Saprissa o cómo quemar el prestigio en 90 minutos

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Saprissa paseó ante Santos Laguna todas sus miserias, las mismas que maquilla en casa con un empate o una victoria ajustada y le dan para respirar y hacer las del gato: tapar la torta.

El equipo que se precia de jugar con los números de la historia a su favor por títulos, figuras y hazañas, esta vez recogió una paliza a la medida que avergüenza.

Saprissa es un orgullo nacional, como Alajuelense y Herediano, una marca valiosa anclada en el país futbolero y asociada con buen juego, campeonatos y aportes clave a la Selección desde que ancló en Primera, en 1949.

Por eso no se puede permitir el lujo impensado de firmar un papelón en México, proyectando una imagen de equipo de tercera y con una actuación colectiva e individual deplorable, liderada por un entrenador inexperto que está ahí por el dedo del presidente.

En Tibás la cosa viene mal hace rato. Aún resuenan las palabras de Jeaustin Campos en su conferencia de prensa póstuma como timonel, cuando dijo que aunque estaba al frente del equipo “desde hace un año no dirigía”.

Semejante confesión quedó flotando y nadie atinó a ahondar. Es grave en el equipo que parte en dos el corazón del país e instala una duda acerca de quién tiene realmente el mando y qué se propone con él.

Douglas no está para el puesto. Ni siquiera es un ídolo o referente y no es su culpa. La responsabilidad es de Juan Carlos Rojas que depositó en sus inexpertas manos uno de los tesoros del fútbol nacional.

A Sequeira se le asocia más con reacciones emotivas, al borde de las lágrimas o en estado de llanto puro, como los memes picantes que incendian las redes sociales porque, en eso sí somos genios: deleitarnos con el mal ajeno.

El tema trasciende a los “princesos” y a la supuesta falta de compromiso e identidad destapada semanas atrás por el exguardameta y referente Erick Lonnis. A muchos futbolistas que actuaron en México la camiseta les pesaba como una losa.

Viene en un mal momento esta paliza: a las puertas de la eliminatoria y cuando cada partido ante equipos mexicanos debería ser un pulso para mandar mensajes en otra dirección.

A uno le preocupan rendimientos patéticos en todas las líneas, que son de vieja data. ¿Desde cuándo se habla de la necesidad de contar con un arquero de jerarquía, a la altura de la historia, que transmita seguridad y don de mando?

¿Hasta cuándo se insistirá con Diego Estrada, envuelto todavía en su caparazón de proyecto de buen futbolista a los 26 años? ¿Por qué David Ramírez un día sí y otro no?

¿Qué esperarán los dirigentes para sentar en el banquillo a un entrenador con cartel, que domine todos los secretos de la táctica e imponga su carácter sobre esa estructura de voluntades dispersas que esta vez entró en la historia, pero de los ridículos?

Don Juan Carlos: Ni Saprissa ni su gente se merecen esto.