Era México... Y teníamos que perder

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Jugamos nuestro mejor partido en la Copa Oro… pero el rival era México, y teníamos que perder.

Amurallamos la defensa, no cedimos un centímetro al contrincante, lo marcamos en la salida, lo sitiamos en su propia fortaleza… pero era México, y teníamos que perder.

Once guerreros, desplegando voluntad, sed de triunfo, jugando sin temor o inhibiciones, cubrimos casi sin fisuras la totalidad del terreno… pero era México, y teníamos que perder.

Los abofeteamos con varias acciones de peligro, los hicimos trabajar más arduamente de lo que habían previsto, le pusimos aldaba a nuestra defensa y en el medio campo tuvimos hombres disputando cuchillo en mano cada pelota dividida, para generar contragolpes como estiletes hundiéndose en la carne del contrincante… pero era México, y teníamos que perder.

Nos prodigamos en el mejor partido internacional que hemos ofrecido desde 2014, y Matosas por fin lució comprometido, solidarizado con la Selección… pero era México, y teníamos que perder.

Mejoramos en todos los parámetros: anticipación, lectura del partido, marca, posesión del balón, capacidad de generar peligro, y una defensa que solo parpadeó en la jugada que nos costó el gol en contra… pero era México, y teníamos que perder.

Ensayamos nuestros cobros de penal, los practicamos exhaustivamente, puesto que, con toda probabilidad, habría que llegar a esa instancia eliminatoria. Lo hicimos con disciplina y aplicación… Pero era México, y teníamos que perder.

Nos mentalizamos para el triunfo, olvidamos el derrape de la segunda parte contra Haití, empezamos a escribir una nueva novela, página en blanco, tentadora, limpiecita, dejando atrás la basura psíquica del pasado… pero era México, y teníamos que perder.

Inmemorial historia. Irreversible, inmodificable destino. Un hecho que debería figurar en nuestro Himno Nacional: “siempre contra México perderéis”. Rasgo definitorio de nuestra identidad futbolística. Negra marca que todo tico lleva sobre la frente, y que no hemos logrado borrar en cien años de fútbol. Ante México, eternamente perdedores, por diez goles de diferencia, o por un pinche penal. Eternamente, sí. Una limitación existencial, como la muerte, y como la vida.