DragCon: el descaro de ser uno mismo

En setiembre se realizó por primera vez en Nueva York el RuPaul DragCon, un evento que le dio un espacio libre de discriminación a todas esas personas que son señaladas por ser afeminadas, marimachas, locas, maricas o cualquier otro calificativo con el que la sociedad los ha etiquetado despectivamente

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La fila era interminable… cientos de personas llegaban apuradas la mañana del sábado 9 de setiembre al Centro de Convenciones Javits, en Nueva York, en donde se realizaría por primera vez el DragCon.

¿Qué es el DragCon? Una pregunta difícil, aunque no imposible de responder.

De entrada, el DragCon parece ser un gran evento que reúne a las drag queens (que en Costa Rica conocemos como transformistas) más famosas del planeta, incluida a la mismísima RuPaul, una de las grandes gestoras de todo este proyecto.

También es un sitio para que los suplidores de belleza y artistas visuales muestren sus productos inspirados en el arte del transformismo.

Es un negocio redondo: se recaudan miles de dólares en entradas y cada drag queen cobra (el precio varía de acuerdo a su popularidad) para conocerla, tomarse una foto y pedir un autógrafo. Estas “reinas” previamente le pagan a la productora World Wonder para tener su propio stand y así poder atender a sus seguidores.

Esa sería una primera mirada de una fiesta que empezaba desde las 10 a. m., y en la cual abundaba el maquillaje; el destello de las lentejuelas gritaba por llamar la atención y el olor a laca con pelo sintético advertía de que estábamos rodeados de estrellas profesionales del transformismo.

Sin embargo, si logramos ver más allá del brillo, el color y los excesos, lo que en realidad se observa es un espacio libre de discriminación. Para entrar no solo hay pagar una entrada, también hay que deshacerse de los estereotipos.

Una vez superado el impacto visual del DragCon, se empieza a percibir un aire de aceptación, camaradería y complicidad de quienes han sufrido por ser diferentes y han luchado incansablemente por no vivir enmarcados en convencionalismos sociales que cercenan su ser. El negro y el blanco no existen y esos grises que han sido señalados por ser afeminadas, marimachas, locas o maricas aquí no se esconden.

En el DragCon tampoco hay tolerancia: nadie tiene que hacer el esfuerzo por tolerar la manera de vestir, de ser o de sentir de otro ser humano. La diversidad se celebra con la libertad de ser uno mismo, sin miedos, sin complicaciones mentales y, sobre todo, sin la mirada acusadora de una sociedad que siempre los ve con recelo y vergüenza, ya sea en forma de religión, partido político o tendencia ideológica.

Sin miedo

Volvamos a la larga fila de personas que llegaban apuradas para entrar al DragCon, el 9 de setiembre , antes de que me fuera imposible escribir los párrafos de arriba porque, sencillamente, no tenía ni la menor idea a lo que me iba a enfrentar.

Tenía clarísimo de que iba a conocer a muchas de las drag queen que se han popularizado en el reality show RuPaul's Drag Race (programa de televisión que ha hecho posible esta actividad), sin imaginar que los verdaderos protagonistas de esta historia eran las miles de personas que me rodeaban y esperaban pacientemente por entrar al Javits Convention Center.

En ese lugar, a pocos metros de donde hacía fila, había un hermoso niño de unos 12 o 13 años, con frondoso cabello, una impresionante pava ondulada y unos ojos chispeantes que reflejaban su emoción de entrar al DragCon. Su sonrisa lo delataba: no podía ocultar la felicidad de estar ahí, sin miedo a ser señalado por utilizar tacones, sombrero y maquillaje.

A su lado estaba su padre, un hombre corpulento con barba pelirroja, que con sus gestos alentaba a su hijo a disfrutar del evento. Su sonrisa también lo delataba: amaba incondicionalmente a aquel niño y estaba feliz de que tuviera un espacio para ser él mismo.

Un par de horas después, y de pura casualidad, estuve de pie a la par del corpulento hombre de barba pelirroja. Aunque no estaba acompañada por su pequeño, ambos esperábamos a que empezara una de las batallas de sincronía de labios (popularmente conocidas como lip singing ) entre dos participantes que la producción había elegido entre el público.

De los parlantes empezó a sonar Sissy That Walk , unos de los recientes éxitos de RuPaul, mientras salían del escenario dos niños con un poder interpretativo que emocionó al público de inmediato.

Por eso no me extrañó cuando el corpulento hombre de barba pelirroja empezó a gritar y brincar como desquiciado, hasta que inexplicablemente se quedó paralizado cuando el público nombró como ganador a un hermoso niño con una abundante pava ondulada: ¡era el pequeño de la fila! El papá empezó a llorar desconsoladamente, mientras pedía espacio para correr a abrazar a su hijo, quien con su talento había logrado uno de sus primeros triunfos.

De nuevo en la fila, unos metros atrás del hermoso niño y su papá de barba pelirroja había un tipo musculoso. Aunque utilizaba anteojos oscuros y una espesa barba ocultaba la mayoría de su rostro, era imposible que pasara inadvertido: utilizaba tacones altísimos y lo único que vestía era una pegadisima licra blanca que dejaba al descubierto su cincelado cuerpo.

Ese mismo día en la tarde, me topé con el hombre tonificado de licra blanca de la mano de otro hombre tonificado de licra blanca. Eran casi idénticos; además, eran pareja y esperaban su turno para hacerse una fotografía con Peppermint, una de las finalistas de la última temporada de RuPaul's Drag Race. ¡Ya ven! Ese dicho que dice que “los polos opuestos se atraen” no aplicaba en el DragCon. Ellos eran polos iguales, era evidente que se atraían y mucho.

Aunque la fila parecía interminable y parecía que se iba a tardar horas en poder ingresar, el mismo respeto que hay por los gustos de los demás se trasladó a la hora de ingresar al gigantesco recinto: nadie se empujaba, nadie se quejaba y, menos aún, nadie se colaba.

Gracias a la paciencia y buena disposición de todos, a las 10 a. m. en punto la fila empezó a moverse y en cuestión de minutos la mayoría de personas habíamos ingresado al lugar. Precisamente, en la entrada me llamó la atención una drag queen con vestido vaporoso magenta, cabello escarchado y rasgos femeninos. Era muy alta y cargaba a un pequeño niño en brazos.

Había tantos transformistas en esta actividad, que la drag de vestido vaporoso y pelo escarchado hubiera pasado completamente inadvertida si no hubiera sido por un rápido reencuentro que tuvimos minutos después: estaba sentada en el área de descanso dándole de mamar a su hijo. Por primera vez tenía al frente a una faux queen , una mujer que adopta el estilo de las drag queens.

A partir de ahí entendí que el DragCon es más que una reunión de artistas visuales increíblemente talentosos; es un espacio para burlarse de los límites, superar nuestros complejos y destruir estereotipos. El DragCon es un delicioso manjar de contrastes que nos invita a disfrutar de la diversidad que nos da la vida.