro que vi hace mucho tiempo en Nueva York que se llamaba el Kindertransport y era la historia de esos niños. Era la historia de una niñita judía que tiene que dejar a su familia. Más de 90% de esos niños nunca más vieron a su familia; fueron exterminadas en los campos de concentración.

“Yo viví de chica en un mundo imaginario que sucedía casi todo en el sótano de la casa de mi abuelo, donde, supuestamente, yo no debía entrar pero encontré la manera de entrar. Ahí yo tenía mi propio universo, tenía libros, tenía velas para leer, tenía todo un mundo en el que yo creía que mi abuela, que se había muerto, me acompañaba”.

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Anita se sumerge en un mundo imaginario cuando se ve en esta problemática migratoria. ¿Se identifica usted con ella, por lo que ha narrado de su niñez?

Sí, yo viví de chica en un mundo imaginario que sucedía casi todo en el sótano de la casa de mi abuelo, donde, supuestamente, yo no debía entrar pero encontré la manera de entrar. Ahí yo tenía mi propio universo, tenía libros, tenía velas para leer, tenía todo un mundo en el que yo creía que mi abuela, que se había muerto, me acompañaba. Así que entiendo muy bien la mentalidad de Anita, pero es que además la he visto entre los niños traumatizados que hay en la frontera; muchos de ellos dejan de hablar y se sumergen en el silencio y dentro de ese silencio crean un mundo en el que se sienten más seguros. Es muy trágico y es un trauma que creo que los va a acompañar toda la vida.

Es un personaje inolvidable el de Anita...

Basado en una niña que se llamaba Juliana, también ciega.

¿Cuándo sabe que una historia va bien encarrilada y qué terminará tarde o temprano en una novela? ¿Cómo fue en el caso de El viento conoce mi nombre?

Como dije empezó con la separación de los niños aquí en los Estados Unidos, pero, en general, las novelas o las historias que terminó escribiendo son como semillas que tengo más en el vientre que en la cabeza y van creciendo, creciendo y creciendo hasta que me ahogan. Entonces, ya sé que es tiempo de escribirlas. Luego viene todo el proceso de investigación, que me da mucho material.

“En el caso de El viento conoce mi nombre fue una investigación muy fácil porque está pasando hoy y conozco a la gente que está trabajando para lidiar con el problemas porque en eso trabaja mi fundación. Al final de la novela están los reconocimientos: son cientos de personas que me ayudaron”.

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En su Fundación, ¿cuántas historias como las de este libro llegan?

Uh, imposible contarlas porque son muchas. Son muchos programas, muchas organizaciones y cada una tiene cientos de casos como este. Como dije antes, la investigación es fácil porque ahí está todo escrito, está todo grabado y yo puedo hablar directamente con la gente involucrada.

En esta novela hay muchos personajes, muy distintos y muy especiales, ¿cuáles son sus favoritos?

Samuel, Leticia y Anita son para mí los tres protagonistas. Samuel porque acompaña la novela desde la primera página hasta la última; es, como quien dice, la columna vertebral de la novela. A Leticia le puse el nombre por nuestra Leticia Rodero y Leticia está inspirada en una amiga mía a quien veo todos los días para tomar un capuchino y ella es de El Salvador. Salió escapando de El Salvador por la violencia y entonces ella me ayudó con toda esa parte de la investigación y es un personaje muy parecido a la Leticia del libro. Y, por supuesto, Anita.

La migración y los sacrificios son temas que se desarrollan a lo largo del libro como también lo son la bondad, el amor, y la esperanza. ¿Cómo se logra un equilibrio entre estas temáticas a la hora de escribir una novela?

Porque he visto los dos. Cuando uno lee las noticias solamente se entera del horror que sucede en el mundo; nadie habla de lo bueno que está sucediendo y de la gente que está tratando de ayudar. Como yo trabajo con esa gente pues para mí es muy fácil balancear lo bueno y lo malo.

“Esa gente que está trabajando por ayudar son casi todas mujeres porque ahí no hay ni dinero ni gloria, ni fama y eso hay 40.000 abogados en los Estados Unidos que trabajan pro bono para representar a los niños en las cortes. Son casi todas mujeres: las trabajadoras sociales, las psicólogas... Entonces, este libro es como un homenaje a ellas también”.

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¿Cómo valora la situación actual de los refugiados en la frontera entre México y Estados Unidos?

Hay una crisis humanitaria. Es muy difícil explicar hasta qué punto es trágico. Lugares como Laredo, por ejemplo, está totalmente controlado por los narcos, por las pandillas, raptan a la gente... La gente para poder acercarse al puerto de entrada a los Estados Unidos tiene que pagarle a estos criminales $500, que no los tienen. La gente no tiene agua, no hay letrinas. Las muchachas están pidiendo pañales porque no pueden salir de noche a hacer pipí porque las violan, las matan o las raptan; entonces, esto está sucediendo hoy y los gobiernos lo saben y sin embargo no le han puesto final. Entonces es muy dramático. La situación es muy mala.

“Ahora, ¿cuál es la solución? Hay muchas formas de solución. Primero que nada hay que humanizar el proceso. Luego, hay que permitir que la gente que quiera venga a trabajar a los Estados Unidos; aquí necesitamos a los inmigrantes porque ningún americano hace el trabajo que hacen los inmigrantes por ese dinero; nadie. Entonces, los necesitan en la industria de los pollos, en la agricultura, en todos los servicios domésticos... Que pudieran tener, como tuvieron antiguamente, permiso para entrar trabajar y volver a su país; todos lo harían así.

“La otra cosa es que no habría refugiados si no es por la situación de extrema violencia o de extrema pobreza que se vive en el lugar de origen. No teníamos refugiados de Ucrania hasta que Rusia invadió Ucrania. No había refugiados de Siria hasta la guerra civil de Siria. No había refugiados de Centroamérica hasta que la situación de Centroamérica se convirtió en una tragedia insostenible, en que nadie se siente seguro... Entonces, hay que resolver las situaciones de origen.

“No se va a resolver ese problema global si no tenemos una acción global para resolverlo, que no es separando a la gente con una muralla”.

El arte también tiene una función en esto; la literatura, el cine y el teatro…

Cuando nosotros oímos que hay millones de refugiados es un número abstracto, que no podemos ni siquiera imaginarlo. Lo que el arte hace es que te acerca, te pone en contacto con una historia, una cara, un nombre que podría ser tú, podría ser tu hija, la que está separada en una jaula.

“Eso tiene el arte que conecta a los seres humanos de una manera íntima. No podemos entender lo que está pasando afuera si no podemos verlo desde la perspectiva personal”.

En la conciencia del escritor está allí esa intención también, ¿no? Es contar una historia, pero también remover un poco...

No pienso nunca en que hay un mensaje. No estoy tratando de predicar, pero sí de contar algo que a mí me importa mucho. Supongo que lo que me importa a mí le importará otro, pero no pienso en eso, sino en el placer de contar la historia, por trágica que sea. Lo que me encanta es contarla.

Si hicieran una nueva edición de La casa de los espíritus habría que quitarle la mitad porque todo es políticamente incorrecto. O Cien años de soledad o cualquiera de los libros que conocemos y son parte de nuestra cultura habría que eliminarles la mitad. Yo vivo en los Estados Unidos donde casi todo es ofensivo

— Isabel Allende, escritora chilena

Censura y cambios

En este nuevo libro mira hacia las primeras infancias. ¿Qué consejos le daría a los niños y niñas del mundo para hacer prevalecer la libertad de expresión?

Yo no sirvo para dar consejo, perdona, y menos a los niños que ni siquiera me gustan.

“No puedo darle consejos a los adultos tampoco. Creo que el arte procura mantener vivo el estandarte de la libertad, pero al arte lo sofocan a menudo. Fíjate que en Estados Unidos están prohibiendo, sacando de las escuelas y de las bibliotecas, libros para niños que mencionan aunque sea ligeramente problemas de raza, de género, problemas sociales, problemas de pobreza... Todo lo que el niño debería aprender lo están quitando, todos esos libros, o sea que también hay que defender el derecho a la libertad de expresión.

“Si hicieran una nueva edición de La casa de los espíritus habría que quitarle la mitad porque todo es políticamente incorrecto. O Cien años de soledad o cualquiera de los libros que conocemos y son parte de nuestra cultura habría que eliminarles la mitad. Yo vivo en los Estados Unidos donde casi todo es ofensivo.

“Hay que tener un cuidado. O sea, se pierde todo el sentido del humor además... Me acuerdo de los tiempos en Venezuela cuando se podía decir cualquier cosa, con total libertad. No es que esté yo promoviendo eso; no quiero ofender a nadie.

“También hay esta cosa de castigar a los autores del pasado, por ejemplo lo que ha pasado con Pablo Neruda en Chile. Pablo Neruda confiesa en sus memorias que violó a una mujer; entonces, los movimientos feministas jóvenes, sobre todo, con mucha razón han denunciado todo esto, pero no pueden eliminar la obra del poeta. En ese caso tendríamos que revisar a todos los artistas, los políticos, los científicos, los inventores, a todo el mundo y, si acaso su vida no es perfecta, ¿habría que eliminar su obra? Volveríamos a la Edad de Piedra. Hay que separar la obra de la vida privada del autor”.

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Es una autora muy exitosa que ha roto límites. ¿De qué forma el patriarcado y el machismo la sigue afectando en la actualidad? ¿Cómo ha cambiado la forma en que la tratan y reconocen entre La casa de los espíritus y El viento conoce mi nombre?

Cuando escribí La casa de los espíritus... Esto siempre pasa con una primera novela, pero además yo era mujer, y nadie sabía nada de mí, pero sabían de Chile y sabían de Salvador Allende. Eso produjo cierta curiosidad por mi primera novela, que fue muy afortunada. Tuvo un éxito inmediato; eso pavimentó el camino para todos los libros que he escrito después.

“Creo que también pavimentó el camino para muchas mujeres escritoras. Las mujeres en América Latina que eran escritoras habían sido sistemáticamente ignoradas o silenciadas; de pronto, se dio cuenta la industria del libro que existía un mercado muy fuerte de mujeres lectoras que querían leer libros escritos por mujeres y se fue abriendo, como una flor, el campo para las mujeres. Hoy día hay tantas escritoras, buenísimas casi todas, como escritores.

“Eso no era así antes, hace 40 años. Entonces, cuando tú me preguntas cómo ha cambiado, ha cambiado completamente. En lo personal, he tenido muchos reconocimientos, más de 60 premios, doctorados y cosas, pero donde más dificultad tuve para ser respetada fue en Chile.

“En Chile hasta que no me dieron el Premio Nacional de Literatura, me trataban mal, como siempre pasa uno en su propia tierra. En Chile tenemos una cosa que es universal: que te cogen de la chaqueta y te tiran para abajo; los únicos que pueden subir sobre la mediocridad, sin ser atacados, son los futbolistas. Los demás no podemos; esa es la realidad chilena”.

“Las mujeres en América Latina que eran escritoras habían sido sistemáticamente ignoradas o silenciadas; de pronto, se dio cuenta la industria del libro que existía un mercado muy fuerte de mujeres lectoras que querían leer libros escritos por mujeres y se fue abriendo, como una flor, el campo para las mujeres. Hoy día hay tantas escritoras, buenísimas casi todas, como escritores”

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Más experiencia, mismas supersticiones

¿Qué cosas siente que han cambiado en su escritura desde La casa de los espíritus hasta hoy?

Creo que tengo más experiencia. Antes pensaba, por muchos libros, que eran como un regalo del cielo que me caía y que tal vez la próxima vez no iba a suceder. Ahora sé que esto es mi oficio y tengo más experiencia: si me doy suficiente tiempo para investigar y para escribir puedo contar casi cualquier historia.

“Eso es un alivio, pero lo que yo creo que es la diferencia mayor es la computadora. Antes escribía a máquina en una pequeña máquina portátil. No había copias de nada. Para corregir había un líquido blanco y uno lo pintaba la página y tenías que meter en ese pedacito una frase que fuera con el mismo número de letras. No, era de locos. Para cortar un párrafo, lo cortabas con tijeras, lo pegabas con scotch. Entonces, creo que el salto mayor ha sido la computadora y, después, espero que sea la inteligencia artificial”.

“Ahora sé que esto es mi oficio y tengo más experiencia: si me doy suficiente tiempo para investigar y para escribir puedo contar casi cualquier historia. Eso es un alivio, pero lo que yo creo que es la diferencia mayor es la computadora.”

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¿Cuándo fue, en tu caso, el cambio de la máquina de escribir a la computadora?

Fue con Eva Luna.

En Chile, se filmará en octubre La casa de los espíritus. ¿Qué le parece que sea interpretada por Eva Longoria?

Me parece fantástico. El hecho de que la miniserie sea escrita por mujeres, que el elenco sea latino, que sea en español, es fantástico porque cuando se hizo la película de La casa de los espíritus en el año 93 no podía haber ningún proyecto de ese tipo, comercial, que tuviera éxito comercial que no fuera en inglés y con estrellas de Hollywood. Entonces, La casa de los espíritus que me parece que es una película buena, honesta, bien hecha, no tiene nada latinoamericano. Era plata alemana, actores de Hollywood, en inglés con Jeremy Irons y con Meryl Streep que se suponía que eran mis abuelos y no se parecen ni remotamente.

¿Qué disfruta más escribiendo o investigando?

Escribiendo. La investigación es la base, el fundamento, pero lo que me gusta es contar la historia, desarrollar los personajes... Son como piezas de un puzzle y están todos desparramadas y tengo que ponerlas de tal manera que tengan un sentido, que sean armoniosa, que sean consistentes. Eso me encanta.

¿Ya no escribe cartas?

No, porque ya no tengo a quien escribirle (antes le escribía a su madre). Traté de escribirle al espíritu de mi mamá, pero no resultó porque al cabo de un mes era tan artificial que no, no, no. Además, no sirvo para escribir como si llevara un diario, necesito un interlocutor; entonces, ya no puedo hacerlo. ¿Todas esas cartas donde están? En el garaje, hay 24.000 cartas, según mi hijo. Están en cajas por año y cada caja contiene entre 600 y 800 cartas y si se suman las décadas de cartas son miles y miles. Están en orden cronológico.

En algún momento, ¿se publicarán esas cartas entre su madre y usted?

No, no; nunca. Teníamos un compromiso formal con mi mamá de que cualquiera de no

sotras que muriera primero, la otra iba a quemar todas las cartas porque son privadas, primero que nada. No es que contengan nada fantástico que le pudiera interesar a otra persona; solamente nos interesan a nosotras. Pero eran cartas descarnadas en el sentido de que nunca nos cuidamos de lo que íbamos a escribir y mi mamá podía decir algo de mi padrastro que ella no quisiera que nadie supiera; ¿por qué voy a yo exponerlo? Y viceversa.

“Entonces ahora le va a tocar a mi hijo, al pobre Nicolás, quemar las cartas. La mala suerte del pobre hombre que le tocó ser mi hijo”.

Lo que ha cambiado es que hago más ejercicios porque me doy cuenta de que si no me muevo, me voy a morir tiesa. Hago mucho ejercicio, camino a los perros, hago gimnasia, etcétera. Luego, estoy horas y horas frente a la mesa donde estoy investigando o frente a la computadora escribiendo.

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¿Cómo es su día a día? ¿Qué herramientas se consiguen después de vivir 80 años? ¿Qué tesoros hay en la experiencia?

Una pregunta me da para un libro. Mi día a día no ha cambiado nada, o sea, yo me levanto al amanecer. Lo que ha cambiado es que hago más ejercicios porque me doy cuenta de que si no me muevo, me voy a morir tiesa. Hago mucho ejercicio, camino a los perros, hago gimnasia, etcétera. Luego, estoy horas y horas frente a la mesa donde estoy investigando o frente a la computadora escribiendo.

“Trato de terminar mi día más temprano que antes. Me voy porque tengo marido nuevo, entonces estoy tratando de cuidar al marido. Me voy a la casa como a las 5:30 a 6 para cenar juntos, tal vez ver una película en la televisión. En fin, me cuido más en ese sentido.

“Para una buena vejez, y yo tengo todo, se necesita muy buena salud, primero y la tengo. Se necesita tener una comunidad, no estar sola, y también lo tengo. Se necesita tener cubierta las necesidades básicas, no estar angustiada porque no puedes pagar la cuenta de la luz, y eso también lo tengo. Y, finalmente, se necesita propósito. Creo que si uno puede salirse de sí mismo en vez de estarse mirando el ombligo y haciendo un inventario de todo lo que te duele, puedes estar afuera haciendo algo que te interese y que tenga un propósito para ti; eso ayuda mucho también”.

¿Cómo disfruta de lo más importante de la vida de un escritor?

Me he jubilado de todo menos de todo lo que no me gusta, pero para qué me voy a jubilar de lo que me gusta, que es la escritura.

¿Sigue con la tradición de empezar sus libros en enero?

Claro que sí; me ha servido hasta ahora. En parte es superstición, por supuesto, porque lo he hecho durante 40 años, pero también disciplina, Mi vida es complicada; era más complicada antes, ahora es más sencilla. Sin embargo, en una vida muy complicada, tenía yo que hacer separar algunos meses del año para tener silencio y privacidad para escribir porque si no me embolinaba (enredaba) en este remolino de cosas que aparecen que no tienen nada que ver con la escritura, que son las cartas, la prensa, los agentes, los contratos, los impuestos... Tantas cosas que no tienen nada que ver con uno.

¿Cómo lleva estas interrupciones promocionales ahora que está escribiendo otra novela?

Paré estos dos meses, junio y julio, para la promoción de la novela y para operarme los ojos porque tengo cataratas, así que durante dos meses no estoy escribiendo casi, pero tengo la historia en la cabeza que me da vueltas como una sopa, no puedo pensar en otra cosa.

¿Y grabarla?

No, no. No he podido acostumbrarme a eso porque cuando escribo tengo que ver la palabra, tengo que deletrearla y ver el párrafo armado. No puedo hacerlo de otra manera. Lo que me pasa también es que voy escribiendo el libro, por ejemplo, tengo 150 páginas y todavía no sé cómo va ni para dónde va hasta que lo imprimo. Lo imprimo, lo veo en papel y en papel ya tiene consistencia, tiene forma, antes era una idea.