Opinión: Juan Luis, indoblegable

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A mediados de los años ochenta, cuando Juan Luis Hernández Fuertes apareció por estos lares, mi padre solía comentar que con él había despertado la chispa en el fútbol nacional, gracias a la pimienta que el entrenador español imprimía en nuestro medio. Mi viejo disfrutaba con las polémicas que Juan Luis armaba, lanza en ristre, siempre dispuesto a poner su pica en Flandes.

Pero, claro, lo más importante era –y es-- su perfil de forjador de figuras y técnico profesional. Fue un estratega revolucionario en San Ramón, su primer equipo. El guardameta Luis Gabelo Conejo sorprendía en la ejecución de tiros libres, cosa inusitada en aquella época, por lo menos en Costa Rica. En adelante, Juan Luis se acostumbró a transitar sobre el filo de la navaja, apóstol de utopías, al mando de equipos grandes y pequeños. Y, hablando de grandes y pequeños, en terrenos tan difíciles como los de Puntarenas, Limón y Osa, los conjuros y ardides de este personaje en los banquillos de esos clubes hacían que, al saltar a la gramilla, sus rivales se encontraban con que, de pronto, la cancha se hacía grandota o se hacía chiquita, como el chorrito de “allá en la fuente”, pues el pícaro timonel variaba a su antojo las líneas de cal.

Es un excelente narrador. En una ocasión tuve el privilegio de escucharlo describir cómo, en la víspera de un juego crucial, él y sus pupilos habían resultado atrapados por una especie de predicador que los mantuvo arrodillados en un rezo interminable. “Cuando nos levantamos, nadie aguantaba huesos ni articulaciones y, por supuesto, perdimos al día siguiente”, comentaba Juan Luis entre risas de los presentes.

Campeón nacional con el Herediano en 1993, en nuestras retinas y en los archivos televisivos perdura la imagen jubilosa del estratega de la Tricolor en el césped del coloso de Santa Úrsula, tras un 3 a 3 memorable entre México y Costa Rica, en noviembre de 1997. También recordamos al Juan Luis Hernández, eterno salva tandas del Cartaginés.

Hoy, en Madrid, su ciudad natal, Juan Luis Hernández Fuertes libra la batalla más importante de su existencia. No tengo ninguna duda de que, en esta oportunidad, tirios y troyanos coincidiremos en elevar nuestras oraciones por la recuperación plena de un valiente luchador, ejemplar, indoblegable.