En memoria de Stephen Hawking, una mente inmortal en un cuerpo efímero

Un científico que nunca comprobó su teoría de forma experimental se convirtió en uno de los símbolos más extravagantes y familiares del conocimiento contemporáneo

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Stephen Hawking nació exactamente 300 años después de la muerte de Galileo Galilei —8 de enero de 1942— y murió 139 años después del nacimiento de Albert Einstein —14 de marzo 2018—. Su madre dio a luz a su primer hijo en Oxford, 83 kilómetros al noroeste de Londres y su cuerpo expiró en Cambridge, 80 kilómetros al noreste de la misma capital inglesa.

Estas son las coordenadas de su vida. Viajó extensamente por el mundo, no obstante, ése es su lugar en el tiempo y el espacio.

¿Qué hace la gente cuando vive 76 años? El ciclo de vida humana es relativo. Se nace, se crece, se estudia, se trabaja, se ama, se procrea, se contempla la mortalidad en la vida de los hijos. Se muere.

A partir de 1963, después de recibir el diagnóstico de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA por sus siglas, conocida también como enfermedad de Lou Gehrig en Estados Unidos y de Charcot en Francia), Hawking vivió la mayoría de esas etapas en una silla de ruedas.

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Es difícil de imaginarlo ahora que solo aparecen fotos suyas con el cuerpo deformado pero fue un niño sano. Nació en los años más violentos para Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial y se convirtió en un hombre adolescente en la austera posguerra.

Tenía 16 años cuando construyó su primera computadora, hecha de partes de relojes, un conmutador telefónico y otros componentes reciclados, con su maestro de matemáticas Dikran Tahta. Hawking era un joven extraordinariamente inteligente pero un estudiante descuidado con sus pruebas académicas.

“Detrás de cada persona excepcional hay un maestro excepcional”, dijo Hawking sobre el mérito de Tahta en su brillante carrera.

Además de un brillante físico teórico, astrofísico y cosmólogo, Hawking también fue hijo, hermano, esposo, padre y maestro. No fue una persona excepcional en todos esos puestos, solo en el último de ellos.

Tenía ocho años de ser el profesor titular de la prestigiosa Cátedra Lucasiana de Matemáticas de la Universidad de Cambridge cuando publicó Breve historia del tiempo, el libro que lo sacó de la fama digna del circuito académico y lo convirtió en una masiva celebridad del conocimiento. Una súperestrella.

“No creo que nadie, ni la editorial, ni mi agente, ni yo mismo, esperábamos que el libro lograra lo que hizo. Estuvo en la lista de best seller de The Sunday Times de Londres por 237 semanas, más que lo hizo cualquier libro (no cuentan ni la Biblia ni Shakespeare). Ha sido traducido a al menos 40 idiomas y ha vendido una copia por cada 750 hombres, mujeres y niños en el mundo. Como observó Nathan Myhrvold de Microsoft, un estudiante mío de postdoctorado: he vendido más libros de física que Madonna sobre el sexo”, escribió Hawking en el prólogo de la edición del décimo aniversario de su libro.

Michael Jordan jugando al baloncesto

En 1988, meses antes de la publicación de su primer libro, un periodista de la revista Time lo siguió algunos días por los pasillos de Cambridge.

Entrevistaron a colegas suyos de varios departamentos académicos de Europa y Norteamérica: fueron los primeros elogios públicos que le dieron vuelta al mundo.

Uno de ellos no pudo evitar comparar la agilidad mental de Hawking con la agilidad del cuerpo de otra súperestrella: “Es como Michael Jordan jugando baloncesto. Nadie puede decirle a Jordan cuáles movimientos tiene que hacer. Es intuición. Es un sentimiento. Hawking tiene una extraordinaria intuición”.

Pienso, luego existo. No podemos dudar de nuestra existencia mientras dudamos, pensaba René Descartes. Por muchos siglos, otros tantos filósofos se preguntaron cuán juntos trabajaban el binomio del cuerpo humano y su mente. ¿Cómo ven los ojos y cómo lo percibe el cuerpo? ¿Siente el cuerpo? ¿Piensa el intelecto?

En ausencia de una especialidad aplicada como la neurología, el comportamiento del cerebro era tan misterioso como el del universo.

Contrario a lo que cualquiera esperaría en una ciencia exacta, las teorías brotan del misterio y no de la certeza. Empero, los únicos modelos científicos que sobreviven al olvido son los que generan pruebas indisputables.

En 1973, Hawking propuso una teoría sobre el comportamiento de los agujeros negros y las leyes de la termodinámica. Estableció que los agujeros negros generan radiación y esta teoría, que firmó junto con otros investigadores, supuso un avance extraordinario para la física teórica.

En esos años de profunda vocación para producir teoría, su investigación de la teoría general de la relatividad fue la mejor que había.

Sin embargo, a la fecha, los científicos no han encontrado un agujero negro que compruebe experimentalmente el hallazgo.

”Es una pena, porque en ese caso ya hubiera ganado el premio Nobel”, dijo una vez aunque, por la voz monótona de su aparato de comunicación, es imposible asegurar que fuera broma, queja o todas las anteriores.

Hawking pasó su vida tan preocupado por explicar el universo como otros pensadores; tan limitado por el tiempo y el espacio para obtener respuestas certeras como ellos.

En las conclusiones de Breve historia del tiempo, reconoce el valor de las preguntas que fundamentan nuestros conocimientos.

“Nos encontramos a nosotros mismos en un mundo desconcertante. Queremos obtener un sentido de lo que vemos a nuestros alrededor y preguntar: ¿cuál es la naturaleza del universo? ¿Cuál es nuestro lugar en él y de dónde vino, de dónde venimos nosotros? ¿Por qué es la forma de la que es?”.

Su primera esposa, Jane, vio al científico perder el control de su cuerpo, poco a poco.

Comenzó a usar la silla de ruedas poco después de su boda, en 1965. Dos décadas después, perdió el habla en una traqueotomía y se vio obligado a usar un sintetizador de voz con acento estadounidense.

Cuando perdió la movilidad de la mano derecha, en el 2005, comenzó a “hablar” con un gesto de la mejilla.

En el 2009, ya no podía conducir independientemente su silla de ruedas. Los días en los que aceleraba demencialmente por el campus de Cambridge y atropellaba los dedos de los pies de quien se atravesara en su camino se terminaron.

Los años de su nueva fama fueron los peores para su matrimonio con Jane. Pasaba los fines de semana sumido en silencio. No fue un esposo ni un padre atento. Su cuerpo siempre estaba allí, colocado en la silla, pero su mente estaba ausente.

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Aprendió a solucionar ecuaciones complejas sin necesidad de tomar apuntes, se concentraba en pensarlas para sí mismo.

Ése era el problema filosófico de su cuerpo y mente.

La esclerosis lateral amiotrófica que sufrió Hawking es una enfermedad que ataca las neuronas de la movilidad (motoneuronas) en el cerebro, pero no es una enfermedad del intelecto.

“No hay nada como el momento ‘Eureka’ de descubrir algo que nadie más sabía antes. No lo voy a comparar con el sexo pero es más duradero”, dijo en una conferencia que Cambridge organizó para celebrar su cumpleaños 60.

Muchos describieron su cuerpo atrofiado como una cárcel material pero, también, imaginaron que su mente era libre para jugar con las reglas del universo, sin los límites intelectuales de un ser humano promedio. Sin su mortalidad, habría sido un dios.

Hawking vivió aunque los médicos le habían diagnosticado una existencia breve, brevísima, en 1963. En los siguientes 55 años, se casó con Jane, terminó su tesis doctoral, tuvo tres hijos, se divorció dos veces, contempló la mortalidad propia y la del universo.

El pasado 14 de marzo, finalmente murió, tranquilo y en su casa. Partió y recibió homenajes de otras celebridades que lo conocieron y otras que solamente lo admiraron. De quienes leyeron sus investigaciones y de quienes abandonaron el libro de ciencia más popular de la historia.

Cuerpo de ciencia

Stephen Hawking fue un ateo teórico. Conoció a cuatro papas católicos y a todos les expresó su afán de fortalecer la relación entre religión y razón científica. En 1986 lo nombraron miembro vitalicio de la Pontificia Academia de las Ciencias.

Después de sobrepasar sus limitadas expectativas de vida, Hawking vio a la muerte tan pragmáticamente como al cosmos.

Siempre dijo que si los científicos encontraran una “teoría del todo” podrían asomarse a la mente de “Dios”, es decir, a las coordenadas del origen del gran diseño del universo. La chispa que prendió el Big Bang.

“Recuerden mirar a las estrellas y no a sus pies. Intenten sacarle sentido a lo que ven y cuestionen qué es lo que hace que el universo exista. Sean curiosos”, dijo el año pasado.

Después de Breve historia del tiempo, su intelecto se convirtió en un objeto de culto. A menudo, decía frases astutas que se convertían en citas citables en libros de otros y, también, en momentos memorables para la televisión.

En el 2015, dijo que existía la posibilidad de un universo en el que Zayn Malik jamás hubiera abandonado a la banda pop One Direction.

“Mi consejo a todas las jovencitas con el corazón roto es que le pongan atención al estudio de la física teórica. Porque, algún día, podrá haber prueba de universos múltiples”, dijo.

Hawking siempre mantuvo que le gustaba que lo consideraran “primero un científico, segundo un escritor popular de ciencia y, en todas las formas en las que importa, un ser humano normal con los mismos deseos, necesidades, sueños y ambiciones que el resto”.

Aún así, llegó a pertenecer a la corriente de la cultura popular, aún para quienes nunca habían escuchado de sus teorías ni leído una sola página de sus libros.

Leer sobre la ciencia de Hawking nunca fue ni será un requisito para reconocer su credibilidad en la historia. Para eso lo encarnaron los rostros más atractivos de Benedict Cumberbatch y Eddie Redmayne en películas de televisión y de cine.

Aún así, el profesor de Cambridge se interpretó a sí mismo para aparecer en comerciales y en series de tele, como una celebridad de moda. Hawking fue el invitado más inteligente de The Simpsons, admitió el productor del programa tras su muerte.

“Nadie se puede resistir a la idea de un genio lisiado”, dijo Hawking una vez.

Un genio lisiado

Hawking era altanero.

Su estatus célebre le dejaba un margen considerable para salirse con la suya. En 1977 le pasó por encima a los pies del príncipe Carlos en una ceremonia a la que fue invitado por la familia real. Durante los noventas, en una cena con el padre de la bomba de hidrógeno Edward Teller, dejó que su máquina vociferara “él es estúpido”.

“Para mí, Stephen era mi esposo y el padre de mis hijos. Una no le dice a su esposo cuán astuto es, cuánto debo adorar el suelo bajo sus pies o, en su caso, ruedas. Me parecía que esa actitud servil que adoptó tanta gente alrededor de él era excepcionalmente frustrante y, por supuesto, empeoró cuando tuvimos que contratar cuidadores”, dijo Jane en una entrevista de radio durante los meses que se estrenó la película sobre su romance, The Theory of Everything (2014).

En 1990, Hawking abandonó la casa de la familia para mudarse con su futura esposa, una enfermera de apellido Mason.

Durante los años en los que estuvo alejado de Jane y sus tres hijos, la policía intentó investigar varias denuncias de abuso en su segundo matrimonio. Hawking nunca permitió que penetraran su vida íntima.

Perdió mucho tiempo durante esos años. En los rumores, en las visitas al hospital y, sobre todo, en darle vueltas a la teoría del todo –una teoría que uniera la teoría de la relatividad, la descripción de la estructura del universo, y a la física cuántica, el estudio de las estructuras subatómicas– que no logró acabar antes del 2020, como esperaba.

Aunque fue un teórico brillante, Hawking pasó a la historia como un extraordinario divulgador científico –así lo hizo Carl Sagan en su momento y lo continúa haciendo Neil deGrasse Tyson–.

Hawking tenía el genial don de escribir sus complejas ideas con palabras sencillas.

En sus ensayos Agujeros negros y pequeños universos (1993), expresó su amor por desmantelar las cosas y su dificultad para rearmarlas.

“Mis habilidades prácticas nunca alcanzaron el nivel de mis indagaciones teóricas”, confesó.