Un León con ojo de tigre

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Horas antes de su muerte, Kenneth Paniagua le dedicó un homenaje en su página. “Usted, don Orlando de León, es el verdadero ojo de tigre, usted que nos enseñó a pelear y luchar cada centímetro dentro y fuera de la cancha. Usted, que ha plasmado en éxitos la enseñanza de esa película. Usted si es el intérprete del Ojo de Tigre”.

Tal vez a la misma hora en que Paniagua desgranaba sentimientos, los enfermeros del Hospital México ponían la épica canción de la película en que Rocky noquea a la derrota por la vía del milagro humano.

“Levantándome. De vuelta en la calle. Tomé mi tiempo, corrí mis riesgos. Remonté la distancia. Ahora estoy de nuevo en pie. Solo un hombre y su voluntad de sobrevivir”. Esta vez no le alcanzó para derrotar a la muerte, pero en el pasado “Ojo de Tigre” fue una inyección de fe, coraje y amor propio para quienes jugaron con él.

Solían escucharla en los partidos importantes. Era un himno de batalla para aquel León con Ojo de Tigre, desmelenado, que se movía en el banquillo como fiera atrapada, pero que tenía el corazón enormemente humano para proteger y ayudar a sus hijos de futbol.

Kenneth, por ejemplo. Era casi un niño cuando lo hizo florecer en el famoso kínder herediano. No lo hizo campeón, sino futbolista y hombre de bien. El título vendría después, a manos de otro, como tantas veces le tocó en su carrera.

“Su enseñanza de vida y su librillo sencillo: Mas allá de un jugador, debe existir una persona con todos los valores morales y espirituales que lo ayuden a superar el bullicio de la fama, efímera pasajera que se monta en el tren de la victoria para elevarte a nivel de los dioses y dejarte caer como mortal”. Paniagua, recordando al padre futbolero.

Y mientras tanto, la letra se desliza en el salón donde el León duerme su último sueño. “Muchas veces pasa demasiado rápido. Cambias tu pasión por gloria. No pierdas el control sobre tus sueños del pasado. Debes pelar para mantenerlos vivos”.

Porque su vida, igual que la canción fue un himno a la entrega y pasión. Esa que lo hizo gritar siete títulos de ascenso, llorar los perdidos o las despedidas sin ver florecer sus proyectos.

El León ya no está. Pero quedan los cachorros que se volvieron fieras en la cancha gracias a su ejemplo de guerrero, más le aprendieron la nobleza, la solidaridad y el don de niño grande para caminar por la selva terrenal.