Opinión: “El Presi” que hace feo

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¿Pueden los presidentes meterse en el vestidor de sus equipos de fútbol? La respuesta es obvia: Sí. Lo que no es tan obvio es la respuesta a otra pregunta: ¿A qué se mete?

Es evidente que en una época en que el fútbol es un simple y puro negocio, los socios tienen derecho a involucrarse hasta en la cocina del chef que prepara el almuerzo de los jugadores. Solo que esa injerencia puede resultar tan nefasta como la del borrachillo que llega a todas las velas.

El socio mayoritario, el presidente o el gerente, puede pasar esa puerta que algunos pretenden sea sagrada, y reservada para la intimidad del entrenador y sus dirigidos. Pero han de saber que al cruzarla, tienen que hacerlo con pies de plomo, guardando las distancias, respetando los códigos internos, entendiendo que el DT es el mandamás de ese recinto.

Pedirles eso a algunos dirigentes es imposible. Porque no hay nada peor que un fanático metido a directivo, aun cuando su dinero sea el que pague a todos los que gozan y sufren los resultados entre esas cuatro paredes. Su presencia debe ser sigilosa, de apoyo cuando se necesite, para apreciar la química entre el técnico y sus jugadores, para observar la tolerancia a la frustración, para sopesar el don de mando del estratega y la disciplina de los dirigidos.

Esas vivencias, bien orientadas, pueden servir para alimentar al grupo empresarial, al gerente y a los directivos en la toma de decisiones, sobre todo cuando hay crisis. También les permitirá tener mejores criterios para intercambiar ideas con el Profe, cuando se sienta a la mesa con ellos.

El error, imperdonable, ocurre cuando el Presi se cree director técnico, o peor aún, se convierte en el alcahuete de los jugadores. El dirigente, en estos casos, pasa a ser un agente de discordia si desautoriza con regularidad las órdenes que da el entrenador. Y convierte a este en un monigote con pizarra, pues más tarda en dictar un mandato que el jefe en desautorizarlo.

Cuando juega al DT, irrespeta la condición del verdadero entrenador, sin tener el conocimiento para juzgar el planteamiento táctico y la aptitud de los hombres que elige para ejecutarlo. Si no lo cree capaz, debe despedirlo, pero mientras lo mantenga al frente, es necesario que respete su autonomía y experticia para tomar las decisiones.