Opinión: Sean grandes, no agrandados

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Vamos muchachos, procedan con sensatez. Reconozcan que la puesta en escena de la Sub-20 en el Premundial, rumbo a Corea del Sur 2017, resultó un fiasco, muy por debajo de la razonable expectativa que ustedes y nosotros alimentábamos, dado el largo proceso de preparación que siguió el colectivo. Dejen ya de defender lo indefendible, ni se contagien de ocurrencias, como la perla que soltó don Marcelo Herrera un día de estos: “Les guste o no les guste, Costa Rica irá al Mundial”. ¡Válgame Dios!

¡Claro que nos gusta! No hay quién, en su sano juicio, hubiese deseado lo contrario. Sucede que si la clasificación fue un alivio, ello no obvia el raquitismo con el que se consiguió. Ante el descontento generalizado por el triste papel premundialista, ustedes asumieron una posición monolítica en torno a su manejador. Eso se entiende. Sin embargo, todo tiene su tiempo y lugar, pues donde realmente adquieren sentido la cohesión grupal y el respaldo al timonel es en la gramilla, jugando bien, con el mayor esfuerzo, disputando con verdadero espíritu colectivo cada gajo de la pelota y ejerciendo la autocrítica, actitud que debería liderar Popeye.

De nada sirve la arrogancia. Tampoco la cantaleta de que no se fijan en las secciones deportivas de los medios, como dijo Luis Hernández, el capitán del equipo. Qué lástima, con lo útil que resulta reconstruirse con las críticas bien fundamentadas de la prensa, que de esas hubo muchísimas.

Comprendan que vestir la camiseta de la Selección Nacional es motivo de legítimo orgullo y de humildad a la vez. Sin aires de grandeza, que no hay talla capaz de alojarla. En razón de la edad, queridos imberbes, les aceptamos ciertas poses de pasarela, los peinados de pirucho y los tatuajes en el cuerpo, si los tuvieran. Pero, valdría la pena que se tatuaran la Tricolor en el alma.

El tiempo apremia. Pasen ya la hoja de las excusas, chavalos, como aquella del pánico escénico que les provocó jugar ante unos pocos aficionados, o la “terrible presión” que les acarreó ser locales, un temor tan inédito como insólito y, por supuesto, ridículo. Olviden los cuentos de camino que nos han recetado y pónganse a trabajar en serio, chiquillos. En el Mundial los queremos ver grandes. ¡Agrandados, jamás!