Yeltsin Tejeda: El camino de Tejeda lo marcó un sí

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La decisión fue dura. La respuesta era un sí o un no; el sí representaba la esperanza, la ilusión, los sueños y, al mismo tiempo, significaba la separación de una madre y su hijo adolescente.

El rostro de Rocío Valverde, madre de Yeltsin Tejeda, aún se llena de nostalgia cuando recuerda el día que su hijo llegó a decirle: “Ma, por favor, déjeme ir a San José, es mi oportunidad”.

Tras varios días de conversarlo con la almohada doña Rocío decidió decir sí y echar a andar un carrusel de emociones que no para hasta el sol de hoy.

En aquel entonces, el aguerrido volante apenas tenía 15 años y recibía el llamado a una selección nacional Sub-17, pero para entrar al proceso debía vivir en San José y entrenarse de lunes a viernes.

El irse era perder el arropo familiar y los amigos del barrio Los Cocos en Limón.

Sin embargo, también eran los primeros pasos de un sueño que Yeltsin venía forjando desde que tenía seis años.

“Al principio, cuando se fue a San José, pasaban hasta 15 días sin vernos, solo los fines de semana que yo viajaba para visitarlo”, destacó la madre.

“La ida de Yeltsin fue muy dura, iba a un mundo completamente desconocido para él, pero era un muchacho muy maduro a pesar de su corta edad”, afirmó su padre, Ignacio Tejeda.

Los primeros años en San José los vivió junto a su hermano mayor, Yoshimar, quien empezaba sus estudios.

“Compartíamos un cuarto para los dos. Yo siempre le he admirado mucho su dedicación, él salía desde Sabanilla antes de las cinco de la mañana para estar a tiempo en La Sabana o el Proyecto Gol”, comentó Yoshimar.

Lo de los buses no fue algo nuevo para el futbolista ya que en su niñez muchas veces tuvo que viajar en bus desde Moín hasta el Polideportivo de Japdeva en el centro de Limón para entrenar después de las escuela.

Hoy, muchos años después, la familia Tejeda Valverde palpita los logros de aquel muchacho callado que salió de Limón para alcanzar su sueño.

“El era callado, pero a la vez superinquieto al punto que no se podía ver una película completa con él porque se subía en un sillón, se tiraba al suelo o se paraba frente al televisor”, comentó don Ignacio.

Dicen sus padres que nunca fue de dedicar largas horas a estudiar, pero mantenía buenas notas: esa era la condición que le pedían para darle rienda suelta a su afición por el balompié.

Fiebre. Hay algo en los que todos coinciden: Yeltsin era un fiebre, todo giraba alrededor de sus amigos y una pelota de fútbol.

“Él era de llegar a la casa, tirar sus cosas donde fuera, tomar su bola y salir en carrera a mejenguear con los chiquillos del barrio.

”Imagínese que a mi me llamabanla maestra y me decía: ‘Yeltsin huele a pollo, entra a las clases todo sudado’, eso era algo común”, recordó la madre.

Muchas veces regresó a su casa con el almuerzo escolar intacto ya que usaba toda su hora libre para las mejengas.

Incluso, según relató doña Rocío, una vecina se fue del barrio cansada de los bolazos que le daban Yeltsin y sus amigos al portón de la casa en que vivía.

“Casí desde que nació su pasión era la bola. Mañana, tarde y noche era bola y bola. El mínimo espacio que tenía libre era para el fútbol junto a sus hermanos”, indicó don Ignacio, quien no oculta en el tono de su voz el orgullo que siente por sus hijos.

El talento de Yeltsin empezó a mostrarse en 1999: solo con siete años jugó un campeonato entre equipos del centro de Limón y finalizó como el máximo goleador.

Jugaba de creativo en el equipo del exjugador limonense Julio Fuller que entrenaba en la playa de Cieneguita.

“Cuando se armaban las mejengas en el barrio todos querían escoger a Yeltsin de primero, se lo peleaban”, contó Dylan, su hermano menor, quien es futbolista también.

Charlatán. Contrario a la seriedad que refleja en la cancha, su familia asegura que el jugador es el charlatán de la familia.

“Yo soy el vago, Joshimar es el serio y Yeltsin es el charlatán; siempre tiene que andar contando chistes o sacando a la abuela a bailar”, detalló Dylan.

Esa familia cuenta los días para ver a ese “charlatán” debutar en su primer Mundial mayor de fútbol.

Es la recompesa para aquel adolescente que tomó un sí y emigró a alcanzar sus sueños.