Opinión: Teatro al minuto 91

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Nunca como hoy el espectáculo de los 90 minutos fue tan indiferente para las masas. No solo están vacíos los estadios, sino que resulta más atractivo y candente el show del tercer tiempo, el que sucede frente a las cámaras y micrófonos.

Ese le gana y por goleada al que se juega en la cancha. ¿Para qué ir a llevar frío al estadio en un letargo de hora y media, si además se pierde uno esa entretenida tragicomedia que solo la tele y la radio nos pueden ofrecer?

Las conferencias de prensa se están robando el show y le compiten al más pintado de los programas faranduleros. Los entrenadores han encontrado la forma perfecta de escapar a la rendición de cuentas y montan su propio teatrito morboso, para darle pan y circo a los que están en casa.

¿Y el partido, qué tal? “Estoy tan bravo, que de eso no me da la gana hablar”.

Y tras 90 mediocres minutos, el técnico de turno se sienta a disparar contra su entorno. “Que el árbitro muy malo, que el rival no llegó a jugar, que los juntabolas escondieron las pelotas, que el otro vende humo, que no entendí lo que dijo porque al señor no se le entiende nada, que todos la tienen contra el negrito llorón, que el traidor entregó una final…. Que, que y que”.

Ya sabemos, entonces, que si la Liga pierde no es porque sus jugadores corren mucho y piensan poco, sino porque los adversarios, cual herejes modernos, cometen la osadía de defenderse. Si Heredia no encuentra el gol es gracias al árbitro que arrugó el ánimo de sus delanteros por expulsar a Medford. Y si Saprissa cae es porque al rival se le ocurrió algo que lo tenía patentado su utilero, aquel que se metía a la cancha y salía corriendo con la bola para enfriar al adversario.

¡Y eso que no está Jeaustin en la contienda! Un verdadero guerrillero de la palabra, que de seguro tendría a sus colegas al borde de un ataque de nervios. Algo pasa en el fútbol cuando al resumir la jornada, lo más importante para el técnico es si el línea le hizo ojitos, si el juntabolas duró tres segundos más en devolver la pelota, si el gerente deportivo escondió un muñeco del portero rival detrás de su marco, o si el árbitro “me expulsó porque a mí nadie me quiere”.

Con esos miniteatros ya se nos olvidó que el Team hizo el ridículo en la Concachampions , que la Liga protagonizó una de las peores campañas administrativa y deportiva de su historia (aun cuando de milagro sigue con vida), y que Saprissa, si bien es el más regular, está muy lejos de un juego convincente y con alguna complicidad arbitral ha estado a la vanguardia del torneo.