Explorador de National Geographic: ‘Me siento más vulnerable en la calle que en la selva’

El fotógrafo documental Ricardo Rikky Azarcoya trabaja en ‘National Geographic’ desde hace 8 años, tiempo en el que, además de haber tenido impresionantes vivencias, ha enfocado su trabajo en la condición humana y la conservación del planeta

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La mayoría de los mejores recuerdos de Ricardo Rikky Azarcoya están plasmados en fotografías. A sus 47 años, gracias a su pasión y trabajo, ha vivido momentos increíbles que ha compartido con el mundo a través de National Geographic, la revista en la que trabaja como explorador y fotógrafo desde 2016.

Azarcoya, reconocido por ser el primer Explorador Latinoamericano de la National Geographic Society, ha enfocado su trabajo en documentar la condición humana y la conservación del planeta. Por ello, en su memoria, abundan miradas penetrantes de personas, hechos históricos, la preservación de la cultura ancestral e inocentes sonrisas de niños y niñas que ha retratado para visibilizar realidades y ser testigo de cómo la ayuda llega.

Esas memorias fotográficas, captadas principalmente en América, están presentes en este artículo. Una de las imágenes es la de Juan, El Lacandón, el protagonista de una historia de las que más le han impactado.

Juan es habitante de la Selva Lacandona, en el área protegida Metzabok, en Chiapas, México, donde vive el pueblo maya lacandón. La mirada determinada y magnética de este hombre fue captada justo cuando iba navegando a una singular cueva, en la que conserva a sus dioses de la luna y del sol. Se trata de una práctica que mantienen él y un grupo de sus vecinos.

Al ingresar a la cueva, Juan y los suyos encienden un copal y cantan a los dioses para que desciendan a la tierra.

“Juan tuvo 11 hijos, dos de ellos fallecieron a una edad temprana. Desde el año 2013 he estado documentando la evolución de esta cultura maya en el corazón de la selva lacandona, que como la mayoría de los pueblos originarios de América han perdido territorio, sufren del cambio climático y de la migración de las generaciones más jóvenes”, contó Rikky con respecto a su experiencia con Juan, el Lacandón.

Hay muchas historias detrás de las fotografías de este mexicano y, sobre ellas, Rikky conversó en una visita a mediados de febrero al Centro Cultural Costarricense Norteamericano, recinto en el que ofreció la charla El poder de la fotografía y la magia de una historia en el aprendizaje del idioma inglés.

A propósito de su estancia en Costa Rica, La Nación enrevistó al trotamundos, quien a través de su lente concientiza y hace viajar a los lectores de la revista.

Vida sin límites

En su niñez temprana, Rikky soñó con ser bombero, doctor y astronauta, anhelos que fueron quedando atrás con el paso de los calendarios. Recuerda que su papá y su mamá, un ingeniero en electrónica y una corredora de bienes raíces, lo acercaron a lo que se convertiría en su propósito de vida: la fotografía.

Su evidente amor por el mundo natural fue nutrido igualmente por sus progenitores. El explorador recuerda cómo, desde sus tempranos siete años, iban en familia a acampar a la playa o al bosque, o simplemente detenían el auto en la carretera, sacaban un telescopio y empezaban a admirar la Vía Láctea e identificar estrellas.

A los nueve años, Ricardo tuvo su primera cámara y saberla suya lo marcó. Empezó a planear convertirse en fotógrafo: nada podía detener a un niño que contaba con la incondicionalidad de sus padres, quienes no le exigieron seguir una carrera. Lo que él quisiera estaba bien y tener esa certeza lo alejó del miedo.

“A la fecha me dicen que a qué más se va a dedicar uno más allá de ser fotógrafo. Lo ven como hobby, o algo de fin de semana. Hay toda una licenciatura detrás de la fotografía. Nunca terminas de aprender. Me sigo metiendo a talleres para mejorar mi storytelling y redacción. Pido asesoría, más ahora con la evolución tecnológica, debes estar a la vanguardia”, contó.

Cuando empezó con National Geographic, Azarcoya descubrió un mundo de posibilidades. Ha estado en proyectos junto a biólogos, arqueólogos, veterinarios, antropólogos y con diferentes tipos de científicos, aprendiendo sobre genética y mucho más. Cada vez que termina su trabajo siente como si hubiera tomado una maestría. Ha conocido más de la guacamaya verde, se ha topado con jaguares en la selva del Darién y ha convivido con personas que habitan recónditos lugares del mundo viviendo en diferentes y, a veces, desconocidas realidades.

El camino siempre lo lleva al mismo lugar: documentar la condición humana para proteger el mundo natural.

“No decidí este camino, el camino me eligió a mí. Una de las cosas que más me gustan es platicar con gente. Siempre tuve amigos más grandes en edad, mientras mis hermanos y primos jugaban, yo platicaba con mis tíos y abuelos. Siempre me ha interesado la vida e historia de personas”, comentó.

El fotógrafo es el puente entre los protagonistas, los lectores de la revista y los usuarios de redes sociales, que se fascinan con imágenes y una microdescripción de la foto. A través de su arte, Ricardo Rikky Azarcoya permite que sean las personas quienes hablen de sus vidas e historias. Es fiel a la idea de que no solamente alguien con fama tiene algo interesante o inspirador para decir.

En este momento, trabaja en una historia sobre niños y niñas que nacen en una de las ciudades más pobres de Latinoamérica, específicamente en el estado mexicano de Chiapas.

“Que ellos me cuenten sus historias, eso no tiene precio, y creo que compartir sus historias en charlas es muy importante. Algunas veces, incluso, para mí es más importante presentar de esta manera las realidades a que las fotos sean publicadas. De esta manera puedo ver la reacción de la gente y todo su cariño”, comentó Azarcoya, quien es fotógrafo desde hace casi 25 años.

Una vida sin miedo

Ricardo Rikky Azarcoya ha estado en muchos lugares y ha fotografiado innumerables escenarios. Sobre lo que le falta y le gustaría documentar, responde de inmediato.

“Si pudiera escoger, me encantaría ir al espacio. Me interesa mucho la Tierra, nadie lo va a conocer todo, pero si apareciera un mago que me pudiera llevar a cualquier lugar del Universo, elegiría ver nuestro planeta desde lejos. Ver esa oscuridad. Ni siquiera lo puedo describir. (...) Ver el planeta desde lejos daría esa perspectiva de no tomar las cosas tan en serio”.

Ricardo no ha ido al espacio (aún), pero sí ha vivido momentos que atesora, como su encuentro con jaguares en la selva del Darién, entre Colombia y Panamá. Esta experiencia se dio gracias a la oportunidad de documentar un proceso de conservación de estos grandes felinos.

El fotógrafo ingresó al temido y a veces mortal territorio junto a un grupo de biólogos, quienes buscaban colocarle un collar satelital a un jaguar para conocer sus migraciones.

Hoy, la selva del Darién es más mencionada en las noticias por las miles de personas migrantes que la transitan, exponiéndose a todo tipo de peligros (naturales y humanos), en busca de una vida mejor. Con su relato, Azarcoya deja ver que ese inmenso territorio continúa siendo de interés para la protección de su fauna.

“La selva ya es una aventura y experiencia: no tienes cómo bañarte en tres semanas, estás sudado, hay humedad: te pican mosquitos y garrapatas. Yo lo disfruto mucho, la verdad. Esta vez los biólogos lloraban de emoción porque habían intentado colocar el collar desde hace 20 años. Captarlo en imágenes fue algo irreal”.

Con vivencias de todo tipo, Rikky es un hombre que vive sin miedo, sobre todo, con respecto a su trabajo. Contestando a la pregunta de qué es lo más peligroso a lo que se ha enfrentado, el fotógrafo documental es esclarecedor con su respuesta y cita una de sus frases preferidas: “Una persona empieza a vivir cuando encuentra algo por lo que morir”.

El explorador continuó: “No tengo problema si me toca morir haciendo algún proyecto. Me daría coraje morir por irresponsabilidad de manejar luego de tomar unas cervezas o porque me asaltaron. Si es haciendo mi trabajo o historias para apoyar a personas, no tengo problema. Me siento más vulnerable caminando en la calle que en la selva”, aseveró.

Eso sí, para cada trabajo y aventura, el equipo que integra toma todas las precauciones, siempre se acompaña de personas expertas. Por eso no titubea cuando le toca hacer rapel en sitios desconocidos o visitar una selva inexplorada. A él le gusta, de lo contrario, sabe que sufriría.

Su labor es de muchas emociones y también muy realista. Ha conocido de cerca las múltiples necesidades de distintas poblaciones. Con el tiempo ha aprendido a manejar sus sentimientos y le reconforta saber que cuando fotografía lo que viven muchas familias, no lo hace pensando en su beneficio, sino “en el de un tercero”.

Entonces, recuerda las historias que está conociendo de niños y niñas que nacen con labio leporino o paladar hendido (en Chiapas). Aunque el trabajo no está concluido, sí lo ha presentado varias veces y ha observado cómo las personas se conmueven y, en cuestión de horas, realizan importantes donaciones a una fundación que permite que estos pequeños sean operados.

“De esa manera puedes equilibrarte emocionalmente, cuando sabes que estás fotografiando situaciones muy vulnerables de otras personas. El uso de la imagen es lo más importante y siempre procuro que se utilice de la mejor manera, de acuerdo con mi ética y sabiendo que la gente reaccionará de forma positiva”, afirmó el profesional, que decidió especializarse en Latinoamérica pero que ha estado en la mayoría de los continentes.

Desde que empezó su trabajo como explorador, la existencia de Rikky es otra. Reconoce que la fotografía es su maestra de vida, esa que lo hace sentir más humano y empático. Agradece por los padres que le tocaron y por todas esas oportunidades que le brindaron.

Pese a que su labor requiere de mucha entrega -en el 2023 Rikky tuvo 25 viajes de trabajo y ya contabiliza 6 en el 2024-, no descarta unir su vida a la de otra persona y tener su propia familia.

“Cuando llegue el momento voy a poner mi rodilla sobre el piso y declararé amor eterno”, aseguró.

En su lista de pendientes está el sumergirse en la selva costarricense para maravillarse con la flora y la fauna. Por ahora, su próximo destino es Tanzania, en África, donde vivirá un mes para documentar las migraciones del Serengeti y convivir con la tribu de los Masáis. Más adelante, podrá mostrar esas historias a través de imágenes que harán viajar y hasta reflexionar a quiénes las vean.

“No tengo problema si me toca morir haciendo algún proyecto. Me daría coraje morir por irresponsabilidad de manejar luego de tomar una cerveza o porque me asaltaron. Si es haciendo mi trabajo o historias para apoyar a personas, no tengo problema. Me siento más vulnerable caminando en la calle que en la selva”, Ricardo Azarcoya, explorador de National Geographic

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