El Espíritu Tico se levantará por los cielos una vez más

Román Macaya, en 1933, pasó a la historia como el primer aviador tico en aterrizar en suelo nacional. Su hijo Carlos recreará el viaje en un avión idéntico al utilizado por su padre hace 81 años

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A Román Macaya Lahmann ya se le acababa el combustible de su avión Curtiss Robin de 1929: una mala noticia cuando se anda por los aires.

La densa nubosidad de aquella mañana del 5 de octubre de 1933 no lo dejaba ver el Valle Central. En tierra solo lo escuchaban.

Ante la urgencia, decidió volar a Limón (o por lo menos hacia dónde creía que estaba).

El Atlántico sí estaba despejado, pero tenía que tomar la decisión de girar hacia la derecha o hacia la izquierda; si se equivocaba se vería forzado a un aterrizaje forzoso.

Con menos combustible, distinguió a un hombre cortando leña en la playa que, asombrado, veía a esa extraña máquina voladora, un espectáculo casi inédito por aquel entonces.

Macaya ató un papel a una herramienta y la dejó caer a tierra: “¿Hacia dónde queda Limón?”.

El tipo allá abajo, por fortuna, sabía leer y con el brazo le señaló la dirección. Macaya aterrizaría con bien y el primer vuelo de un piloto costarricense tocó tierra.

Finalmente, el 6 de octubre de ese 1933 llegaría a La Sabana –previo aviso por telegrama– y fue recibido por unas 30.000 personas en calidad de héroe (como que nadie se quedó en casa).

Por cierto, en Limón, le pidieron el favorcito de traer el correo a la capital; así, que, en medio del consabido paseo en hombros, un funcionario de Correos de Costa Rica le recordó el encarguito y hubo que ir al avión por el saco de la correspondencia.

La historia la cuenta Carlos Macaya Ortiz, hijo de Román Macaya Lahmann, quien a sus 70 años de edad, decidió reproducir ese vuelo en una nave idéntica al Espíritu Tico , el nombre del aparato que trajo, 81 años atrás, a su padre desde San Francisco, California.

Es un Curtiss Robin de 1929, con una autonomía de vuelo de 300 millas, de seis cilindros y que puede volar a una altura máxima de 3.000 metros y de alcanzar una velocidad de 110 kilónetros por hora.

“Desde hace tres meses la estamos adaptando con radio, batería, instalación eléctrica, alternador, GPS y transponder (el dispositivo que permite la comunicación de la nave con las estaciones en tierra)”, comentó Macaya, quien está en clases de aviación..., finalmente, como él mismo cuenta.

“Desde carajillo quise ser piloto, como mi tata. Él nunca permitió que mi hermano (Ernesto) o yo lo fuéramos, porque era muy peligroso; pero, como mi tata se murió hace como 20 años, pues ahora puedo hacer lo que me da la gana”, comenta con una sonrisa, muy consciente de su trasgresión de hijo.

En todo caso, este vuelo desea ser un homenaje a su padre y a todos aquellos pioneros que hicieron posible la aviación en el país.

“Muchos de ellos son desconocidos o están olvidados. Es una historia que se ha ido perdiendo”, se lamenta.

Arriba en el cielo

Hay que entender la época del vuelo: sin los instrumentos actuales de navegación y sin la asistencia de las torres de control.

“Entonces eran aventureros, que querían dar espectáculos, romper algún récord. Era la manera de hacerse famoso de la noche al día”, apuntó Carlos Macaya.

La fiebre de la incipiente aviación atrapó a su padre cuando era estudiante de ingeniería civil en la Universidad de Stanford.

“Ganó un par de premios, a finales de los años 20, compitiendo en carreras allá. Cuando volvió a Costa Rica lo hizo en su propio avión, los medios se enteraron y le dieron mucha importancia.

“Vino con un amigo –Paul McCarthy, se llamaba– para compartir los gastos, la gasolina”, recordó don Carlos.

La comunidad costarricense en San Francisco fue la que bautizó la aeronave de Román Macaya como El Espíritu Tico; nombre claramente inspirado en The Spirit of St. Louis (El Espíritu de San Luis), el aparato con el cual el aviador estadounidense Charles Lindberg se convirtió en el primer ser humano en hacer un vuelo trasatlántico sin escalas, en 1927.

El Espíritu Tico , con Román Macaya, hizo su travesía en un mes. Su hijo Carlos espera realizarlo en diez días y llegar al país el 7 de diciembre, para el día de la aviación: sería el aterrizaje ideal para el homenaje a su padre y a los pioneros ticos del aire.