¡Salud por la hipocresía!

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No apoyo la publicidad ni la venta de licores en los espectáculos deportivos. También cerraría o vendería la Fanal a la empresa privada y prohibiría los anuncios de tales bebidas en los medios de comunicación.

Pero mientras el Estado sea dueño de la mayor fábrica productora del guaro y mientras la televisión y demás medios nos sigan recreando la imagen de que el mundo gira alrededor de una botella, me parece que prohibir la publicidad de licores en el deporte es la farsa del siglo.

El mayor espectáculo del mundo es la televisión, a la que están expuestos hombres, mujeres y niños, adolescentes con sed de recorrer el camino de los grandes, bebedores en potencia y otros intentando escapar. Y frente a esa caja mágica, a cada rato desfilan las rubias voluptuosas que disfrutan la vida espumeante, los atléticos muchachos que ligan con todo y los hombres y mujeres de mundo, que añejan sus mejores años frente al whisky que los vuelve más sabios.

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Detrás de todos ellos se esconde el papá estado, embotellando la felicidad en diferentes presentaciones, con o sin azúcar (por aquello de la salud), y para que el consumidor esté tranquilo y exento de los peligros del guaro de contrabando. Aunque las ganancias sean para que el INS o la Caja atiendan los múltiples accidentes causados por conductores ebrios, para el Hospital del Trauma que no da abasto, o para una millonaria publicidad que busca conductores responsables, evitar la violencia intrafamiliar y tener una vida sana.

Aparte de esa doble moral, está oculta otra falacia detrás de la prohibición dicha: que el deporte es tan angelical, que hay que alejarlo de todo vicio. ¡Pamplinas! El deporte de hoy es un negocio. Y con él lucran atletas, promotores, dueños, agentes, patrocinadores, apostadores, medios de comunicación, y hasta los bandidos.

Salvo por estos últimos, eso no es malo. Pero entonces que no lo vendan como si la madre Teresa fuese la presidenta del COI. La barrida que hizo la Justicia por el fútbol tiene a sus dirigentes encarcelados. Allí estarían muchos de los olímpicos si la diosa justiciera se destapara el otro ojo.

Si estamos saturados de publicidad de licores en todos los ámbitos de la vida, si el Estado promueve con su fábrica el consumo de alcohol y si el Deporte no es una isla celestial enclavada en la Tierra, tampoco es congruente la pretensión de mantener incólumes la publicidad deportiva y los estadios. Con ese arrebato de hipocresía solo evitamos que el licor le devuelva a la vida algo de lo mucho que le arrebata.