Opinión: Ha llegado el dios del silbato

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El árbitro asistente de video (VAR) es el fracaso del árbitro de carne y hueso. Después de poner hasta siete humanos a dirigir un partido, unos adentro y otros afuera de la gramilla, la FIFA está a punto de rendirse y le va a entregar el pito al réferi cibernético.

Los que estén allí, vestidos de negro, entremezclados con los jugadores, pasarán a ser unos títeres, marionetas del gran dios electrónico y su ojo mágico que todo lo ve. En ese mundo perfecto que perseguimos, nos van a dar la chupeta electrónica que nos alejará del llanto a los seguidores del fútbol. No más lloradera. Ha llegado el Superman de los silbantes, con su visión a prueba de errores, rayos equis para adivinar hasta los malos pensamientos de los jugadores. ¡Aleluya!

El Mundo Feliz, el de la novela de Aldoux Huxley, está aquí. A quienes nos gusta el fútbol, ya no tendremos que sufrir por las injusticias. El video arbitraje será nuestro soma, el narcótico que nos alejará del sufrimiento causado por el error de los otrora imbéciles, sucios y sinvergüenzas árbitros. Los silbateros dejarán de ser malos, y también dejarán de ser buenos: A la pantalla nadie la puede madrear.

Y cuando los robots se popularicen, sean de fabricación barata y accesible para todos, ellos desplazarán a los árbitros de carne y hueso, a los títeres con silbato, y a la pantalla que monitorean tres jueces más. Todos ellos se irán al carajo. Una máquina con patas y manos, con ojo electrónico, sensores a prueba de “chanchullos”, velocidad inaudita para estar encima de todas las jugadas y provista de su propio monitor —por si tiene duda— se hará cargo de dirigir ese ritual primitivo entre humanos corriendo detrás de una bola.

Pero mientras llega el “Arturito” del arbitraje, tendremos que acostumbrarnos a contener las emociones, a ponerle freno al festejo, a contener la respiración durante al menos 60 largos segundos. Todo sea por la perfección. La alegría y el sufrimiento lo tomaremos a gotas, tantas como los pasos de ida y vuelta que tarde el silbatero para ir al encuentro del monitor, el nuevo Salomón del fútbol.

No quiero estar en los zapatos de ese juez y sus ayudantes el día que falle la tecnología. Sin el monitor encendido, se sentirán más perdidos que Adán en el Día de la Madre. Asustados, se declararán incompetentes para dirigir el partido. De seguro, habrán olvidado los tiempos aquellos, cavernícolas, en los que —estúpidamente— se les obligaba a ejercer la autoridad, a tomar decisiones, a valerse del sentido común y a correr el riesgo de equivocarse.

Poco a poco le vamos entregando nuestras emociones a Don Video, el árbitro justiciero. Es más fácil venderle el alma al diablo tecnológico que enseñar a los humanos a convivir con el error, a aceptarlo, a perdonarlo, a no apostar toda la felicidad a un resultado de fútbol.