Opinión: Está bien perder, pero así ¡no me fastidien!

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Los técnicos mediocres inventaron aquello de “presupuestar derrotas”, como una vía pueril para gambetear la responsabilidad que les compete cuando no se alcanzan los objetivos.

Aclaro que no es el caso del profe Watson, a quien admiro y respeto por su integridad, coherencia conceptual y modales que lo definen como figura de culto del fútbol criollo.

Aun en la noche tormentosa del martes, después del 4-0 ante Pachuca y el adiós a la Concachampions, mantuvo la compostura y admitió su error a la hora de plantear el juego.

Bien por eso, mas no concibo las actitudes de algunos de sus futbolistas, derrotados antes de pisar la cancha, absorbidos por el escenario y el griterío en las tribunas.

Me desconciertan porque parecían aprendices, desde el arquero hasta el último hombre de ataque, sin un ápice de orgullo ni calidad para torcer la sentencia de derrota tras el 2-0 parcial. Vino el tercero y faltaba la perla de Danny…

Está bien perder y las razones sobran, desde la calidad del oponente hasta su liga de primer mundo con salarios rocambolescos, sus megaestadios y su poder adquisitivo, pero nosotros tenemos mucho más de lo que mostramos. ¿Por qué nos lo guardamos?

Ahora fue Saprissa, antes Herediano y Alajuelense, y no se avizora cambio. En casa las mentes brillantes de la redes queman neuronas en ingeniosos memes, las burlas se disparan como la delincuencia, y quienes hoy ofenden mañana serán el blanco de las bromas.

En el país se burlan del Cartaginés y su deuda de 77 años sin títulos, pero en estas instancias de Concacaf lo que cambia es el color de la camiseta, porque igual hacen el ridículo los tres grandes, con una alternancia vergonzosa y previsible que no vislumbra cambio.

Nadie piensa en el prestigio adquirido en el Mundial de Brasil, en el salto de calidad que dimos, en que allí se estableció un nuevo orden que imponía acentuar el profesionalismo y sepultar los viejos males de mediocridad, pereza al trabajo y a la superación.

Nada cambia: seguimos engañados con torneos de corto plazo que matan la continuidad, procesos que no lo son, técnicos llorones porque el árbitro se equivoca, timoneles que se ufanan de sus glorias idas, como si el fútbol no fuera un presente permanente.

La mano viene mala hace días, evadimos hincarle el diente a las causas y tendemos a digerir todo lo que nos dicen con enfermiza mansedumbre: papelón en Uncaf, la Sub-20 en un laberinto y ahora Saprissa, nuestro campeón, barrido en la hora decisiva sin mostrar nada.

Este mes reanudamos el camino hacia Rusia con dos salidas complicadísimas a México y Honduras. Ojalá que tanto mal previo no termine por contagiar a la única alegría que nos queda: la querida Sele .