Opinión: A Rusia por un voto

Los que asisten al estadio y los que consumen la Selección, sumándose a esa legión de espectadores que provocan la llegada de patrocinios

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Todos ganamos la clasificación a un Mundial. Los futbolistas con su esfuerzo y talento, el cuerpo técnico con el trabajo y estrategia, los dirigentes por escoger al entrenador ideal y darle a él y a los jugadores lo necesario. Pero, sobre todo, los aficionados.

Los que asisten al estadio y los que consumen la Selección, sumándose a esa legión de espectadores que, como una nevada, provocan la llegada de patrocinios, la inversión de los medios de comunicación y un ingreso descomunal por publicidad, compra de camisetas y otros productos patrocinadores.

Es quien más sufre, porque no tiene salario, ni premios, nadie lo lleva gratis a las giras ni al Mundial, no tiene viáticos, no lo contratan para anuncios, no se hospeda en hoteles a cuerpo de rey. No, nada de eso. Más bien, tiene que librar una batalla contra la suerte para comprar una entrada al Nacional, otra contra el jefe para que no lo eche si decide hacer un viajecillo con la Sele, y ya sea en La Sabana o en Rusia, le sacan los ojos por una empanada de frijoles o una cheburek (la empanada rusa).

Así que no parece bien visto que 700 paquetes de entradas (para los tres juegos) queden en manos de la Federación Costarricense de Fútbol, para que los reparta a su antojo. Entre familiares de futbolistas, de los dirigentes, allegados a las comisiones, asambleístas y patrocinadores.

El anuncio se hizo como una declaratoria de trasparencia, al tiempo que se informaba de un denominado Programa Hospitalidad de la FIFA, que le confirió los derechos exclusivos a una agencia y sus socios comerciales, para vender las entradas. Lo que no se dijo, al menos no con claridad, es que el tico puede obtener los boletos directamente de la organización mundialista, y a costos razonables.

Preparémonos para un desfile como el de otros mundiales. Un directivo con la hija, el otro con la esposa, alguno con el hermano, aquel con la novia o la amante y una carretada de bombetas, subidos al avión por el simple hecho de que, con levantar el pulgar derecho, pueden poner en el trono federativo a esos señores que se autodenominan “sacrificados del fútbol”.

¿Y el pobre aficionado? A ver cómo se la juega. Once mil dolarcillos no están pegados del cielo: Si Beto no le presta, que venda el carro, empeñe hasta la cama o queme el aguinaldo, el salario escolar, el ahorro voluntario, el obligatorio, la pensión, el premio de la lotería, lo que sea. ¡Un mundial es un mundial!

Ingenuamente, me pregunto si no sería buena nota que la Federación premiara a los aficionados, simples y silvestres, a los que no votan ni deciden, pero son el alma del fútbol. Es que da coraje saber que en otras oportunidades hasta han revendido las entradas, mientras doña FIFA cerraba un ojo.