Y ahora, la perspectiva de Rivelino

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Rivelino pudo haber optado por no bañar desde 40 metros al arquero del Bangú que oraba de rodillas bajo su cabaña.

Pudo haber tenido misericordia: una virtud hermosa, que enaltece a cualquier hombre en cualquier circunstancia. Pudo haberle ahorrado la humillación, y permitirle preservar intacta su fe. Pero aquí entramos en un dilema irresoluble: la ética del deportista no es la ética del hombre en su diario diálogo con la vida. Es una ética guerrera, sedienta de triunfo, una ética que se abreva en la sangre del rival caído.

Si Rivelino le hubiese “perdonado la vida” al arquero rival, habría actuado —qué duda cabe— como un sublime ser humano… pero como un pésimo deportista. Porque detrás de él hay —no lo olvidemos— un circo romano que exige ver las vísceras del contrincante derrotado, que clama por ello, que paga por ello. El propio Rivelino recibe emolumentos muy jugosos por trepanar y desmembrar rivales. ¿No sería una traición a sí mismo y una traición a su afición perdonarle la vida al arquero? ¡Al mejor interior izquierdo del mundo le pagan por apabullar contrincantes, no por ser un compasivo y clemente ser humano! ¿Que en un acto de misericordia ejemplar no quiso humillar al rival? ¡Pues que le den la Medalla Albert Schweitzer o la Medalla Madre Teresa de Calcuta, pero que no juegue más fútbol!

Esto nos lleva a un problema descomunal: el relativismo ético. Hay acciones que serán consideradas modelos de virtud y magnanimidad, o yerros monumentales, según el contexto, la situación, el plexo de circunstancias en que está inscrito. Nada es absolutamente bueno o absolutamente malo: todo debe ser relativizado.

Es una noción muy peligrosa —si me preguntan mi opinión—. Pero el gol de Rivelino prueba que —por lo menos en el plano lúdico— la misericordia con el rival es una cobardía, una infamia, mientras que su expeditiva ejecución, espada en la garganta, es una gloria deportiva, una hazaña, un gesto encomiable que exalta a toda una muchedumbre hambrienta de violencia, muerte simbólica, poder, hegemonismo, y de ver al rival caído morder el polvo y hundirse con todo y su dios en el fango.

¡Cuánta violencia virtual, en el fútbol! De nuevo, amigos, solicito sus sentires. ¿Hizo bien Rivelino, humillando a su rival?