Perfil psicológico del saprissista

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Profunda y eternamente envenenado. Con un veneno de toxicidad comparable al de la enhydra schistosa marina, la sierpe más letal del mundo. Envenenado en el triunfo como en la derrota.

Goza de sus victorias cayendo en éxtasis convulsivo que tiene algo de malsano, pero que puede ser divertido a la vista de los demás.

Tendencia a conferir un carácter épico y sobrehumano a cada triunfo. Cuando pierde, corre a invocar la historia, y se refugia en las glorias de un pasado que es, en efecto, incomparable. Entonces se pone histórico, y saca a asolear todos sus laureles, siempre aterrizando en los 6 títulos consecutivos de 1972-1977.

Conoce sus estadísticas al dedillo. Las usa como armas cada vez que es necesario. En efecto, las estadísticas lo favorecen, y constituyen un arma muy poderosa en su arsenal argumentativo.

Vive su fanatismo con virulencia, delirio, locura. Y además, con arrogancia. Decía Unamuno: “la arrogancia que crea se ve redimida por su propia obra”. El saprissista tiene material de sobra para ser arrogante.

Tal es su inquina contra la Liga, que en ocasiones prefiere ver perder al equipo manudo una final, que celebrar un triunfo saprissista. Sabe “más rico”. Esto es lo que los alemanes llaman Schadenfreude: alegría amarga: puesto que yo no pude ganar, que tampoco lo haga mi archirrival.

Somos implacables con los derrotados. Nuestro humor se convierte en un ácido e inagotable surtidor de chistes y memes.

Tenemos una tendencia al pachuquismo, producto de la embriaguez moral de la victoria. Pero eso no importa: todo el mundo tiene el derecho a ser pachuco durante media hora al día (confieso exceder ese límite cuando Saprissa gana).

Somos severísimos con nuestro equipo: nada que no sea la victoria  

es considerado aceptable.

Todos estamos un poco locos, pero nosotros somos locos simpáticos e inofensivos.

Al hablar de nuestro cuadro adoptamos un tono solemne, engolado y grandilocuente.

Somos adorables.