“Un día le dije a Óscar que no iba a poder ir a entrenar el sábado porque no había plata para los pasajes del bus, él me dijo que estuviera tranquila, que no me preocupara, que era cuestión de levantarnos más temprano y caminar”.
La anécdota es de Walkiria Gaitán, su madre, y resume perfectamente la clave de porqué hoy Óscar Duarte está a las puertas de disputar su primer mundial mayor: disciplina y tenacidad.
Walkiria es la jefa de un hogar que hace ya 20 años decidió perseguir el sueño de otros miles de nicaragüenses y aventurarse hacia un país del que lo único que sabían era que ofrecía posibilidades de crecer.
Su hermana convenció a esta maestra de primaria de cambiar el ambiente rural de Catarina (Masaya) por el bullicio de un emergente Mozotal (Guadalupe).
Ella fue el scout de los Duarte, probó la solidez del terreno sobre el cual construirían los cimientos de una nueva vida y ya con la convicción de un futuro mejor mandó a llamar a su esposo Óscar tres meses después. Para cuando el calendario marcó unos 60 días más, el pequeño Óscar y su hermana Cintia tuvieron luz verde para seguirlos.
La historia inmediata no tuvo mayores sorpresas. Walkiria cambió las aulas por las labores domésticas en la casa de un señora mayor, mientras que su esposo trató de aprovechar su experticia como técnico en sistemas para llevar algún ingreso adicional.
Y contrario a lo que se podría esperar, el más pequeño de la casa apenas si resintió el cambio, pues muy pronto se dio cuenta de que su nuevo hogar era un paraíso de canchas y mejengueros que pululaban en cada esquina y en cada barrio.
“Él esa pasión ya la traía, en Nicaragua solo eso le gustaba. Cuando llegamos aquí nos pidió que lo metiéramos en una escuela de fútbol, hubo muchos sacrificios porque no estaba en todas nuestras posibilidades mantenerle esa carrera, pero poco a poco fuimos saliendo adelante”, recuerda su madre con rostro de orgullo.
Hubo también algo de aliento en lo que ese niño demostraba: una disciplina que no entendía de sol, lluvia o enfermedad y una convicción que iba mucho más allá de cualquier simple afición.
“Yo creo que nunca se lo he dicho, pero lo que más le admiro a él es esa disciplina y esa perseverancia por alcanzar lo que quiere, porque aún en los momentos más difíciles, como cuando había plata o para tacos o para pases, él siempre fue hacia adelante”, dice don Óscar.
Salto. Su camino hacia las divisiones menores del Saprissa fue casi que natural, porque aún sin “patas” de por medio el fornido defensor encontró los escalones adecuados para surgir.
De la Segunda División pasó directo hacia la Primera en un préstamo con Puntarenas; más tarde, y por segunda vez en su vida, su pasado nicaragüense estuvo a punto de meterle la zancadilla.
“Jorge Vergara (ex dueño de Saprissa) llegó y dijo que si quería mantenerse en el equipo tenía que nacionalizarse, esa vez estuvo cerca de quedar fuera del equipo”, recuerda su madre.
Poco antes, ese papeleo tedioso para alguien que se dice tico lo había sacado de aquella exitosa selección Sub-20 que conquistó el cuarto lugar en el Mundial de Egipto 2009.
“Ronital (González) le dijo que él estaba entre sus planes, pero que el trámite no se hizo a tiempo. Fue un golpe duro, pero yo le dije que Dios hacía las cosas a su tiempo, y que otras cosas vendrían”, añadió su progenitora.
Coraje pinolero. Ese par de obstáculos son quizás los únicos que Duarte le puede renegar a sus raíces, porque después de ahí todo lo demás se lo agradece.
De la tierra del pinolillo Duarte sacó ese coraje que lo caracteriza, una imagen de jugador rudo que muchas veces se tildó de impulsivo pero que el fútbol europeo se ha encargado de encauzar.
De aquel jugador que en 2011 literalmente tacleó a Lionel Messi en la Copa América, su padre dice quedar poco, pues si bien las agallas se mantienen, el defensor ha logrado llevar a la cancha mucho de ese joven “tranquilito” que su familia dice es fuera del rectángulo de juego.
Sin embargo, el apodo de La Piedra se quedó y quedará para los que conocieron a Duarte en el fútbol, un mote que calza con la imagen que se fraguó desde niño y que ahora la Selección Nacional importó, esa última camiseta que el defensor juró defender “a muerte”.
Poco antes de partir hacia Brasil para cumplir un sueño, Óscar Duarte conversa con su mamá y le pregunta si se acuerda de aquellos primeros tacos de marca que por fin logró estrenar hace ya 10 años.
Doña Walkiria le miente con un rotundo no, pero ahora, sin su hijo cerca, sonríe y confiesa: “Claro que me acordaba, me acababan de pagar y ahí se fue todo el sueldo; pero bueno, valió la pena”.