Opinión: Juventud en el alma

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“Ante la ausencia de futuro, hay quienes se reconfortan con el pasado”. Me molestó ese comentario, al pie del texto de mi última columna, en La Nación digital (Cartaginés a través del tiempo). Sin embargo, celebro que el autor pusiera su nombre, y no un seudónimo, como hacen tantos en las redes sociales. Lanzan la piedra y esconden la mano.

El responsable es Eduardo Navarro, un hombre joven, a juzgar por su fotografía, alumno o exalumno del Liceo Vargas Calvo. Opina que quienes rondamos los 65 años vivimos del pasado, como si fuera el tiempo el factor determinante en la edad de una persona, y no su actitud ante la vida.

Cierta arrogancia de juventud indujo a Eduardo a endosarnos a los viejos una premisa equivocada: que si nos mueve la nostalgia, estamos fuera de onda. Ignora que la referencia del ayer es consustancial al presente. Y, en el tema fútbol, Navarro no entiende que cada balón que rueda es único e intemporal. De tal modo que si uno evoca con gratitud el espectáculo que ofrecieron grandes futbolistas de antaño, como escribí en la columna citada, no quiere decir que desconozca el valor de nuestras estrellas de hoy.

Cuando llega la edad del retiro en cualquier actividad, el veterano pasa la estafeta al joven, y sigue aportando de otra manera. Por tal razón, conocer, reconocer y preservar el legado de la gente mayor, ofrece visión y perspectiva.

No hay tal ausencia de futuro, Eduardo. A esta edad me queda tanto por emprender, que no me alcanzará el tiempo para leer todos los libros que reposan en mi biblioteca, ni para colmar mi afición cinéfila, por ejemplo.

Además, este roco que responde a su comentario, disfruta como el que más los placeres sencillos. Un café con palabras. Una tarde de lluvia. Inspiración, guitarra y canto… ¡El eterno femenino! La ilusión inédita de cada día.

Quizás, joven imberbe, dentro de cuarenta o más años, cuando usted se sorprenda mostrando a sus nietos las añejas imágenes con las tapadas de Keylor; con la clase de Celso o la jerarquía de Bryan, se acordará de mí. Y comprenderá, entonces, que mientras uno viva, joven o viejo, debe mirar al futuro con esperanza. Y el ayer, con admiración y respeto.