Detrás del lente de Víctor Vega

Familiares, colegas y pupilos recuerdan al cineasta costarricense cineasta costarricense diez años después de que se sentó en el banquillo de director por última vez.

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Una frase se repite en boca de varios entrevistados: “Todavía hoy, en las filmaciones que se hacen en Costa Rica, en algún momento sale a relucir el nombre de Víctor Vega Marín; y lo mencionan para bien”.

Aquel hombre moreno y de pelo ensortijado sobrepasaba las tres décadas cuando descubrió su afinidad y pasión por la fotografía fija. Pasó un instante y de pronto se encontró a sí mismo detrás de una cámara cinematográfica que manipulaba con una sapiencia y capacidad narrativa de la que ni él mismo sospechaba.

“Supongo que esa habilidad la saqué de mi tata, que era un verdadero cuentacuentos”, le dijo el cineasta al periodista Roberto García, en la última entrevista que concedió antes de morir de cáncer de páncreas, el 26 de agosto del 2003 .

Se refería así al camino que empezó a escribir en 1973, tras recibir una capacitación en el desparecido Departamento de Cine, su única escuela antes de hacer calle y ponerle su sello a unos 700 comerciales publicitarios y otra treintena de producciones que incluyen cortometrajes, documentales y unos pocos videoclips .

Su inmersión en el audiovisual se sumó a su vida, tan multifacética como agitada. Empieza con su nacimiento en Cañas, Guanacaste, sigue con una infancia en los barrios del sur, e incluye una educación superior incompleta y una lista oficios como la contabilidad, el comercio y la electrónica.

Todas aquellas experiencias, casi innumerables, moldearon el cine de Víctor Vega, que, desde sus primeros trabajos, incluyó cucharadas de crítica social y reflexión sobre la realidad nacional.

“Éramos cineastas puros que nos echábamos una cámara al hombro e íbamos a escarbar dentro de la realidad de este país. Y empezamos a levantar los trapos sucios”, dice una cita de Vega en el libro La pantalla rota , de María Lourdes Cortés.

En su primera obra, Puerto Limón – mayo 1974 , develaba el atraso y marginación de la provincia caribeña, motivo suficiente para que el gobierno de Daniel Oduber buscara censurarla.

Le siguió la que es considerada su obra de mayor relevancia: Las cuarentas , un profundo documental que logró gracias a su acercamiento como cineasta a la prostitución criolla. El trabajo recibió muy buena crítica por haber sido llevado a la pantalla con una perspectiva analítica y humana.

“Él fue el primero que se animó a realizar muchas cosas y, para su época, ese trabajo sobre la prostitución fue sorprendente. Más tarde, en todas sus obras está presente el tema de la mujer en un sentido respetuoso y de gran admiración”, dice Sebastián Vega Fernández, el mayor de sus dos hijos y quien también siguió los pasos de su padre en el campo audiovisual. Con él fundó la compañía más grande de publicidad en la Centroamérica de aquel momento: V y V.

En otra de sus aventuras, Víctor viajó a Nicaragua junto a Antonio Yglesias, también cineasta y pionero de aquella misma generación. Regresaron con el documental Patria libre o morir bajo el brazo, un trabajo sin par que retrataba desde adentro la rebelión sandinista y se convirtió en una herramienta de apoyo a la insurrección del movimiento.

“Cuando la realizamos, no le tuvo temor a nada. Si la cámara tenía que estar ahí, ahí estaba él, plantado, lúcido, presente, incapaz de dejar que la realidad se le escapara. Tenía un carácter brioso. Le era fácil romper reglas con tal de conseguir la toma que buscaba. Era temerario y obsesivo, porque sabía detectar lo especial de cada situación”, recuerda Yglesias.

El amigo y colega rescata también el talento y el instinto de la filmografía del guanacasteco: “Muchas de sus imágenes que realizó en el Centro de Cine son memorables: los tacones de la prostituta recorriendo un San José húmedo, cerca del Correo, o el gringo con el vaso de licor en la cabeza, Puerto Limón en ruinas con el ‘Adagio de Bach’ de fondo, y tantas otras...”

Huella inconclusa

Se dice que ni el mismo Víctor Vega estaba satisfecho con las obras que llevaban su nombre. Se cubría los ojos cada vez que ponían su corto Brujas , a pesar de que por él ganó en la categoría de mejor ficción en la VI Muestra de Cine Costarricense.

Tampoco se pavoneaba por los alcances de su trabajo de denuncia de la violencia femenina ( Réquiem ), su adaptación de El hombre de la pierna cruzada o el inolvidable video de Tocú, que hizo para el trío Éditus.

“El mayor éxito de Víctor es que era capaz de hacerse de amigos con el alma. Su filosofía de trabajo lo convirtió en una persona muy respetada”, comenta Carlos Vega Ardón, su hijo menor y quien hoy estudia cine sin que hubiera mediado la herencia del oficio de su progenitor.

Nunca le cerró las puertas a los jóvenes y apasionados cineastas que se le acercaron en busca de una guía. Entre ellos se incluye el hoy director Gustavo Fallas ( Puerto Padre ), quien protagonizó su obra La mancha de grasa . Años después, también se convirtió en su pupilo y asistente de dirección en trabajos propios y publicitarios .

“Él tenía una gran sensibilidad y la capacidad de transmitirla a través de lo visual. Para mí, sus obras están impregnadas de mucha energía, rebeldía e inquietudes políticas. En lo personal, tenía una gran capacidad de enseñar y transmitir el conocimiento. Era una persona compleja que invitaba a la inteligencia”, comenta Fallas.

Era esa complejidad la que hacía de Víctor Vega un ser inquieto, ávido de conocimiento y con una extensa lista de pasiones: la música, la literatura, el teatro, los viajes y la exploración de la personalidad del ser costarricense, solo para dar unos pocos ejemplos.

Julia Ardón, su tercera esposa, describe así al hombre con el que convivió los últimos 14 años de la vida de este: “Era una persona muy apasionada de la vida, por lo que cada año lo disfrutaba como si fuera una década. Más allá de sus películas, su obra fue su vida y el impacto que con ella generó en el cine en este país”.

Ardón sabe de, al menos, tres ideas de largometrajes que su exesposo no llegó a materializar. “Víctor tenía las ideas pero no tenía la disciplina de sentarse a escribir”, comenta. Por eso fue que, a lo largo de su carrera, se alió con amigos que le ayudaran a llevar sus ideas al papel. En diferentes momentos y por largos periodos, se empecinó en llevar a la pantalla la novela A ras del suelo , de Luisa González. El trabajo se vino abajo por el rechazo de familiares de la autora al tratamiento del guion, que se escribió entre 1995 y 1996.

A Antonio Yglesias le comentó la idea de llevar al cine Los Peor , de Fernando Contreras, mas el proyecto dejó de ser viable cuando se valoró el monto de dinero requerido para llevarlo a cabo como se quería.

Más tarde, con el director de teatro Juan Fernando Cerdas, el cineasta desarrolló una escaleta para el cuento Mamita Maura , de Fabián Dobles, un material que le fascinó durante mucho tiempo y más aún en sus últimos días de vida.

“ Trabajábamos por el placer de imaginarnos un proyecto de película. Lo que mediaba era robarle tiempo al tiempo. Fue un proceso sabroso que distraía a Víctor de la enfermedad. Él se tomaba con mucho placer y satisfacción esos momentos de libertad para fantasear”, dice Cerdas, quien describe a Vega como una persona generosa, divertida y creativa.

Algunas de las obras de Vega se mantienen todavía bien conservadas en espacios como el Centro de Cine. Sin embargo, parte de su material se ha quedado en formatos ahora caducos y con pocas posibilidades de ver la luz en el futuro cercano. Sebastián, su hijo, asegura tener entre manos un proyecto para llevar a la pantalla grande algunas obras inconclusas de su progenitor, aunque ahora con el sello de la siguiente generación de los Vega.

Entre ese material, aparecen una serie de guiones que compró para su último intento audiovisual. Su obra de despedida fue el primer capítulo de Café Fortuna , un proyecto destinado a convertirse en serie televisiva. La regla para la filmación era la que siempre pedía: o se hacía de la mejor manera, o no se hacía.