Un socollón que se quedó sin réplicas

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En las vísperas del viaje a México, en aquel junio del 2001, el destino nos hizo una buena jugada a Kristian Arguedas, a la sazón periodista de Deportes Repretel, y al suscrito: pudimos ver el entrenamiento previo a la partida.

Por alguna razón, no recuerdo cuál, no nos desalojaron de la cancha de La Pollera . Ahí nos quedamos y ahí vimos el esquema táctico y estratégico de la Selección para su visita al Estadio Azteca.

Eso sí, Alexandre Guimaraes nos advirtió, de forma cortés pero tajante (usó nuestros nombres de pila para enfatizar la petición) que lo visto ahí, ahí se quedaba.

Como el maestro Ricardo Quirós (q. e. p. d.) enseñó que en el futbol se tiene que hablar antes, ese mismo día le comenté a Kristian que ese partido en el temido Coloso de Santa Úrsula era ganable si los jugadores se atenían al libreto ensayado en esa cancha.

Así pasó: el 16 de junio del 2001, una Selección que iba como víctima propicia y sin el favor de los aficionados venció a un equipo mexicano que pasaba por uno de sus momentos más flojos.

El Aztecazo se logró por un grupo que anhelaba dejar atrás leyendas del “tiempo de Upa” y ansiaba vivir sus propias vidas futboleras, no las de otros.

Carácter. Además de la necesaria calidad que aquellos tenían, los jugadores de ese combinado tenían temple. Escojo, entre otros, el ejemplo de Paulo Wanchope.

Durante el reconocimiento de cancha y ante la “atravesada de caballo” de los encargados de mantenimiento, los increpó: “¿Cuál es el miedo?” Al día siguiente, mandó al carajo a los que se metieron con él al salir de cambio. El hombre no aflojó nada y nadie en la cancha lo hizo ese día: sacaron pecho y cuando fue necesario sacar el mal humor, se hizo.

El Aztecazo fue el punto de partida de la mejor eliminatoria jamás realizada por una Tricolor. Luego del Aztecazo, al equipo no hubo forma de pararlo.

Sacudió al México futbolero en su templo como nadie en el área lo ha hecho o hará, simplemente porque la primera vez es inolvidable. Cargarán con la cicatriz para siempre; sin embargo, eso es pasado, aunque haya quedado escrito en piedra.