Óscar Duarte: la gratitud del último que se subió al avión

En un solo juego el defensor se ganó la titular, en el siguiente el título de figura

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“Lo único que Óscar necesita es un partido para demostrarle a Pinto, uno solo y se mete en la titular”.

La frase se pronunció con una convicción de clarividente pero venía de una fuente dudosa, una advertencia que posiblemente leyó en los ojos de este que escribe y de inmediato añadió algo más: “Y no lo digo por ser el papá”.

Óscar Duarte, padre, hablaba de cómo su hijo se metió por la ventana a Brasil, sin un solo minuto en la eliminatoria pero con algo que lo ponía adelante del resto.

Habló de coraje y de tenacidad, de sacrificio y madurez, de un nivel que solo el fútbol europeo le puede inyectar a las piernas de esos que, como su retoño, no se cansan de querer crecer.

También habló de talento, pero lo hizo con voz humilde, remarcando en cada frase el sentimiento que lo une con ese que describe para así evitar que su interlocutor caiga en la finta de una lógica parcialidad.

“Yo desde pequeño le vi ese algo que no tienen los demás, esa intención por ver espacios, por buscar huecos, por no irse por lo más fácil”, añade. Tuvo razón en todo.

A varios cientos de kilómetros, su retoño fue la única sorpresa en una titular que se pensaba demasiado establecida luego de la eliminatoria, el único que convenció a Pinto de cambiar.

Como dijo su padre varias semanas antes, solo necesitó un partido.

Para adentro. El modesto empate ante Irlanda, la despedida tricolor antes del Mundial donde hubo más agallas que fútbol, visó el boleto de un zaguero al que Nicaragua recordará como el primero de sus hijos que llegó a una cita de esta envergadura, y desde ayer, el único que les ha dado la alegría de un gol.

En la gramilla del Castelão el defensor del Brujas de Bélgica firmó su capítulo más dulce con la Tricolor . Primero con lo que se le conoce, la seguridad en la parte baja y un juego de sacrificio, porque lo mismo le cubrió la espalda a Christian Gamboa que a Junior Díaz.

Fue por mucho el mejor zaguero de la Selección, incluso en ese primer tiempo donde la presión uruguaya auguró lo peor para un equipo al que le costaba demasiado abrirse espacio hacia el marco rival.

Más tarde, con una virtud que ha pulido en ese año y medio por el viejo continente, unió al país que desde los cinco años lo acogió en un estallido de júbilo, resumido en un certero cabezazo que pocos minutos antes ya había ensayado con Christian Bolaños en tiro libre idéntico.

Duarte le ganó la posición a Cristhian Stuani y vulneró con técnica a Muslera, sorprendido en la cobertura del primer palo para un cabezazo que se coló en el segundo.

Fue el premio para este equipo que nunca bajó los brazos, ni siquiera después de esa anotación.

Pero además fue el agradecimiento sincero de Duarte a la confianza de Pinto, el apretón de manos para un técnico que lo subió tarde al avión, pero que al igual que su padre, acertó en todo con él.