Opinión: Keylor Navas y amigos, escondan la fiesta

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Está mal husmear en la vida privada de los demás, futbolistas o no. Pero cuando aquellos abren las puertas de esa intimidad, para compartirla con sus fanáticos, deben procurar que no se lastimen ni los ojos ni el sentimiento de quienes se asomen.

Ese cuidado no lo tiene un grupo de seleccionados, encabezados por Keylor Navas. La falta de empatía y un desdén por el qué dirán, malea una relación que pasó de la idolatría a un rencor, que no en todos los casos es producto de la envidia.

Pueden pasearse en yates lujosos, hacer fiestas y bacanales, o viajar a Marte como turistas millonarios. Pero con la puerta cerrada. Nadie tendría que asomarse a fisgonear por la ventana.

El problema es cuando hay una exposición intencional desde su círculo íntimo. Sean las esposas, los amigos o ellos mismos quienes pongan en el escrutinio público sus fotos. Y, al mismo tiempo, tienen cuentas pendientes en rendimiento y compromiso con esa masa que les ayudó a ser lo que son.

Quienes ayer pagaron el boleto para ver a Keylor emerger en la portería del Saprissa, o lo volvieron a pagar cuando retornó de su incipiente carrera en España para atajar con la Selección. Esos, merecen algo de empatía y mucho de respeto. Todos ellos ayudaron a crear el mito Navas, aunque el carácter, sacrificio y habilidades las haya puesto el generaleño.

Lo mismo con los Duarte, Ruiz, Borge, Oviedo y otros que son parte de esa casta privilegiada en la historia de nuestro futbol. Lo que fue incondicional idolatría, está pasando a ser un encendido reclamo por esa indiferencia hacia el sentir del fanático.

Mientras el aficionado masculla su dolor y rabia por una cadena de juegos sin festejo, por una humillación más en el país que nos quitó un mundial al minuto 90, o nos recetó una nevada inolvidable, ellos se exhiben a los cuatro vientos, a cuerpo de rey y sin asomos de aflicción.

El único premio para el fanático es el festejo por la victoria. No hay fichaje, bonos, salarios, viajes, ni regalías. Solo el amor por el futbol. Ese sentimiento merece algo de respeto de quienes si viven gracias al balompié. Más aun en época pandémica, donde a la falta de goles la supera, por mucho, la del trabajo y la escasez en la cocina.

Ya no se vale que el máximo ídolo escoja los torneos de la Sele para curar sus lesiones, milagrosamente reincidentes cuando el Real Madrid o el PSG terminan temporada. Que mientras otros aguantan palo por dar la cara, en los modestos escenarios del área, él se dedique a turistear con sus amigos famosos del Viejo Continente.

Tal vez este reproche no debería ser para Keylor y sus compas. Sino para quienes han permitido que eso se volviera costumbre.