Opinión: Superioridad del fútbol femenino

El fútbol femenino es un deporte de damas. Todavía no se ha encanallado y degradado al nivel del fútbol masculino

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Veo fútbol femenino siempre que la ocasión me lo permite. Es una ablución ritual. Algo que me limpia. Y me siento como en 1863, año en que en Londres se fundó la National Football Association, cuando el fútbol era un deporte de caballeros, y las faltas y agresiones eran consideradas tremendamente deshonrosas. El fútbol femenino es un deporte de damas. Todavía no se ha encanallado y degradado al nivel del fútbol masculino. Ojalá que nunca lo haga.

No veo que cada decisión arbitral sea objetada por las jugadoras. No veo insultos dibujados en sus labios. No veo miradas de odio. No veo faltas insidiosas. No veo escupitajos a la cara del rival. No veo jugadoras que pierden tiempo. No veo árbitros denostados u objeto de la “cámara húngara”. No veo técnicos rencorosos y llorones, agazapados en la tiniebla de sus cabinas, mirando torvamente el partido, “como un demonio que las visiones viera del mal” (Poe). No veo empujones con el pecho, gestos de gallo hegemónico, amenazas al rival, vendettas, gesticulaciones de poseso. No veo mordiscos, no oigo alaridos, no veo poses de prima donnas, no veo payasadas en el campo, no veo a machos alfa tratando de robarse el show a toda costa. No veo fingimiento de lesiones. No veo berrinches y lloriqueos improvisados en la cancha.

Es bello, el fútbol femenino. No dudo que ocasionalmente tenga sus disonancias, pero su tonalidad general es muy diferente de la del masculino. La mujer deportista tiene una autodisciplina de la que el hombre carece. Autocontrol, un puño que embrida las emociones, que ensilla las bajas pasiones y genera un fútbol hermosamente sereno y apolíneo. La emoción está ahí, la intensidad está ahí, la voluntad está ahí, simplemente sucede que están entrenadas para no abrir las esclusas de la ira, y convertir el terreno de juego en un charco de bilis y jugo pancreático.

Creo en el fútbol femenino. Pienso que es muchísimo lo que los hombres podrían aprender de él. Esto es, si no lo miraran condescendientemente, con una sonrisa de medio lado y con expresión a un tiempo descalificadora, indulgente y despectiva. Las mujeres nos ofrecen una versión del fútbol que nos retrotrae a las nociones de caballerosidad y de “damidad”. El futuro de este deporte está en sus pies.