El dentista del Simón Bolívar: en las fauces de las fieras

Estudió para atender a humanos, pero su PASIÓN POR LOS ANIMALES lo llevó a realizar consultas en las jaulas del zoológico Simón Bolívar.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Lo piensa dos veces antes de decirlo, pero al final no le queda más remedio que aceptarlo: los animales son mejores pacientes que los humanos. Su aseveración carga el peso de más de 30 años de ejercer la odontología en la boca de mamíferos de diferentes órdenes.

“Son mejores pacientes porque están completamente sedados y no se mueven cuando usted los está operando; pero es más riesgoso. Una vez se nos despertó un jaguar y quebró el sostenedor que le mantenía abierta la boca. ¡Viera qué susto!'”, comenta entre risas, haciendo gala de su buen humor, que a menudo le roba protagonismo a las gafas que adornan su cara redonda.

Marco Masís Bermúdez es el primer especialista dental que tienen a su disposición los habitantes del zoológico Simón Bolívar. Es también el primer odontólogo de animales que este país ha visto germinar –exceptuando a otro más dedicado a equinos–, sin que la especialización profesional exista formalmente en estos suelos.

Una vez al año, revisa a todos los félidos del lugar, a los mapaches, las martillas y los simios, siendo estos últimos los más risueños del vecindario. En cambio, a los cocodrilos no se les acerca, y no es que les tenga miedo, sino que mudan dientes de manera permanente, por lo que un dentista les viene sobrando, a menos que represente una cena para ellos.

A los animales que pasan a consulta les limpia la dentadura a fondo, removiéndoles una densa capa de sarro que se produce sobre sus dientes. El servicio también puede incluir exodoncia (extracción de piezas), endodoncia (tratamiento de nervio), ortodoncia y tratamiento de encías.

Otras veces es necesario atenderles caries, aunque –en el caso de los animales– siempre son menores las posibilidades de que esto suceda. Si le ocurriera a alguno, probablemente sería a un primate, acostumbrado a ingerir cuanta chatarra le lanzan los visitantes.

La más reciente de las operaciones hechas por Masís en el Bolívar fue a un caucel hembra de aproximadamente un año de vida. La intervención fue una mañana de viernes, cuando el zoológico no había abierto aún sus puertas y Masís ya estaba con un uniforme azul.

El título universitario de don Marco es de odontólogo, así, a secas. Sucede que fue él mismo quien decidió que extendería sus conocimientos al tratamiento de otras especies animales más allá de la del homo sapiens sapiens . “–Entonces por qué no estudió veterinaria?”, pregunto. “Bueno, cuando entré a la universidad tal vez no era momento, pero es algo que me ha gustado desde que estaba chiquito”, responde sin tener que pensarlo mucho. “El problema es que los animales no tienen higiene dental y por eso acumulan tanto sarro. También sucede que se fracturan las piezas de tanto morder las mallas de las jaulas, masticar huesos de pollo o quebrar semillas, pero este de hoy es por un accidente”, explica el dentista de 60 años de edad.

La mejor forma de detectar un padecimiento dental en un animal es por su comportamiento, explica. “Uno se da cuenta de que tiene alguna molestia porque no comen, se aíslan y se ponen huraños; algunos entran en ira. Para hacer estos trabajos, hay que pensar como animal”, añade.

En situaciones de rutina, la intervención dental a los animales no se les debe hacer más de dos veces por año, ya que para “sentarlos” en la silla de pacientes, hay que sedarlos. El león, por ejemplo, ya tiene segura su única cita del 2013, que coincidirá con la remodelación de su jaula. Así, después de una sola “dormida” el rey de la selva tendrá casa nueva y dentadura remozada, que incluye unos dientes que pueden medir hasta 10 centímetros de intimidante longitud.

“Yo empecé en esto porque sentía que nadie volvía a ver a los animales, por eso mi norte es ayudarlos. Ellos no se lavan los dientes, ni se enjuagan, pero su salud dental es tan importante como la de un humano y por eso hay que darles atención. El espíritu de un odontólogo debe ser servir a las personas y, en mi caso, también a los animales”, comenta.

El paciente de este viernes proviene de un refugio animal en Las Pumas, Cañas, Guanacaste. Larescataron después de ser atropellada, casi un mes atrás. Ya recibió atención en sus tejidos blandos pero hasta ahora se le atenderán cuatro dientes caninos que están fracturados, según el reporte de los veterinarios que ya lo revisaron.

Acá, en la sala de atención a animales, intervendrán otros dos veterinarios más, además de Masís. Explica él que el trabajo de los odontólogos de este tipo siempre debe hacerse de manera mancomunada con estos otros especialistas, por eso, cuando llegue el paciente, la misión partirá de ambos flancos.

{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2013-04-07/RevistaDominical/Articulos/RD07-DENTISTA/RD07-DENTISTA-quote|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteSinExpandir^}

Hace cinco años, el doctor Masís cerró su consultorio odontológico (que era para humanos, por supuesto). Tenía la agenda suficientemente llena con su puesto de docente en dos universidades diferentes y con la curiosidad que lo ocupaba en sus ratos libres y lo distraía haciendo análisis de lecturas sobre dentaduras de perros, que fueron su primer objeto de estudio.

Por cuestiones técnicas, su pasión por atender animales sigue siendo un pasatiempo, ya que nunca ha recibido “un cinco” por sus intervenciones a animales, pero a la vez se acerca a su sueño: que la odontología para animales sea una especialidad en Costa Rica.

Mientras sigue esperando que llegue el caucel al que atenderá, Masís recuerda sus “inicios”, cuando se dedicó a esculcar los hocicos de perros. Hizo sus primeros tratamientos en animales en el año 2000. Junto a otros colaboradores, atendió a 187 canes en tres meses; los resultados arrojaron estadísticas sobre la forma correcta de hacer tratamientos de encías a perros y sobre la fisonomía de sus dientes.

Ya con el felino en la sala de operaciones, Masís se asoma por la ventana y ve al especimen que tratará: “Este es un gatito a la par de otros que hemos operado”, comenta sin despegar la mirada de la ventana. Ya ha hecho más de 200 tratamientos y sus brazos lo testifican con cicatrices de mordeduras y arañazos.

El animal yace sobre una mesa metálica, dormido gracias al sedante y con el hocico abierto mientras Masís lo examina rodeado de silencio.

El dentista se coloca los guantes y una mascarilla. El pequeño foco que tiene sujeto a su frente le permitirá explorar a fondo las fauces de la pequeña bestia. “A los animales no se les pueden dar citas, así que tenemos que hacerlo todo de un solo”, dice. Le toma placas de los dientes de arriba y de los de abajo, mientras los asistentes observan atentamente, sostienen los instrumentos y atienden instrucciones. Comienza la misión.

Una a una, Masís saca las piezas que debía extraer: tres incisivos inferiores que el felino usaba para desgarrar. Estaban tan flojos que sacarlos fue lo mejor para el animal. No obstante, sin estos dientes, la criatura queda inhabilitada para agarrar un bocado de una presa y, probablemente, por eso deba quedarse en cautiverio por el resto de sus días.

Masís le tiene fe a sus pupilos y se ilusiona con “lo que viene”. Mas, cuando mira hacia atrás, también exhala algo de nostalgia.

En el espacio del zoológico donde se conservan los ejemplares disecados de ciertos animales que alguna vez estuvieron en jaulas, hay una pareja de leones que atrapa su mirada. “Yo atendí a esa leona, era paciente mía; viera cómo me dolió cuando murió”.