La basura hecha arte: una alerta tan triste como sublime

Recipientes de plástico que durarán 500 años en biodegradarse, colillas de cigarro y los más impensables desechos: la artista nacional Graciela Fournier construye emblemáticas obras que asombran y sensibilizan por igual: esta es la historia de una soñadora que se niega a rendirse ante el suicidio colectivo del planeta que se asfixia en basura.

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No es necesario ser un erudito, ni siquiera un principiante en temas relacionados con arte para asombrarse por el engranaje visual que liga desechos plásticos con obras que desde el primer momento nos sume en asombro, admiración, desazón y muchas preguntas, todo a la vez.

Esto es lo que provoca el quehacer de la artista nacional Graciela Fournier, quien ha dedicado su vida profesional durante los últimos 20 años a concientizar a todo el que pueda sobre los horrores que se le vienen al planeta por cuenta del mal manejo de desechos, en especial, del plástico.

Su última exposición, “Primario”, que mostró el resultado de un año entero de labor y que fue exhibido durante tres semanas en el Museo Calderón Guardia, en Barrio Escalante, deja perplejo a cualquier espectador por la crudeza ligada con la hermosura, en un ejercicio de concientización que atraviesa la epidermis de cualquiera.

Es así como Graciela Fournier empezó desde dos décadas, siendo una estudiante de Bellas Artes en la Universidad de Costa Rica, a entender lo que se venía y, posiblemente, a adelantarse sin proponérselo a la concientización que hoy es un eje temático, en el país y en el mundo, de quienes advierten que el planeta simplemente colapsará ante la invasión de desechos y basura que demorará cientos de años en biodegradarse.

Bastó con realizar un recorrido por su exposición para caer en cuenta de que Roma no se hizo en un día, y “Primario” tampoco: de hecho, la laboriosidad y el nivel de detalle que convierten cúmulos de basura en obras de arte que parecen gritar auxilio, evidentemente han demorado meses, tal cual lo confirma Fournier, como mínimo un año entero de trabajo inspirador, en solitario, en su taller en el que desembocan montones de desechos que ella, sus tres hijos y otros allegados, recogen de las playas y calles del país.

“No recuerdo en qué momento empecé a tener afinidad con este tema, sé que estaba en la U y eran otros tiempos, desde hace unos tres años todo el mundo habla de que hay que ser verde y hay que ser sostenibles... yo tengo más de 20 años de haberme metido en este mundo y mi forma de contribuir a la concientización es por medio del ‘amor’ por la basura, empecé a darle rienda suelta a mi inspiración y hoy estoy contenta y satisfecha, aunque también muy agotada, tras lograr que una muestra de 54 elementos haya tenido gran visitación e impacto”, explica Graciela mientras nos muestra al fotoperiodista John Durán y a quien escribe, unas monumentales obras manuales constituidas de desechos pero que, en la curaduría de sus gráciles manos, son un bolazo en el estómago para cualquiera con un mínimo de sensibilidad y que puede interpretar en esas beldades llenas de fealdad, una severa advertencia sobre lo que se viene para el planeta en vista de la cantidad de plástico y otros desechos que abundan en nuestras playas y barrios.

“De forma silenciosa, el reciclaje se ha ido colando en el quehacer cotidiano de un importante porcentaje de la población mundial, hasta el punto de llegar a ser tan vital como suplir cualquier necesidad básica de los seres humanos (...) Si bien es cierto que la destrucción del planeta ha sido un negocio para muchos, otros han asumido la obligación de rescatarlo, procurando la recuperación de espacios libres de contaminación. La sociedad ha entendido la importancia del reciclaje e inicia los procesos de educar las nuevas generaciones en la cultura de la reutilización de materiales. Estos principios están continuamente rescatados en la obra del artista”, reza la página web de Graciela, quien cuenta que a estas alturas, para lograr una exposición de ese calibre, cae en una especie de trance que a veces la hace perder la noción del tiempo.

Es en este momento en el que celebra el apoyo de sus tres hijos --dos mujeres y un varón--, todos apenas emergiendo de la adolescencia, quienes junto con su esposo le dan gran apoyo, aunque ella tampoco se desentiende y en medio de toda su inspiración artística, va y viene y deja y recoge a sus hijas, quienes aún no tienen licencia. Todo el cansancio se evapora y posiblemente se guarda para después, pero una vez que está en su taller, se concentra en lograr un aspecto presentable de la basura que irresponsablemente botan miles de ticos, para de alguna forma darle voz a estos desechos... y de qué forma.

“El primer paso puede parecer ser simple e insignificante pero es el inicio de la ayuda al planeta. Recolectar residuos plásticos olvidados en las costas, colillas de cigarro y separar la basura son ejemplos de pequeños cambios en la rutina que hacen grandes cambios. Reusar y/o reutilizar productos y reciclar son principios que mueven a las generaciones de hoy. Por medio del reciclaje, se puede convertir lo que antes no era más que basura, en objetos verdaderamente hermosos”, explica Graciela.

Y agrega: “Hay artistas alrededor del mundo que trabajan con materiales no tradicionales y productos reciclados, marcando una pauta y haciendo un cambio por el planeta. Ejemplos de ello son Sarah Turner, Su Blackwell, Louise Baldwin, Jane Perkins, El Antsui, Thomas Deininger, Cracking Art Group y Susan Stockwell; por citar solo algunos".

Es por eso que Graciela, a través de su obra, busca concientizar a más personas, porque como dice el renombrado explorador británico Robert Swan: “la peor amenaza que puede tener nuestro planeta, es creer que alguien más lo va a salvar”. Analizar el reciclaje y su importancia través del arte es, insiste la artista, una ventana de compresión crucial entre la gente y su relación en coexistencia con la naturaleza y el planeta.

Muy llamativas son las ventanas y puertas que integran “Primario”: son piezas que pertenecieron a viejas edificaciones que han sido demolidas en distintas partes de San José. “El valioso contenido de sus cristales y fuertes maderas, hacen evidencia de relatos e historias que se convierten en nuestro presente”, asegura mientras observamos, literalmente, un pedacito de pasado con tinte a Caribe, una obra de arte con puertas desvencijadas pero intervenidas por ella y que nos trasladan a antaño.

Fournier estudió diseño textil en la Universidad de Kansas, en Estados Unidos, y empezó su carrera como pintora, pero desde hace poco más de un lustro se dedica a lo que podríamos llamar arte reciclado apoyada por el uso de herramientas y materiales clásicos de la pintura.

Quizá sea su mensaje, lo no-convencional de sus obras, su talento, o todo ello junto lo que le ha abierto las puertas internacionalmente, pues ha realizado varias exposiciones siempre marcadas por las rosas que integran sus creaciones y que se han convertido en una especie de sello personal.

La gran inspiración artística de Fournier, a no dudarlo, está en su ADN.

"Mis raíces artísticas vienen forjadas por mi apellido paterno, Fournier, un apellido reconocido por una tradición de artistas de ya varias generaciones. Soy sexta generación venida de Lyon, Francia.

“Descendencia directa de hermanos cirqueros aventureros buscando nuevos horizontes, en donde comienza una larga trayectoria de música y arte. A partir de ese momento, podemos empezar a nombrar a varios artistas como por ejemplo, Gastón Fournier, director de la orquesta filarmónica en Milán, Italia; el célebre chelista Pierre Fournier; Fabio Fournier, pintor, y su muy reconocida hija Cristina Fournier Beeche. Y de esta manera se podría mencionar una cantidad innumerable de artistas en Costa Rica, Francia y en Canadá todos descendientes de la misma veta familiar que de generación en generación va llevando por diferentes partes del mundo”, explica en la minibiografía de su página web.

Ella nació en México, en 1971, pero se radicó desde muy pequeña en el país y cuenta que la escuela empezó a recibir clases de arte con reconocidos pintores en La Casa del Artista, como don Gonzalo Morales, doña Flora Martén, la acuarelista Ana Griselda Hine, don Rolando Cubero, doña Cristina Fournier-Beeche y doña Arianne Garnier, entre otros. Por supuesto que ingresó directo a Bellas Artes, en la UCR y luego cursó en la Universidad de Kansas las carreras de diseño textil y diseño de joyas.

“Después de cuatro años regresé a Costa Rica, y trabaje durante nueve años en acabados en paredes. Estos acabados fueron todos realizados de manera artesanal y única. La maternidad de mis hijos me obligó a dejar este trabajo pero nunca dejé de lado mi enriquecimiento, y a la vez, me he dedicado a inculcarles a mis hijos los mismos valores y apreciación al arte que con tanta pasión y convicción llevo por dentro”.

Con todo y la desazón que la embarga a veces, cuando ve la irresponsabilidad e inconsciencia de mucha gente que convierte las calles en un tiradero de desechos impensables (el maniquí en la playa es tremendo ejemplo), la artista insiste en convertirse en un factor de cambio, pues asegura que Costa Rica es una de sus mayores inspiraciones y fundamenta su optimismo: “Tenemos la riqueza tropical en fauna y flora de una exuberancia exótica, dos océanos, microclimas y sumando a todo esto agregamos gobiernos que en los últimos años buscan una responsabilidad social con el país, colaboración de paz con la región, y además están comprometidos con la sostenibilidad ecológica del planeta”.

Y puntualiza: “Todo esto ha sido una mezcla de influencias constantes en mis obras. El amor al arte, la jardinería, el reciclaje continuo, la recolección de basura en las playas, la familia, el futuro de nuestros hijos, su desarrollo y crecimiento, el aprendizaje a la protección animal, viajes, moda y el diseño como parte de la cultura del ser humano y sobre todo, los principios y valores en mi vida. El amor a la belleza continua, al diseño, y como toda esta correlacionado de una manera totalmente natural y efímera”.