Opinión: El plan maestro del Paté Centeno

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Si la vida es encontrarse y para eso nacemos, Paté Centeno cuajará esta máxima cuando se siente en el banquillo del Saprissa y lo ponga a jugar como manda la historia.

Si todos tenemos un plan maestro, esa suerte de deseos y esfuerzos ordenados como hoja de ruta para alcanzar lo que queremos, el suyo será dirigir al equipo que manda en su corazón.

Él lo tiene claro, sabe que es su destino manifiesto, pero no se lo deja al azar pues capitaliza cada oportunidad que tiene para allanar el camino, sin importarle si quebranta normas.

Porque en donde otro colega habría medido sus palabras para no herir al cuerpo técnico actual, él se despachó con un diagnóstico que apuntó directo a la cabeza: el equipo maltrata la pelota.

Y en la doctrina de Centeno eso significa jugar al pelotazo, dejar de elaborar juego, olvidarse de los costados para abrir la cancha y tentar a la saprihora como recurso de gol.

Paté lo tiene claro: Saprissa llenó la vitrina de trofeos y se forjó una leyenda porque siempre respetó la pelota, los valores del juego y en recompensa se llenó de seguidores que inundaron sus gradas.

Lean estas frases: “(…) hay que defender el espectáculo porque eso es lo que llena los estadios. (…) los responsables de que haya espectáculo somos nosotros, los entrenadores”.

Esta reflexión parece tomada de una crónica sepia, escrita 50 años atrás, cuando la gente acudía en tropel a los estadios, a ver a sus ídolos, que siempre jugaban bien y nos divertían.

Esta línea de pensamiento tiene muchos críticos, detractores de baja autoestima que se enlistaron con el bando resultadista, espoleados por torneos semestrales de corto plazo y cero proyección.

Bajo esta filosofía hay que sumar a cualquier precio, sin importar si se le da la espalda a la identidad, a la historia, al ADN que define una forma de pensar y sentir el juego.

Paté está muy solo en esta lucha y lo subestiman, olvidando que a un hombre lo rigen sus principios y que es a partir de ahí cuando se trazan los grandes planes capaces de alterar el curso de la historia.

Lo defiendo porque piensa en causas que no están perdidas, sino olvidadas. Es de los pocos entrenadores que se aventura a elevar la categoría del espectáculo, en momentos en que otros se comen las uñas para amarrar puntitos.

Lo de Grecia es loable, sobre todo porque es una lucha solitaria, de un equipo pequeño y pobre, pero de convicciones gigantes, que tiene las cosas claras y sabe dónde buscarlas.

A Centeno hay que empezar a tomarlo en serio, a tenderle manos amigas para dignificar el juego, para elevarlo de categoría, para sacarlo del marasmo en que se encuentra y reinstalarlo en el sitial que le corresponde.