Don Beto y yo

Con motivo del fallecimiento del longevo ciudadano preclaro, recopilamos algunas anécdotas que lo retratan en sus facetas menos conocidas

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Ya sabemos bien que fue literato, político, dramaturgo, periodista y profesor. También que fue galardonado, criticado, respetado, seguido y rehuido.

Tantos caminos recorridos durante sus 94 años de vida nos hacen preguntarnos más bien qué no fue y qué no hizo. Pero esas respuestas no las tenemos acá.

Hoy, gracias a una selección de buenos y viejos conocidos del multifacético ícono costarricense, rememoramos al hombre de medias coloridas y elegante sombrero. Al abuelo fiebre de los juegos de mesa. Al amigo cinéfilo y melómano. Al suegro conversador. Al profesor amante de las tertulias cafeteras. Todas esas facetas resumidas en un solo nombre: Alberto Cañas Escalante.

'Mi mejor amigo, mi maestro, mi confidente'

"Don Alberto fue el mentor de mi carrera. Le inventé que iba a hacer una tesis sobre sus obras de teatro para que me dejara aprender de él. Siempre decía que su trabajo era culturizarme.

Él me salvó la vida porque yo era becada en la universidad y nunca tenía ni cinco pesos para salir a ninguna parte. Yo soy de Pérez Zeledón y me había venido a vivir a San José. Los fines de semana, cuando mis amigos se iban de fiesta o a visitar a sus familias, me tenía que quedar sola en las residencias de la universidad. Entonces él me llamaba y me decía: 'Florybeth, ¿qué está haciendo?', y me mandaba al chofer para que fuera a su casa. Él sentía un poco de pena de que yo estuviera sola, y él también estaba solo en su casa. Lo que le sorprendía es que pudiéramos ser tan amigos con una diferencia de 70 años.

Era una de las personas más bondadosas y generosas que yo he conocido. Ayudaba a un montón de personas sin andarlo diciendo: a fundaciones, a asociaciones, estudiantes. Conmigo fue más porque el apoyo no era económico; era moral, de maestro, de enseñanza, de guía.

Comúnmente no era que estaba enojado, sino que era su forma de expresarse. En una ocasión entré a la casa y estaba hablando por teléfono de Otto Guevara, estaba muy ofuscado. Entonces yo le dije: 'Don Alberto, ya deje de pelear'. Y me respondió: 'Pero Florybeth, ¿no ve que si dejo de pelear yo me muero?'.

Él era mi familia en San José. Yo pasé en esa casa muchos momentos, aprendí mil veces más de lo que pude haber aprendido en la universidad; aprendí sobre la vida".

Florybeth González, periodista, amiga y exalumna

El cinéfilo a quien le faltó tiempo

"Nos reunimos una vez a la semana, todos los lunes durante casi 35 años. Primero surgió la idea de juntarnos a escuchar música; después, cuando llegó el VHS, comenzó a grabar películas. A veces nos daban hasta las 11 de la noche. Asistían Daniel Gallegos, dos primas de él, Carlos Manuel Barrantes, Julieta Pinto, Eladio Jara, la niña Virginia Zúñiga y este servidor. Unos se fueron muriendo, otros cambiaron de residencia. Al final quedamos solo cinco: don Beto; la consuegra, Cristina Gutiérrez de Urbina; Eladio Jara, Inés Trejos y yo.

Todavía veíamos algunas en VHS. Tenía más de 2.000 películas, ¡había de dónde escoger! 'Casablanca' era un ritual todos los años. Él murió sábado y el lunes anterior vimos la última película, una francesa que se llama 'El año pasado en Marienbad'. Nos dijo: '¿Ustedes entendieron esta película? Yo la he visto dos veces y no he podido descifrarla. Vamos a tener que verla por tercera vez, porque es maravillosa'".

José Joaquín Ulloa, amigo amante del cine

El suegro conversador

"En octubre de 1977, yo estudiaba en Boston, pero en ese momento mis suegros, mi novia y yo estábamos en Nueva York. Después del teatro, le pedí la mano de su hija en la estación del tren. '¿Y usted quién se cree?', fue lo primero que me dijo. Un rato después se alegró mucho y me dijo que era una gran dicha.

Yo jalé con mi esposa (Alda Cañas) durante cinco años y él no era un suegro bravo. Cuando andaba marcando, ella se iba a dormir a las 10 de la noche y yo me quedaba hasta las 2 a. m. conversando con don Alberto.

Hablábamos sobre 1.000 cosas bastante sui géneris. La última conversación que tuvimos fue el sábado 7 de junio y fue sobre Napoleón III. Mientras yo buscaba información en Wikipedia, él duraba lo mismo levantándose a buscar un libro donde hacían referencia a él. Durante un tiempo pasábamos aprendiendo cómo resolver crucigramas crípticos en inglés; probablemente éramos los únicos en Costa Rica que hacíamos eso".

Alejandro Urbina Gutiérrez, yerno

El papá que nunca regañó

"Todos decían que era un señor muy bravo pero, desde el punto de vista familiar, nunca se enojó en la casa. A mí nunca me regañó; la brava era mamá. Él más bien era tranquilo y cariñoso.

La gente no sabía lo que a él le gustaba jugar juegos de mesa con los nietos; cada vez que viajaba traía para que jugáramos en familia. Los favoritos eran Scrabble, Monopoly o Stratego; se hacían unas tertulias familiares increíbles. Nos reuníamos a almorzar todos los domingos, las discusiones empezaban al almuerzo y cuando llegaba el café la conversación todavía no terminaba.

Él enviudó en el 2007 (de Alda Collado) pero nunca estuvo solo: siempre tenía la casa abierta para invitar a quien quisiera llegar, por lo que nunca le faltó compañía. Le llegaban estudiantes, periodistas, amigos..., y a todos los recibía en la casa para que se sentaran a conversar con él y terminaban comiendo, por lo que doña Mari (la señora que lo atendía) siempre tenía que tener listo el almuerzo.

Mi papá hizo muy bien todo menos manejar; chocaba mucho, por lo distraído. Además no le gustaba, entonces llevaba rato de tener chofer. Sin embargo sí tenía muy buen sentido de orientación, tanto así que una vez en Nueva York le supo dar una dirección a un policía neoyorquino que andaba perdido. Mi papá se sintió muy orgulloso de eso.

Y si se trataba de fútbol, a él solo le gustaba el bueno. No tenía ningún equipo pero veía juegos europeos. Además era un gran aficionado de la 'Sele', de hecho, al día antes de morir estaba invitando a todos los hijos y nietos a ir a ver el partido a la casa, con pizza".

Alberto Cañas Collado, hijo

A todo le hablaba

"Yo vivía en Las Nubes de Coronado y a él le encantaba departir ahí con nosotros, Daniel Gallegos, Rodolfo Cerdas y varios amigos más. Un día, Beto y Alda (su esposa) llegaron muy temprano y yo no me había terminado de alistar. Al ratito que salí vi a Alda sola y me dijo que Beto andaba por ahí caminando.

'¿Qué andabas haciendo?', le pregunté cuando volvió, y me respondió: 'Diay, lo único que podía hacer; ir a hablar con las vacas, porque aquí no había nadie'.

Yo lo quería muchísimo. Teníamos una amistad muy profunda. La última vez que hablamos (tres días antes de su muerte), en una misma llamada nos enojamos, nos contentamos y nos carcajeamos. ¡Ay, de qué no conversábamos! Yo hasta lo llamaba cada vez que se me olvidaba una palabra; prefería recurrir a él antes que al diccionario".

Julieta Pinto, amiga desde los 10 años

Fuera de los micrófonos

"Hay una historia que él mismo me corroboró que ocurrió. A finales de la década de los 90, en una charla en la Facultad de Educación de la UCR un estudiante le preguntó: '¿Cómo ve usted el siglo XXI?'; y su respuesta fue: 'Diay, sin mí'. Y bueno, se equivocó porque recorrió una parte del presente siglo.

Yo lo conocí en 1960 e hicimos buen camino juntos. Teníamos una estrecha afinidad. Antes o después de grabar el programa ('Así es la cosa') teníamos conversaciones que habrían valido más que todos los programas juntos. Nos pasaba que estábamos hablando de lo más chirotes y nos arrepentíamos de no estar al aire en ese momento, aunque a veces más bien era una torta porque no nos dábamos cuenta de que ya estábamos al aire.

Con él hablaba de la historia de la sociedad josefina, o la historia del cine americano y europeo. Yo no creo que haya alguien en Costa Rica que dominara esos temas mejor que él. Siempre que uno terminaba de hablar de una película él decía: 'Diay, yo la tengo'. Se acordaba de todos los actores y uno no podía meter la mano porque siempre estaba 100 metros delante de uno. También teníamos la tendencia de juzgar la música sinfónica. Lo hacíamos como melómanos, no como musicólogos".

Fernando Durán Ayanegui, "compinche"

Peculiar... desde la forma de vestir

"El cuento de lo de las medias de colores surgió porque mi abuelo había ido a visitar a mis tíos Carmen y Alberto. Mi tía tenía entre su repertorio de medias un par con rayas horizontales amarillas, blancas y azules. Por alguna razón terminaron en la gaveta de medias de mi abuelo. Él las vio, pensó que eran de mi abuela y se las puso. A partir de eso, cada vez que mí tía encontraba medias colorines, se las compraba. Luego, mis tíos la comenzaron a copiar y ya era una tradición que iba por los nietos. Era un regalo seguro, le fascinaban, estaba orgulloso de ellas.

Siempre andaba muy bien vestido, pero le encantaba andar con zapatos viejos, entonces mi tía y todas las mujeres se esmeraban en escondérselos. Siempre usaba sombrero, decía que era signo de que somos civilizados.

De cuando era chiquillo recuerdo que su carro era un desastre, lo único que le faltaba era un hueco en el piso. No le importaba, ¡se metía en cuanto hueco hubiera!

Con la familia no era bromista, más bien disfrutaba contar sus historias. Una de mis favoritas es cómo conoció a Marlon Brando en las Naciones Unidas. Lo vio y lo invitó a tomarse un café; al día siguiente, Marlon Brando lo invitó a él.

Para su edad, era muy ducho: escribía sus columnas en la computadora y las enviaba por correo, pero como se le saturó, las imprimía y las mandaba por fax. También compraba por Internet películas y algunos libros".

Andrés Cañas Barahona, nieto

La amistad que nació en el ministerio de Cultura

"No era tempranero, nunca lo fue. ¿Por qué? Porque era un hombre que leía hasta más de medianoche, entonces llegaba normalmente como a las 9 de la mañana y tomaba café y galletitas finas, desde luego, no de panadería. Me llamaba y me decía: 'Vení que te tengo que contar algo'. Las galletas finas inglesas eran casi un vicio en Beto Cañas.

Comíamos en una sodilla que había frente al ministerio, una sodita muy, muy, muy modesta. Siempre tomábamos una taza de café negro y un sándwich de jamón y queso, ese era el almuerzo.

Él era un hombre de cine, aparte de literatura, obviamente. Hay algo que nos unió mucho y que nos divertíamos mucho hablando: de Greta Garbo. Él la admiraba mucho, Beto Cañas era un cultor de Garbo, tenía todas sus películas. A veces me invitaba a su casa a ver una película.

Una vez me hizo una broma muy linda. Había una especie de festival de Greta Garbo en el cine California. En los Chisporroteos, escribió una columna que decía: 'Les aviso a los acreedores de Guido Sáenz que si quieren encontrarlo, sin falta se paren en las tandas de 3, 7 y 9 del cine California, porque ahí entra o sale Guido Sáenz. Desde que está la temporada de Greta Garbo, no pierde una'".

Guido Sáenz, exviceministro de Cultura