El joven que desoyó a Don Pepe y arriesgó la vida para honrar la palabra dada a sus enemigos

El nombre de Jaime Molina Coto quizás no le diga mucho, pero este insigne cartaginés protagonizó, justo este domingo 11 de abril hace 73 años, una valiente y poco conocida gesta en medio de la guerra civil de 1948.

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Hurgar en los anales de la historia de la Costa Rica de antaño se vuelve un ejercicio casi surrealista, más en este 2021 tan complejo por todos los motivos. Aún así, vamos a remontarnos a la época postrera a la Segunda Guerra Mundial, cuando en nuestro país se generaba el caldo de cultivo del conflicto que culminaría con la Guerra Civil de 1948, misma que diezmó a centenares de familias y moldeó la realidad política de los siguientes 50 años.

La revolución se dio entre marzo y mayo de ese año, duró 44 días y se decantó tras la anulación, por parte del Congreso, de las elecciones presidenciales realizadas en febrero de 1948 y que habían sido ganadas por don Otilio Ulate, tras derrotar al Partido Republicano, con el doctor Rafael Angel Calderón Guardia al mando. El desconocimiento de los resultados se dio luego de que parte del material electoral resultó destruido en un incendio cuyo origen nunca fue establecido. José Figueres Ferrer se alzó en armas y el conflicto se extendió por varias semanas. Tras la derrota de las fuerzas gubernamentales y calderonistas, en mayo don Pepe asumiría como presidente de la Junta Fundadora de la Segunda República. El 1 de diciembre de ese mismo año, Figueres formalizaría la abolición del Ejército.

Entre tantas historias perdidas u olvidadas de los protagonistas (como ocurre en cualquier guerra) hay algunas que se niegan a fenecer por cuenta no solo de los descendientes sino, en este caso, por el propio don Pepe Figueres, quien en su libro Memorias del 48 reseñó la anécdota que hoy, 73 años después, nos tiene hablando del entonces sumamente joven cartaginés Jaime Molina Coto, de 18 años.

Se podría decir que la imagen es digna de una película de Hollywood pero es a la inversa: muchos filmes han puesto en pantalla imágenes heroicas basadas en la vida real pero lo maravilloso de esta historia es que se quedó así, sin condimentos artificiales y nos permite a los amantes de la historia imaginarnos a nuestro gusto esta situación que ocurrió exactamente 73 años atrás pero que hoy parece tan vívida como añorable: la salida de la cárcel de Jaime, en condición de preso político profiguerista, bandera blanca en mano, enviado por las huestes calderonistas que tenían al muchacho en su poder y confiaron en él con el fin de que llevara un mensaje vital para los figueristas y al mismo don Pepe durante la encendida toma de Cartago en aquel momento.

Observación obligatoria: por más que leímos sobre la Revolución del 48, para las generaciones posteriores, las que crecimos en la burbuja de ser un país sin ejército, estas anécdotas nos parecen tan impensables como loables.

La madeja de esta historia se desarrolla gracias a un escrito enviado a este diario por Jaime Molina Ulloa, primogénito de don Jaime, y quien desarrolla un poco más la memoria sobre su papá, fallecido tempranísimamente a los 40 años, por causa de un derrame cerebral, el 3 de abril de 1970.

Don Jaime Molina Ulloa, ingeniero civil de 69 años, a través de estas palabras revivió el legado de su padre, más allá de la anécdota de marras, con el propósito de ofrecer a las generaciones actuales inspiración sobre la valentía y el valor de la palabra. “Eran los difíciles meses de la Revolución de 1948 en Costa Rica. Para el día 10 de abril de ese año, el movimiento liderado por don Pepe Figueres tenía previsto realizar el Plan Magnolia, que tenía como objetivo tomar la ciudad de Cartago y el Plan Clavel, para la toma de la ciudad de Limón. Por algunos atrasos e inconvenientes, el Plan Magnolia se atrasó un día y se ejecutó hasta el 11 de abril, de por sí una fecha de mucho significado para Costa Rica, ese año se celebraba el aniversario 92 de la Batalla de Rivas, donde nuestro héroe nacional Juan Santamaría nos libera de la invasión de los filibusteros liderados por William Walker.

“La noche de ese sábado 10 de abril de 1948 se inicia desde La Roca de San Marcos la marcha hacia la ciudad de Cartago liderada por don Pepe Figueres. Le acompañaban 600 hombres armados, pero más importante aún, muy motivados en su lucha por la liberación de Costa Rica.

“La Marcha Fantasma, como se le nombró a esta caminata hacia la liberación de Cartago fue un éxito y sin disparar ni un solo tiro, la ciudad fue tomada. Faltaba tomar ‘el cuartel, la espina en el corazón de Cartago’ narra don Pepe en sus memorias, que tomaron forma en el libro El Espíritu del 48″, continúa la remembranza de don Jaime tercero, pues la legión de Jaimes Molina lleva ya cuatro generaciones y contando.

“Ahí se atrincheraban los últimos combatientes del calderonismo en Cartago al mando del coronel Roberto Tinoco Gutiérrez, quien de una manera muy hábil había logrado burlar la vigilancia enviada al Alto de Ochomogo y así tomar el mando del cuartel de Cartago.

“Estando don Pepe resguardado por las paredes de las ruinas de la Parroquia de Cartago, destruidas por el terremoto de 1910, cuando se percatan que hay movimiento en el cuartel y don Pepe describe en su relato: ‘Al mediar la tarde del tercer día de asedio, uno de los presos, por cierto, muy joven, salió de la fortaleza con una bandera blanca, trayéndome un recado del coronel Tinoco.

--El coronel Tinoco solicita permiso para sacar los cadáveres que hay dentro del cuartel y darles sepultura”-- replicó el joven Jaime Molina. La respuesta de don Pepe fue un rotundo no, y le dijo al muchacho:

--No podemos dar el permiso solicitado. Lo único que demandamos es que se rindan. Además, usted no irá a dar el recado. Se quedará aquí con nosotros.

--¡No! -repuso resueltamente el jovencito-, le di mi palabra de regresar al coronel Tinoco.

Reseñaría años después, don Pepe en sus memorias, cómo el novel Jaime volvió al cuartel, a seguir prisionero. “Su altivez me conmovió. ¡Cómo desearía que toda la juventud costarricense lo imitara!”, manifestaba verbalmente y luego, por escrito, en su libro, en franca admiración a aquel muchacho quien, estando encarcelado por defender los principios figueristas, depuso sus colores políticos y privilegió su palabra”, puntualizó el primogénito en su escrito.

Siempre de acuerdo con la reconstrucción periodística y familiar, ese joven era Jaime Molina Coto, quien había sido tomado prisionero a la salida de la misa de tropa junto con su tío Zacarías Molina y su primo hermano Oscar Molina.

“Jaime Molina de 18 años y quien desgraciadamente fallece a los 40 años de edad, el sábado 3 de abril de 1971, fue el héroe de ese episodio por lo cual fue condecorado por don Pepe con la medalla que se muestra.

“Jaimito, como le decían todos en la familia y amigos siempre tuvo el temple, carácter, decisión y honradez de una persona como la que actuó en 1948 sin ser mayor de edad (no podía siquiera votar) y así lo hizo durante toda su vida.

“Sus valores, que nos enseñó en los pocos años que le tuvimos, fueron el ejemplo permanente para nuestra madre, María Ulloa Gamboa, que con el amor y el trabajo de ambos nos educaron y nos quisieron como nunca a sus tres hijos: Jaime, Gabriela y Javier Molina Ulloa.

“En esta ocasión, deseamos sus hijos sacar del anonimato del relato de Don Pepe a nuestro querido “papi” como reconocimiento a su proceder no solo ese 11 de abril de 1948 sino el de toda su vida hasta que se retiró de nuestro lado para un día volver a estar todos juntos”. Sus hijos.

In Memoriam

La huella que dejó don Jaime Molina Coto caló profundo en el Cartago de aquella época. Su primo hermano, Julio Molina Siverio, dueño de una magnífica prosa, publicó en mayo de 1971 este homenaje en su honor, al mes de su partida. En el mismo, amplía la famosa anécdota que originó este reportaje.

“Jaime, nuestro inolvidable Jaime, nació en Cartago. También allí, en su generoso camposanto, depositamos sus restos hace pocos días.

“Varón único entre una prole numerosa de hermanas, fue querido y mimado por ellas y por sus padres, a todos les correspondió con inmensurable amor y generosidad. Adoró a su esposa y a sus hijos. Muchos años trabajó en una importante institución bancaria y su idoneidad y responsabilidad le permitieron alcanzar un puesto relevante en ella, así como el respeto y la estimación de sus compañeros.

“A él puede atribuirse la que no es virtud abundante: su auténtica amistad y caballerosidad. Caballero por sus hechos, porque repitiendo al personaje de Ruiz de Alarcón, ‘solo consiste en obrar como caballero, el serlo’. Sobre la caballerosidad de Jaime recordamos un suceso que nos lo pinta entero de cuerpo y alma: En los aciagos días de abril de 1948, las fuerzas de la Revolución asediaban el cuartel de Cartago: allí, junto a muchos distinguidos cartagineses se encontraba Jaime en calidad de prisionero político, el cerco se cerraba inexorablemente y entonces el comandante de la plaza, coronel don Roberto Tinoco, envió a Jaime, su prisionero, en calidad de parlamentario a fin de acordar los términos de una posible capitulación, bajo la palabra de honor de regresar de inmediato a la prisión. Ya en las filas de las fuerzas situadoras, algunos de sus amigos le insinuaron la posibilidad de no regresar al cuartel y evitarse el riesgo de un inminente bombardeo.

“Jaime rechazó la insinuación y volvió al cautiverio. No pensó en su vida, sino en la de aquellos que todavía permanecían en prisión y cuyas vidas peligraban pero además, cumplió con la palabra empeñada.

“El gesto de aquel mozo de 18 años determinó su vida posterior, la que fue sucesión de actos caballerosos y nobles.

“Hace pocas semanas le saludé en Cartago; se encontraba en el corredor de la casa paterna; elevó su mano a guisa de saludo. Después, no le vi más. De repente el ataque artero de la enfermedad y la muerte ineluctable, cuando apenas había tramontado los cuarenta años de edad.

“No quise verlo en su lecho mortuorio porque deseo recordar siempre la imagen jovial,optimista, rubicunda del Jaimito con quien también compartí mis juegos infantiles.

“Cristiano, aunque sin alardes, fue Jaime un convencido de que el espíritu, tal como decía Goethe, es una esencia indestructible. Por ello pensamos que aunque la muerte despiadada nos lo arrebató, no podrá jamás hacerlo morir”.