Opinión: Una flor en el pantano

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Para comenzar la semana, una bella historia que les calentará el corazoncito.  Cuando, a los 19 años de edad, Darío fue encarcelado por enésima vez, no había aún jugado un solo partido de fútbol.  Allí, un funcionario de la prisión convenció al ladronzuelo para que utilizase su pasmosa capacidad de salto -que había depurado escalando paredes y escapando de la persecución de los policías- para superar por alto a los defensas en los campos de fútbol. “Jugué mi primer partido en la cárcel” -recordaba Darío-.

Entonces, el carioca criado en la miseria juró que le imprimiría un giro radical a su vida… pero solo tras haber cometido un último delito.  Asaltó a dos personas para obtener unas monedas y con ellas compró un balón de fútbol.  Se dedicó a entrenar como un poseso.  Su salto, su agilidad, su escurridizo, inatrapable zigzagueo de carterista le convirtió en un temible delantero.  Resultó ser una decisión providencial: Dadá “Maravilha”, estrella del Atlético Mineiro -y banca de la inigualable Selección Brasileña que ganó la Copa Jules Rimet en México 1970- se retiró como el segundo máximo anotador de goles de cabeza, tras el legendario húngaro Sándor Kocsis, y como el cuarto mayor goleador de la historia del fútbol brasileño.

Ahí la tienen.  Sí, es una bella historia.  Pero no puedo proponerla como paradigma, no puedo decir: “sí, conviene ser miserable y además dedicarse a la delincuencia, para hacerse encarcelar, y toparse en el presidio a una paternal figura que va a enrumbarnos por la senda del bien y del éxito deportivo”.  No, no puedo “recomendar” tal cosa.  El fútbol -el deporte en general- cuenta con un nutrido repertorio de heart warming stories de este jaez.  A lo sumo, demuestran que, muy ocasionalmente, una bella flor puede brotar en medio del más pestilente pantano.  Un pantano que, por lo demás, no es un buen hábitat para el ser humano, y del cual conviene por todos los medios alejarse.  Esa es la verdadera moraleja.