Opinión: Fútbol y género

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El futbolista - dandi nunca anda solo. Especie de adminículo prendido de su lado, la modelo de pasarela, la despampanante reina de belleza, o una cheerleader con veleidades de actriz, lo acompañará por doquier. Como el adjetivo a un sustantivo. La mujer - adjetivo tiene por única función embellecer, engalanar al hombre - sustantivo. El hombre es sustancia, la mujer, accidente: algo que le “sucede” al macho alfa. Evoco a Aristóteles: en las cosas existe un sustrato permanente y estable (la sustancia) y una serie de perfecciones secundarias y mudables (accidentes).

En cada ser hay un solo núcleo sustancial, afectado por múltiples modificaciones accidentales. La sustancia es el sujeto o sustrato en el que se asientan los accidentes. Es lo subsistente (ontológicamente autónomo, una causa sui). Aquella realidad a cuya esencia compete ser en sí, no en otro sujeto. Los accidentes son realidades cuya esencia solo es concebible en otra cosa, algo fuera de sí mismas. Son parasitarios, supletorios, derivativos: no existen si no es encarnados -calificándola- en la sustancia. La modelo de sulfurosa mirada que acompaña a CR7 es parte de su imagen. No tiene consistencia, espesor ontológico propio. Existe únicamente en, para y desde su prohombre.

Una relación simbiótica: ambos organismos derivan beneficios de su asociación. Es una simbiosis mutualista: la bella engalana al hombre, y el guapetón consolida su posición de macho hegemónico, rubrica su virilidad, disipa toda duda en torno a sus excelencias amatorias, genera la envidia de sus congéneres, hace de ella uno de sus títulos de gloria, el más preciado de sus trofeos, se propone a sí mismo como el ejemplar privilegiado por la selección natural para la perpetuación de sus genes (la mujer hace aquí las veces de agente de la depuración, de “juez de los méritos” -Ortega y Gasset-, de “genio de la especie” -Schopenhauer-). Y ese, amigos, es el burdo biologismo del fútbol moderno.