Columna: El rastro de Klinsmann en la nieve

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El fútbol tiene sus cosas; entre ellas, es que al más buena onda de los aficionados se le sale, digamos, lo revanchista. Dicen que el fútbol no tiene memoria; pero hay cosas que son imposibles de olvidar. Uno sabe que en el fútbol la pelota no se mancha..., ni con el blanco de la nieve.

Ver caer a los Estados Unidos ante Bélgica y ver a los sobrinos del Tío Sam marcharse para la casa, mientras la Selección sigue en el Mundial es, sencillamente, la cereza en el pastel.

Lo sentimos mucho por el señor Klinsmann: podrá ser uno de los mejores atacantes de toda la historia, muy campeón del mundo y "muy todo lo que quiera”; pero, para la mayoría de los futboleros de este país, siempre será recordado como uno de los perpertradores del infame partido de la nieve.

Es imposible olvidar la forma como él (aunque no solo él) presionó al árbitro salvadoreño, cuyo nombre ni vale la pena mencionar, para que no detuviera ese vergonzoso juego; o pasar por alto las cínicas palabras con las que trató de explicar ese juego, cuando le tocó venir al país a devolver la visita de aquel horrendo choque. El martes, al verlo protestar, al borde de la eliminación, por una supuesta injusticia arbitral contra los suyos, muchos sentimos que el fútbol había hecho un ajuste de cuentas.

" La venganza es un plato que sabe mejor cuando se sirve frío”, es la acertada sentencia de El padrino, la novela de Mario Puzo, un compendio de Ciencias Política y un estudio sobre el comportamiento humano. Creo que nunca se aplicó mejor en el fútbol.

Es una pena por Klinsmann, cuyos pergaminos lo hacen ciudadano VIP en el Planeta Fútbol; pero para los mortales de Tiquicia solo es uno más. Para mí, siempre lo recordaré por el rastro que dejó en la nieve.