Opinión: Jafet no se equivocó

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Como después de la batalla todos somos generales, un número considerable de analistas del fútbol juzga que Jafet Soto Molina, director técnico del Herediano hasta el domingo pasado, vio menoscabada su autoridad en la final ante el Saprissa, al tolerar que Jairo Arrieta siguiera en el campo, pese a que el estratega había ordenado su permuta.

Corrían los agobiantes minutos del tiempo extra. El técnico alistó la boleta y cuando Arrieta vio de lejos que sería sustituido, entró en trance. Con el rostro desencajado y su sangre pampera en estado de ebullición, evidenció que se tenía una fe bárbara, que contaba con suficiente adrenalina en el alma y oxígeno en los pulmones para persistir. Simplemente, no aceptaba el relevo.

En aquel instante crucial, que casi nunca se ve en el fútbol, el timonel varió su decisión. Persuadido por el afán desbordante de su jugador, actuó en consecuencia. Y lo dejó continuar. En tal circunstancia, Jafet no podía proceder de otra manera. ¡Tenía que hacerlo, carajo! Claro, al fin de cuentas, aquello de “si la ensartas pierdes y si no la ensartas, también pierdes”, le pasó la factura, pues Soto no contaba con que el ariete iba a errar una jugada clarísima de gol --que lo hubiera erigido en héroe--, ni le pasaba por la mente que el “Pamperito” la terminaría de embarrar en la ronda de los penales.

En el epílogo, con el embrujo de su afición, Saprissa levantó merecidamente el cetro. En contraste, el técnico florense abandonó el banquillo por la puerta de atrás, con el pesado fardo de su decisión. “¡Qué barbaridad! ¿Dónde quedó la autoridad del entrenador? ¿Quién es el que manda?”, tales fueron los cuestionamientos de muchos conocedores, pero después del partido.

En realidad, Jafet no se equivocó. Y si me apuran a decirlo, Arrieta tampoco. Sencillamente, las cosas no les salieron como esperaban. En mi opinión, la escena descrita reveló un alto espíritu deportivo. Un peleador intrépido se negó a claudicar. Y, en cuestión de segundos, un guía sensato revaloró el fervor de su pupilo. En un fútbol como el nuestro, tantas veces previsible y cansino, dos varones arriesgaron y perdieron. Y eso, en el deporte y en la vida, les sucede solo a los valientes que se animan a transitar sobre el filo de la navaja.