Don Evelio, un campesino con callos de piedra en las manos

Dimos con él entre brócolis y coliflores. Lo primero que nos mostró como evidencia de tanto trabajo fueron los callos de sus manos,duros como piedras. Don Evelio tiene 83 años y es agricultor.

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En el “minisúper” de San Juan de Chicuá, el comerciante no lo pensó dos veces para aconsejarnos: “Busquen a don Evelio Masís. Lo pueden encontrar sembrando papa. Tiene 83 años y sigue breteando ”.

Andábamos en busca de testigos de la erupción del volcán Irazú, ocurrida hace 50 años, y el comerciante no dudó en recomendar a don Evelio, quien es un personaje en ese caserío a los pies del coloso.

En 1963, Evelio tendría la edad de Cristo, así que era seguro que este vecino del volcán tendría muchas historias de aquellas erupciones de ceniza. Sin embargo, el personaje resultó una historia en sí mismo.

Siguiendo el santo y seña, el doble tracción se metió por un trillo hecho polvo, a la orilla de la carretera que va hacia el volcán.

Las cuestas ahí son bien bravas, al punto de que el chofer tuvo que meter la chancha para impulsar el carro entre las piedras.

Después de un polvazal y de preguntar por segunda vez a un agricultor dónde podíamos encontrar a Evelio, dimos con él entre hileras de brócolis y coliflores recién sembradas.

Estaba sentado en la pura tierra, a la orilla de una cerca con alambre de púas. Acababa de comerse el gallito que Juana Olga Calvo Solís, su esposa, le alistó en la madrugada.

Callos como piedras

Esas cuestas que subimos con chancha , las camina Evelio todos los días, de ida y vuelta, sin soltar un solo resuello por el camino.

“¡Buenas tardes! Sí, yo soy Evelio. ¿En qué puedo ser útil?”, fueron sus primeras palabras, revelando en su tono su disposición para ayudar a tres extraños que le cayeron al final del almuerzo.

“Aquí estoy, ganándome el jornal. Es una parcelita sembrada la mitad con brócoli y la mitad con coliflor. Estoy alistando la tierra para la papa”, contó.

“Yo trabajo con la voluntad del Señor y de la Virgencita de los Ángeles. Yo sé lo que es volar hacha y cortarme un pie. Fue hace muchos años. Con yema de huevo y café tinto, me pararon la hemorragia mientras me sacaban a caballo hasta el volcán. Pasé seis meses impedido”, relató.

Evelio es de la zona. “Soy de los Vega de Churuca, de familia de rezadores”, cuenta mientras se pone de pie, camina hacia la parcela y agarra el azadón para seguir removiendo la tierra donde crecerá la papa.

Estamos a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar. El viento es frío, pero el sol pega ahí con una fuerza inmisericorde. Un sombrero de ala ancha lo protege.

Muestra sus manos. Las uñas están llenas de la tierra que le da de comer. “Mis callos son duros como piedras”, dice con orgullo. Es cierto. Los toco y experimenté la misma sensación que se tiene cuando se roza una roca áspera.

No padece de nada. “Solo de hambre y de ganas de trabajar”, dice y se echa una risa tan fuerte que rebotó entre los árboles de encino, salvia y madroños. Son árboles volcánicos, explica.

“El domingo se me hace larguísimo”, dice Evelio justificando que esto de tener uno de los trabajos más duros, el de agricultor, no es solo por necesidad. Es por amor.

Ha sido vaquero, pero de los que cuerdean vacas y toros. El trabajo duro lo conoce desde que era un güila de siete años. Es la única herencia que le ha dejado a sus muchachos quienes, como él, trabajan de peones en fincas.

No quisimos interrumpirlo más. Así que lo dejamos doblado sobre la tierra, arando sin bueyes, solo con Dios y la Virgen.